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Concepción Maldonado

23 Sep 2020
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¿Vas a gimnasia o eres socia del gym?

Llevo más de quince años madrugando para ir al gimnasio. A esas horas, la media de edad de los parroquianos en chándal me supera. Con mis casi sesenta años soy la chavala del grupo. Hay que vernos: camisetas grandes y viejas, pantalones anchos de algodón afelpado, sudaderas de colores ya desvaídos de tanto lavado…

Tenemos claro que vamos por salud. Para cuidarnos. Queremos prevenir lesiones. También intentamos dejar atrás secuelas de operaciones y traumatismos varios. Somos constantes. Somos esforzados. Ponemos empeño y tesón en cada ejercicio. Antes, hace ya tiempo, participábamos de actividades de grupo con las que sudábamos a mares y, sobre todo, nos reíamos a carcajadas (insisto: había que vernos…). Ahora ya esas clases tempraneras de baile, mantenimiento o musculación se han suprimido (éramos pocos, y con resultados no muy lucidos para la autoestima del monitor). Ahora nos encontramos en las bicis, o en las máquinas elípticas, o en las cintas (de andar más que de correr); y luego, cada uno desarrolla como puede sus propias tablas de ejercicios para intentar garantizar que nos vamos a la ducha habiendo estirado y trabajado hasta el último pelo de nuestras cabezas.

Este curso, en cambio, he tenido que cambiar mi horario. Voy justo doce horas más tarde, a las 19 h. Y les aseguro que aún no he conseguido cerrar la boca (de asombro, digo yo; de pasmo, dicen mis hijos).

Coincido a esas horas con gente mayoritariamente joven, guapa, fuerte, sana (¿y rica?). No van a hacer gimnasia; son socios del gym. No se apuntan a clases dirigidas por monitores; eligen entre practicar GAP, ABD 20’ o HIIT.

Recuerdo la primera tarde que pensé unirme a algún grupo para recuperar aquella sensación de risas mientras dábamos traspiés intentando seguir ritmos de música endiablados a la vez que subíamos y bajábamos de una tarima infernal (step creo que lo llaman). Allí me planté, delante del horario, sin entender qué ofrecía ni una sola de aquellas casillas de colores: recordaba que GAP era una sigla con la que nuestro monitor llamaba a una serie de ejercicios para trabajar, deduje, Glúteos, Abdomen y Piernas.

El ABD 20’, por tanto, debía de ser una escisión de aquellas clases de 60 minutos, ya que ofrecían trabajar solo el abdomen y en un tercio del tiempo total. Pero… ¿y el HIIT? ¿Sería el trabajo de Hombros, Ingles, Intercostales y Tráquea? ¿Y el workout? ¿Y el ciclo indoor? ¿Y el fitwalking? Tuve que pedir ayuda; me miraron con conmiseración, que no con piedad… «A ver, abuela», noté yo que pensaban mientras yo oía un educado «No se preocupe, que yo le explico…». Y así averigüé que el HIIT era una sigla pero de palabras en inglés (High Intensity Interval Training), y que consiste en un tipo de entrenamiento cardiovascular de alta intensidad basado en tablas de ejercicios que alternan intervalos breves de trabajo intenso y de relajación. Y que el body workout no tenía nada que ver con los ambientes de chill out sino con un tipo de gimnasia localizada para modelar la figura. Y que el ciclo indoor venía a ser a los gimnasios como la máscara de pestañas al rimmel® en las tiendas de maquillaje, es decir, el sustituto del nombre de una marca comercial (spinning®) por su paráfrasis (ciclismo estático en espacios cerrados). Y que había sido tal el éxito del carácter colectivo de esta actividad cardiovascular (los ejercicios se realizan en grupo y al ritmo de la música) que estaba arrasando ahora el fitwalking, es decir, el uso en grupo y con ritmos musicales de esas simples máquinas elípticas de siempre…

¿Y qué decirles del yambo? Pensaba yo al leer ese palabro, tan asociado a la métrica clásica, que quizá la actividad fuera un tipo de ejercicios de musculación basado en las figuras mitológicas o en las tradiciones del siglo de oro de la poesía española, cuando fui derribada del caballo y escuché que es un tipo de actividad gimnástica de baile. Así, sin más pretensiones.

Por el aerobox y el kickboxing ni me molesté en preguntar; me sonaban a boxeo, y no me veo yo a mis años metida en esos menesteres.
En un último intento, confieso que ya casi a la desesperada, intenté averiguar en qué consistía el body pump, ya que, por horario, era una actividad que cuadraba muy bien con mis intereses. Mi asesora me miró de arriba abajo y, negando con la cabeza, me quitó toda esperanza. Insistí yo, por eso de aprovechar bien el tiempo vespertino. Volvió a mirarme y aseguró: «Esto es un programa de entrenamiento que combina ejercicios aeróbicos y levantamiento de pesas…». Y ahí lo dejó. «¿Y?», pregunté con la mirada. «Pues que no sé yo si levantar pesas es lo que mejor le viene a usted, señora…».

Ese «señora» me dio la puntilla. Me fui a mi casa. Cené un bocadillo de tortilla de patata con pimientos fritos. Hoy a las 7 de la tarde saldré a andar a ritmo vivo por las calles de mi barrio…

 

Este artículo de Concepción Maldonado es uno de los contenidos del número 7 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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