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Rafael del Moral

27 Jun 2022
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Expansión y decadencia de las lenguas de España

Tienen asegurado un futuro estable las lenguas que, con un considerable número de hablantes monolingües, son solicitadas libremente para su aprendizaje, viven sólidas en la transmisión familiar, suenan ágiles y enérgicas en boca de los jóvenes, disponen de tradición cultural enraizada y se usan, sin necesidad de ayudas, en la publicación de libros científicos, obras literarias y divulgación cultural.

Las que no disponen de hablantes monolingües ni de estudiantes que las aprenden en libertad, ni de continuidad en la tradición familiar, ni son manejadas con audacia por los jóvenes, ni se usan libremente en la publicación científica, tienen comprometido su futuro. En esta situación, seamos claros, se encuentran todas las lenguas de España, salvo el castellano.

Cambios de lenguas

Una vez generalizadas, las lenguas se expanden con facilidad. Así se extendió el griego, el latín, el árabe, el ruso, el francés y arraiga hoy el inglés, pues el hablante considera tan propia la lengua heredada en familia como la generalizada en la ciudad o la usada en la enseñanza. Aprender lenguas innecesarias puede resultar interesante, pero inútil para la comunicación, y obligar a estudiarlas, aún peor.

El proceso de cambio lingüístico es una constante. Si el latín desplazó y ocultó centenares de lenguas fue porque sustentaba las tácticas militares, la construcción de ciudades, los edificios públicos, los transportes, el ocio, la alimentación… Debió existir un periodo de ambilingüismo, es decir, de uso indistinto de íbero-latín, hasta que el íbero, menos capaz de dar nombre al progreso, desapareció, y cayó en el olvido.

Españoles de una sola lengua y españoles de dos lenguas

Los únicos españoles que hablan una sola lengua y con ella cubren la comunicación diaria son castellanohablantes. No existen, o son meramente anecdóticos, hablantes monolingües de catalán o valenciano, ni de gallego, ni de vasco, ni de asturiano ni de ninguna otra lengua. Todos utilizan dos y son propietarios de ambas, y la una es tan propia como la otra.

Si el aragonés y el asturleonés frenaron su desarrollo, mayor estabilidad prometen el catalán-valenciano, gallego y vasco. A su favor, el esfuerzo de los gobiernos autonómicos por dignificar su uso y convivir en igualdad de condiciones con la otra lengua propia de sus hablantes. Bienvenida sea, caso de que se lleve a cabo, la cooficialidad del asturiano. No encuentro en el pasado de la humanidad, ni en el presente, un esfuerzo tan grande y encomiable como el que protege a los españoles que desean utilizar su lengua en cualquier circunstancia, local o general, familiar o social, académica o coloquial, científica o popular. El esfuerzo debería pasar, para garantizar su futuro, por desplazar a la otra lengua propia hasta ahora más resolutiva, el español, para hacer un uso exclusivo que propicie el surgimiento de comunidades monolingües en catalán o valenciano, gallego o vasco.

Deben estos esfuerzos dotar a la lengua, en necesario contacto con el español, de medios sociales, económicos y culturales que le permitan ser usada de manera única. No debería ser imposible, tal vez, pero nunca en la historia una lengua en contacto con otra, y por tanto aceptada por sus hablantes para un mejor acomodo social, ha reaccionado hasta desplazar a la influyente. Las lenguas celtas, tomémoslo como ejemplo, que fueron las más extendidas y acreditadas de Europa en boca de hablantes monolingües, desaparecieron ocupadas por las latinas y las germánicas hasta tal punto que ya solo quedan cuatro reductos, tres en convivencia con el inglés: irlandés, escocés y galés; y uno con el francés, el bretón. Las últimas en desaparecer fueron el córnico y el manés.

Los cambios de lengua los marcan las nuevas generaciones, y suelen las lenguas preferir, pues así lo indica la tradición, lo útil a lo tradicional. El latín eclipsó al íbero, el castellano al mozárabe, y esos mismos cambios lingüísticos forzaron la desaparición de lenguas tan vivas e influyentes como el sumerio, el asirio o el egipcio.

Muestra la historia que los poderes públicos dejan correr a las lenguas por sus cauces.Pocos nadaron en India contracorriente para imponer las lenguas vernáculas, pues resultaba más útil el inglés; ni en Marruecos se empeñaron en llevar el árabe a la universidad, pues fue más sencillo hacerlo en francés; ni en Uzbekistán, el uzbeco a la docencia, pues respondía mejor el ruso. No ha desaparecido el inglés en Europa desde el Brexit, ni ha perdido estudiantes, ni se ha abandonado en las universidades suecas o húngaras, ni está previsto que lo hagan. Ni siquiera en universidades tradicionalmente enfrentadas al mundo anglosajón como las rusas sienten los estudiantes rechazo por una lengua que les resulta utilísima en el desarrollo profesional.

