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Rafael del Moral

12 May 2020
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Firmas

Fundamentos históricos de dos lenguas universales: inglés y español

Todas las lenguas nacen con los mismos paños y son sepultadas en total abandono. Sin ceremonia de acogida y sin funerales, su paso por la vida suele ser discreto y silencioso. ¿Quién recuerda hoy el sumerio que con tanto afán y brillo inspiró el también perdido acadio y el asirio en la antigua Mesopotamia? Las lenguas se forman de manera natural, luego el azar transforma unas en favoritas y otras en secundarias, ensombrecidas o recluidas. Ninguna es inmortal.

Lenguas universales, independientes y condicionadas

La mayoría de las lenguas del mundo se muestran insuficientes para cubrir las necesidades de comunicación. Sus hablantes necesitan conocer otra que facilita la integración social y cultural. Desde hace más de medio siglo esta función la cumple el inglés, pero antes sirvió el francés, y durante los siglos XVI y XVII el español, que heredó la hegemonía del árabe, y este del latín, y el latín del griego. Y si nos remontamos más, el persa, el arameo y el sumerio fueron lenguas vehiculares, es decir, deseadas y estudiadas como el inglés ahora.

¿Por qué el latín, el francés, el inglés y el español son o han sido lenguas universales? Nacieron en un rincón del Lacio, en la Isla de Francia, en el seno de una tribu Germánica y en boca de pastores cántabros, pero una serie de acontecimientos propicios y de coincidencias afortunadas expandieron sus dominios, multiplicaron sus hablantes y sus palabras se dejaron querer. Otras lenguas corrieron distintas suertes, languidecieron apenas iniciadas o se mantuvieron pobres en hablantes, limitadas en difusión, perezosas en escritura y pronto tuvieron que servirse de otra de apoyo para suplir las carencias.

¿Y qué pruebas superaron el español y el inglés para ganarse la consideración de lenguas universales? ¿Cómo han conseguido ser cosmopolitas, admiradas y estudiadas y no tuvieron igual fortuna el italiano, el ruso o el bengalí? La suerte no es el resultado de la magia, pero sí de un proceso de aceptación de quienes las tuvieron primero como lengua secundaria y luego, unas generaciones después, hicieron de ella la principal.

Las lenguas no se imponen como tampoco se impone el afecto. Se accede a ellas con apego, con agrado y sobre todo acuciados por la necesidad. Se inculcan con dilección, con voluntad honesta, con amor reflexivo, con generosidad y tiento.

Durante la ascensión del potencial anglosajón se creó un odio sistemático a los poderosos. Estados Unidos y los ingleses fueron rechazados por las naciones hostiles de la misma manera que en su momento fue denostado el Imperio romano o el español. Nada de eso impidió, ni impide, que unos y otros, izquierdas y derechas, conquistadores y sometidos, ricos y pobres, nacionalistas y no nacionalistas eligieran el latín y hayan elegido hoy el inglés como lengua adquirida, y muestren por él afecto y diligencia. Ese mismo afecto y entrega mostraron, salvando las distancias, navarros, aragoneses, catalanes, valencianos, mallorquines y menorquines por el este, y leoneses, astures, gallegos y portugueses por el oeste cuando la lengua española fue entrando en sus territorios sin que nadie la recomendara, sin que nadie lo ordenara, sin decretos polémicos, sin multas, sin subvenciones, sin exigencias ni coacciones. Los catalanes del siglo XVI dejaron de escribir en su lengua para hacerlo en castellano porque les pareció más útil, es decir, la misma razón que impulsa a escritores actuales de la India que tienen como lengua materna el malabar o el asamés a hacerlo en inglés.

La mayoría de las lenguas universales viajaron en la mochila de los soldados. El ejército de Alejandro Magno condujo el griego por el Mediterráneo, el de Julio César extendió el latín por las Galias, los dirigentes de la yihad sembraron el árabe por Oriente Medio, y el conquistador Jacques Cartier llevó el francés a Canadá con parecidos medios a los utilizados por Hernán Cortés y Pizarro cuando introdujeron el español por las Indias.

Pero… ¿cuáles son las razones últimas que impulsaron las dos lenguas más influyentes del planeta? Cabría pensar en una amplia variedad de situaciones, de coincidencias afortunadas, de escenarios aventajados, de voluntades inequívocas y de momentos de esplendor, pero ninguno podría justificar la universalidad, la atracción y otros muchos escenarios que han impulsado el español y el inglés a espacios tan privilegiados.

