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Rafael del Moral

25 Oct 2022
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Las lenguas de España no son las que parecen

Son las lenguas realidades tan imprecisas y variadas que los lingüistas no pueden contarlas, ni siquiera de manera aproximada, en una época en la que se conocen con exactitud los barcos que navegan por los mares, las personas que se vacunan en un día o los electrones que giran alrededor de un átomo. No sabemos cuántas son ni está previsto que lo sepamos porque son tan difíciles de diferenciar, tan sutiles las fronteras, tan desigualmente usadas, tan cambiantes, que resulta imposible establecer un catálogo.

Se suele dar por bueno que existen una seis o siete mil. Se podría poner mucha más luz si, además del número aproximado de hablantes, un estudio riguroso las clasificara por edades (antiguas, en formación, recientes), por convivencia (con o sin hablantes monolingües), por los contextos que frecuenta (familiar, social, cultural), por los estudiantes que atrae (en cifras), por el sistema de escritura (carecen de él, lo tienen pero no lo usan, se usa en todos los ámbitos), por el bagaje literario (aunque sea una cuestión subjetiva), por las traducciones que recibe…

España no es ajena al desbarajuste. El recuento depende de quién y cómo lo observa. El rasgo principal de nuestro territorio es el de una lengua única común. Esa uniformidad no existe en Suiza, ni en Canadá, ni en China ni en otros países africanos o asiáticos.

La mayoría de las lenguas carecen de hablantes monolingües: el gallego, el vasco, el valenciano, el bretón, el galés, el veneciano, el calabrés, el sardo, el corso, el tártaro, el quechua, el náhuatl, el araucano, el guaraní, el uzbeco, el tayico, el osético y miles de lenguas más no sirven para cubrir las necesidades diarias de comunicación de sus hablantes. ¡Que nadie se espante! Las leyes naturales dotan de otra a los hombres y mujeres que la necesitan. Podríamos decir que la mayor parte de la humanidad habla y entiende al menos dos lenguas, y a veces tres, para cubrir, dicho de manera comprensible, tres tipos de necesidades de comunicación: familiar, social y cultural.

Por eso una visión más fiel de la realidad tendría que considerar a los hablantes en función de las lenguas que obligatoriamente conocen. Descubriríamos así que quienes hablan galés, bretón, valenciano o calabrés son diestros en inglés, francés, español e italiano respectivamente, y tan propietarios de un código como del otro, pues forman parte de la herencia vital y de su patrimonio familiar, social y cultural. Tendríamos por tanto que olvidar la relación individuo-lengua y tener en cuenta la pertenencia a una o varias lenguas como marca de identidad. En este sentido diremos que no existen hablantes de tártaro, ni de casubio, ni de alsaciano, ni de catalán, y es importante saberlo, y deberíamos citarlos con sus dos inseparables códigos: ruso-tártaro, polaco-casubio, francés-alsaciano, francés-catalán y español-catalán.

Variedades dialectales

Y añadiremos otra contribución adversa para el recuento, la situación de las variedades. El número global de hablantes de árabe o de hindi supera los doscientos millones, pero la dialectalización impide la comprensión. La certeza de que sean un único idioma queda, por tanto, en entredicho. Suele darse por bueno que el español no tiene dialectos, pero sí usos específicos o variedades que en el futuro podrán, o no, convertirse en lenguas, pero que muchos consideran hablas específicas con importantes rasgos que las identifican. Podríamos decir que a la lengua española modelo, que tanta gente usa o puede usar con independencia de su lugar de origen, muchos hispanohablantes añaden, para el uso local, el deje castellano, el andaluz, el canario, a los que todavía se podrían añadir las entonaciones y usos léxicos de Galicia, Asturias, Euskadi, Aragón, Cataluña, Extremadura y Murcia.

Glotónimos

Suelen conocerse las lenguas por más de un nombre, y eso confunde. Hay quien llama siempre castellano a la nuestra, o solo español, y otros usan ambas voces indistintamente.

Si muchos valencianos no se molestan cuando llaman catalán a la lengua que heredan en familia, otros se sienten ofendidos, según entiendo. En Cataluña, sin embargo, no encaja llamar valenciano a la lengua. Podríamos inventar el glotónimo catalanvalenciano, o cataciano pero la combinación no dejaría satisfecho a nadie porque las palabras fluyen en boca de los grupos sociolingüísticos sin que nadie pueda imponerlas. La Constitución de 1978, sin embargo, considera el catalán y el valenciano lenguas distintas, y en los documentos oficiales traducidos cuentan con dos versiones, algo que desborda el rigor de toda observación seria, pero que debemos respetar.

Menos conflictiva parece resultar la duplicidad vasco y eusquera. Vasco es glotónimo internacional, escrito con b en francés e inglés, eusquera es la voz para sus hablantes sugerida por el ideólogo Sabino Arana.

