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Cristian Olivé

05 Abr 2022
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Firmas

Si leer es vivir, ¿qué hacer para que los estudiantes lean cada vez más?

Cuando pienso en las lecturas prescriptivas que me pedían durante la adolescencia, recuerdo haber leído (en muchos casos, solo unas pocas páginas) títulos clásicos que me producían más indiferencia que reflexión. Por suerte, también me vienen a la mente algunos libros, aunque no tantos, que me emocionaban, me desafiaban y me interpelaban de verdad. De hecho, se notaba cuando una novela se había escogido para que se acercara a nosotros y cuando se trataba de una elección aleatoria para que fuéramos nosotros quienes nos acercáramos a ella.

Muy a mi pesar, en los pocos casos en los que en cierta forma me sentía atrapado por las páginas que me acababa de leer, la experiencia se truncaba enseguida al tener que responder un examen para demostrar si me lo había leído bien o mal. Como si, y este es el verdadero quid de la cuestión, leer correctamente implicase prestar atención a los detalles más insignificantes de la historia. Algunos docentes siguen empleando la herramienta del examen de lectura para asegurarse de si sus alumnos se han leído el libro o no. ¿Quién no aprobó alguna vez un examen de lectura sin ni quiera haber abierto la novela? Que levante la primera piedra quien esté libre de pecado.

Como docentes, jamás podremos saber a ciencia cierta si un alumno se ha leído un libro o no. Por no hablar de los angustiosos ejercicios en forma de investigación lingüística para el seguimiento de la lectura. Selección de vocabulario para buscar en el diccionario, análisis de los giros narrativos más sorprendentes de la trama, recursos expresivos empleados por el autor, descripción de personajes y de lugares… Aunque a muchos nos entusiasme hacerlo, leer no es solo fijarse en cómo está escrito un texto. También es mirar la historia desde una nueva perspectiva y vivirla. Sobre todo, vivirla. Vivirla con intensidad. Tal vez un libro nos provoque lágrimas, tal vez nos haga sonreír, quizá nos ayude a centrar la mente en un momento en el que lo estemos esperando, quizá sucumbamos por completo a unos diálogos que parece que hablen de nosotros, puede que incluso nos sintamos reflejados con el dolor y la alegría. O simplemente leamos por pura distracción y nada más.

Si el objetivo de las lecturas prescriptivas es ganar lectores, puedo afirmar con gran pena que se pierden demasiados con el fomento lector de las escuelas. Claro que se pueden dar a conocer grandes autores y obras que de otro modo no conocerían. Pero no es lo mismo leer en clase unos fragmentos seleccionados de Rinconete y Cortadillo que pedirles que lo lean en su integridad. Y encima esperar que se enganchen. Podemos encender la chispa de la literatura clásica para que el fuego llegue por su cuenta si ellos lo desean. Se ganan más lectores con textos breves escogidos con esmero que pidiéndoles que se pasen horas con tochos que no los interpelan.

¿Y si llegáramos a clase y leyéramos un pequeño fragmento que nos haya impresionado y que sea del libro que guardamos en nuestra mesita de noche? Recuerdo haber leído ante mis alumnos pasajes de Paula, de Isabel Allende; de Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich; de Los años de peregrinación del chico sin color, de Haruki Murakami; o de La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Y recuerdo ver también, en las semanas posteriores, a varios alumnos aprovechando las horas de entre clase y clase para leerse estos libros. Los que ya son lectores agradecen nuestra sinceridad porque desean descubrir más mundos; los que no leen tanto ven que la lectura forma parte de nuestras vidas y que aquello que les pedimos a ellos también lo queremos para nosotros.
La lectura permite abrir nuevas oportunidades para que cada cual encuentre el modo de expresarse. Por ello, se puede aprovechar el hecho de leer para que afloren talentos ocultos y generar creatividad entre los estudiantes. Puede ser una experiencia personal memorable y puede erigirse como punto de partida para desplegar habilidades, fomentar la creatividad, conectar varias disciplinas y generar nuevos aprendizajes.

La lectura, en definitiva, tiene el valor de convertirse en una herramienta transversal con la que aprendan, piensen sobre lo que aprenden, vinculen lo aprendido con otras cuestiones del entorno y lo trasladen a un nuevo lenguaje explorando la creatividad.

Si leer es vivir, podemos proponerles retos creativos que salten directamente de las páginas y que unifiquen distintas disciplinas. Por ejemplo, podrían convertir una novela en una serie con la elaboración del guion cinematográfico y el rodaje posterior. También podrían crear un cómic con un final alterativo a la historia. Elaborar un podcast para comentar el libro y con una posible entrevista al personaje principal. Crear una ruta literaria, física o digital, según los ambientes descritos en la trama. Montar un escape room del que solo se puede salir conociendo los entresijos de la novela…

Vale la pena también fijar unas bases sobre cómo plantear las lecturas trimestrales. Ahí va mi propuesta:

En el primer trimestre, toda la clase lee el mismo título y realiza de forma individual el mismo trabajo creativo y reflexivo a partir del libro. Por ejemplo, escriben un diario del proceso de lectura con reflexiones personales que van más allá de lo leído.

En el segundo trimestre, disponen de cinco títulos a escoger y varias propuestas de trabajo creativo y reflexivo. Esta vez pueden elaborarlo de forma individual, por parejas o en equipo. Por ejemplo, crean un knolling literario, que es una técnica visual con los elementos más relevantes del libro colocados sobre una superficie plana; o montan una pizarra policial con las conexiones y pistas de la trama de intriga; fabrican algunas maquetas de los espacios del argumento…

En el tercer trimestre, no solo escogen el título que se van a leer (incluso pueden decidir el formato, ya sea novela, biografía, ensayo, cómic…), sino que también pueden pensar qué trabajo creativo y reflexivo quieren realizar según sus intereses. Por ejemplo, han creado campañas de marketing para publicitar el libro en redes y hasta han programado un videojuego según lo que han leído.

En definitiva, la metodología que empleemos en el aula para acercar la lectura es imprescindible. Como también lo es el instrumento de evaluación que vayamos a utilizar para despertar ese placer oculto de leer. Si buscamos la confianza de los estudiantes, deberíamos recomendarles siempre lecturas o materiales que puedan interesarles de verdad y ver hasta dónde pueden llegar. A veces, les sugerimos obras que queremos que se lean sin preguntarnos antes si van a servir para cautivarlos. Todo dependerá de nuestro grado de sinceridad y de qué objetivo nos marquemos. El mío es que lean.

 

Este artículo de Félix Rodríguez es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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