Recae, por otra parte, en los progenitores, la responsabilidad de la transmisión. Son ellos quienes deciden cómo hablar a sus hijos. Los monolingües de inglés, francés, español o ruso no tienen duda. Pero el futuro de las lenguas autonómicas que conviven con otra es mucho más comprometido. Solo una abundante elección del catalán-valenciano, gallego o vasco en la transmisión generacional, tradicionalmente castellanohablante, podría contribuir a expandir la lengua autonómica. Las estadísticas lingüísticas no dejan clara, y ni siquiera turbia, esta tendencia.

El francés, hasta hace apenas unas décadas lengua universal, inició una rápida decadencia porque fuera de Francia no se transmitía en familias. Apenas ha dejado huellas en países donde fue un importante instrumento de comunicación cultural.

Una mirada a la historia muestra que las lenguas se alimentan por la elección de los hablantes, y no por la imposición de los gobiernos. Los dirigentes, como ha venido sucediendo, se limitan a aceptar lo razonable, es decir, la lengua mejor instalada.

El arraigo de la politización de las lenguas

Antes del estatuto, el euskera fue, y probablemente sigue siendo, la lengua de uno de cada cinco vascos. Todos los esfuerzos por difundirla merecen tanto respeto como elogios. Desde 1991 el Gobierno vasco realiza una encuesta sociolingüística cada cinco años. Según el sexto estudio (2016) el 28,4% de la población del conjunto del territorio del euskera (Comunidad Autónoma de Euskadi, Navarra y País Vasco Francés) mayor de 16 años es capaz de hablar euskera. En comparación con la primera encuesta sociolingüística, 1991, ha ganado 223.000 hablantes. Los resultados aparecen en un documento de 267 páginas. Ninguna de ellas explica el significado de capaz de hablar euskera. Para informar sobre nuevos vascófonos, el encuestado debe indicar algo tan difícil de ponderar como si usa el vasco tanto o más que el español. Necesitamos llegar a la página 104 para que el documento se interese por el asunto que más garantiza la estabilidad de las lenguas, la transmisión familiar. Sorprende que no exista la pregunta que debe informar sobre el porcentaje de familias que transmiten la lengua y las que no. Otros gráficos parecidos se sobreponen sin despejar el principal.

Más compleja se muestra la protección del catalán-valenciano. La legislación contempla una sola lengua propia, aunque el castellano lo sea también desde hace siglos. Tampoco aparecen datos sobre familias que transmiten el catalán, y mucho menos sobre familias que transmiten solo el catalán. Resulta imposible saber si hay familias castellanohablantes que transmiten ahora el catalán a sus retoños, y contribuyen, por tanto, a revertir la tendencia.

Encontramos un ejemplo singular en el examen de estado de acceso a la abogacía, que mide los conocimientos teórico-prácticos y las normas deontológicas y profesionales de los nuevos abogados. La prueba se celebró el pasado 5 de junio y ofrecía a los 6400 aspirantes la posibilidad de desarrollarla en cualquiera de las lenguas cooficiales autonómicas. La libertad garantiza el derecho, pero solo un candidato solicitó hacerla en euskera, otro en gallego y 41 en catalán.

La decadencia

Que el catalán y el vasco pierden hablantes en los dominios administrados por la administración francesa es evidente. Cuando las lenguas carentes de monolingüismo no se protegen, el declive se acentúa. El vasco y el catalán languidecen en su dominio norteño, pues se muestran los jóvenes mucho más interesados en innovar en francés que en sus lenguas familiares. Los cuidados intensivos que reciben en los territorios españoles del sur pueden prolongar sus vidas si las nuevas generaciones se sirven de ellas, y solo de ellas, en todo tipo de comunicación, y también en el salón-comedor de las familias, lugar excelente para echar raíces. Pero una mirada más real deja ver que las lenguas de España sin hablantes monolingües y sin transmisión familiar atraviesan esa fase transitoria e irreversible de ambilingüismo. Es lo que enseña la historia.

Teniendo en cuenta que las lenguas necesarias se instalan solas en los individuos, sin esfuerzos ni artificios, sin clases ni exámenes, resulta meritorio promocionar a la lengua heredada en familia. Creo, sin embargo, que es obligado eximir —pues las lenguas no se instalan sin la voluntad del hablante— a quienes ni desean ni pueden aprender lenguas que no son necesarias para la comunicación.

 

Próxima entrega
No son las lenguas de España las que parecen
Una visión más fiel de la realidad debería considerar a los hablantes en función de las lenguas que utilizan como propias para cubrir las necesidades cotidianas de comunicación. Visto así, las lenguas de España no son las que suelen citarse, pues necesitamos otras perspectivas para describirlas con rigor y precisión.

 

Este artículo de Rafael del Moral es uno de los contenidos del número 14 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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