Bable, sin embargo, es glotónimo popular, y asturiano, culto, pero en la localidad portuguesa de Miranda del Duero se le llama mirandés. Nada que objetar, pues llaman Deutsch los alemanes a su idioma; los ingleses, German; franceses y españoles, alemán; italianos, tedesco, y rusos, nemetskiy.

Otros ejemplos de duplicidad los encontramos en la pareja hindi/urdu, la primera para los hinduistas indios, que la escriben con el alfabeto devanagari, y la segunda para los musulmanes pakistaníes que la escriben con el alifato árabe. Y también son la misma lengua el serbio y el croata, la primera usa los caracteres cirílicos propios de la iglesia ortodoxa; y los croatas, que son católicos, el alfabeto latino. En la época de la antigua Yugoslavia solía llamarse serbocroata.

Las lenguas de España

Ahora sí, al fin, podremos entender mejor el recuento de las lenguas de España, siempre que seamos tan prudentes como sensatos. A la pregunta: ¿Cuántas son? La respuesta, tras el preámbulo, no deja dudas: No se sabe. Entre cinco y veinte.

Para el POLÍTICO son seis: castellano; catalán y valenciano (que para tanta gente es la misma); gallego y vasco (que el estatuto autonómico llama euskera), y recientemente se ha añadido, por mayoría parlamentaria autonómica, el asturiano.

Para el LINGÜISTA existe una lengua de todos, tan propia como las otras, una lengua inevitable que condiciona la identidad, el español, término que la legalidad no nombra, pero única con hablantes monolingües que, como saben los lingüistas, es la condición que garantiza la estabilidad. Todas las demás son condicionadas, es decir códigos que no pueden vivir como únicos en el patrimonio de sus hablantes. La primera lengua condicionada o carente de hablantes monolingües, a la que, para una mejor comprensión cito emparejada, es el español junto con el catalán/valenciano/balear, pues solo así podremos hacer alusión a la unidad que identifica al hablante; las siguientes el español-gallego, y el español-vasco; y ya encontraríamos divergencias en la apreciación al considerar el español-asturiano, español-aragonés, español-aranés y también el español-catalán-aranés. Por respeto a quienes así lo consideran, bueno sería citar también el español-aragonés, si bien no entraremos en sus variedades.

Para el SOCIOLINGÜISTA, que estudia a los usuarios como grupo, consciente de su especificidad, la lista se desborda. Lo único que queda claro es que, si el estudio debe considerar más a la persona que a la lengua, en España tenemos dos tipos de hablantes: los monolingües que solo hablan castellano o español, y los ambilingües, que además de español tienen otra lengua propia, que puede ser una variedad del castellano: extremeño o castúo, andaluz, murciano, canario… O una variedad del valenciano-catalán: catalán, leridano, chapurriau (en la franja aragonesa), valenciano, balear, mallorquín, menorquín, ibicenco. O una variedad del gallego: fala (en el valle de Jálama, noreste de Cáceres), gallego de Asturias. O una variedad o dialecto del euskera o vasco: vizcaíno, guipuzcoano o navarro. Y también asturiano y aragonés, ninguna de las dos exentas de variedades. O una de las lenguas occitanas del sur de Francia anclada en España, el aranés. En el deseo del sociolingüista por zanjar la cuestión se llega a considerar que existe una lengua allí donde se utiliza un código de comunicación articulado que identifica a una comunidad de hablantes.

Entenderá mejor el lector la imposibilidad de contar las lenguas del mundo si solo en España tenemos el guirigay descrito. Por eso la cifra frívola de seis o siete mil no es sino una aproximación, que bien podría duplicarse con miradas más protectoras. Diré con humildad que en mi Diccionario Espasa de las Lenguas del mundo llegué a censar alrededor de mil quinientas, y entre ellas solo aparecen cinco españolas. Llegados a ese punto la investigación se hizo tan compleja que no avanzaba más allá de datos sueltos y poco precisos y comprobables. Esos miles de lenguas no censadas, además de no superar unas decenas de miles de hablantes, en el mejor de los casos, se preparan para su desaparición, que es lo que les sucede a las que carecen de hablantes monolingües en su lenta decadencia a través de los siglos empujada por otra que se presta mejor a cubrir la comunicación social y cultural.

Cuando una lengua muere nadie se queda sin habla porque ya tenía otra de la que se servía más. Por eso los hablantes pueden estar tranquilos con sus dos o mas herencias lingüísticas. Mucho menos probable es aprender las lenguas por imposición, ni exterminarlas por prohibición. Nunca le agradó a la especie humana que vedaran o forzaran el natural uso de sus modos de hablar.

 

Próxima entrega
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La adopción del asturiano como lengua cooficial en Asturias es un bien para quienes la utilizan, o tal vez no; y podría ser una complicación para la convivencia, o tal vez tampoco. El análisis de la situación del bable bien puede ayudar a entender cómo puede reactivarse la convivencia lingüística en el Principado de Asturias.

 

Este artículo de Rafael del Moral es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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