Castellano, español de España y español de América

Aunque para entender la historia es necesario ir despacio, ritmo tan enfrentado al de este artículo, diré, aún desatando la polémica, que el momento decisivo para el desarrollo de la lengua española en América no fue el de las conquistas, ni las leyes de Carlos I y Felipe II, casi siempre tendentes a facilitar la lengua que más contribuyera al entendimiento; ni la gallardía de los colonos; ni las artes de los poderosos. Fueron, eso sí, dos razones poderosas.

La primera se extendió desde el primer viaje de Colón hasta la independencia de los países americanos. Se trata de la facilidad con la que primero los conquistadores y luego los colonos encontraron hermosas y atractivas a las nativas que, dicho sea de paso o a contratiempo, no acostumbraban a excederse en atuendo para una mejor defensa frente a la temperatura tropical. Por entonces, si no autorizó, la Iglesia sí al menos consintió que fervientes exploradores católicos tuvieran, sin pena alguna, mujer en Castilla y esposa en el Nuevo Mundo, que bien sabía Dios que las naturales llamadas del deseo con tan marcadas distancias debían ser facilitadas para un mejor desarrollo de la comunidad católica.

Por eso exploradores y caribeñas formaron matrimonios mixtos con descendencia bilingüe y, como la historia ha demostrado en numerosas ocasiones, el conocimiento bilingüe prioriza, una generación tras otra, la pervivencia de la lengua más útil en detrimento de la menos considerada. Sin embargo no hubo suficientes exploradores para colmar los deseos de las autóctonas, ni siquiera cuando aquella recompensa era un aliciente para embarcarse, y por eso la lengua de los incas, el quechua, llegó a tener más hablantes en la época colonial que en la imperial.

No compartieron esos mismos principios los puritanos anglosajones cuando fundaron la nueva ciudad de York en el continente americano; ni mostraron la misma pasión por las jóvenes indias, ni formaron matrimonios mixtos. Más tardíos en sus viajes, no siempre dejaron en casa a sus cónyuges; y nunca compartieron las culturas. Ustedes saben perfectamente de qué manera contribuyó, sin embargo, la riqueza cultural azteca, inca y maya del colonialismo castellano en la cotidianidad del viejo continente. Si asistimos a la lenta decadencia del francés como lengua hegemónica, se lo debemos a la habilidad con la que nuestros vecinos galos rechazaron el emparejamiento ambilingüe.

Para la segunda razón debemos recordar lo que sucede cuando la diplomacia de Napoleón engulle la monarquía española a principios del siglo XIX y el imperio colonial americano, abandonado a su suerte, se desmorona y organiza su independencia. Por aquella época el castellano era una lengua más añadida a las amerindias con relativo arraigo en el continente, pero con una sólida tradición cultural, y la más útil para facilitar la unidad lingüística de una nación. Este es precisamente el momento del despegue. Solo entonces el español se alza como lengua oficial de las administraciones y gobiernos porque nadie ignora que un pueblo no es gobernable desde el multilingüismo.

El gran momento del inglés en el mundo

El inglés se distinguió como utilísimo en el momento de la independencia del pueblo americano. Poco importó que en Texas, Arizona y California el español fuera la lengua propia porque aquellos hablantes, al igual que irlandeses o polacos, sintieron la necesidad de añadir el inglés para una mejor convivencia. Pero si alguien todavía dudara de la naturalidad con la que conquistadores y colonos respetaron el quechua, el náhuatl y el guaraní, recordaremos que estas lenguas precolombinas son todavía millonarias en hablantes, mientras que entre las amerindias de norte no hay una sola que alcance los 100.000 usuarios.

El gran momento del inglés, su irradiación, toma impulso no tanto por méritos propios, aunque también, sino por los deméritos del viejo continente después de las dos guerras europeas. Y las guerras, como es sabido, las pierden vencidos y vencedores. Pero no hubiera brillado el inglés por el mundo de no ser por la capacidad del pueblo norteamericano para entenderse con leyes básicas, para limpiar de guerras tantos años su territorio, que no los ajenos, y, sobre todo por haber sido capaz de colocar su tecnología en los primeros puestos mundiales, y de haber hecho de su cine y su música un lenguaje universal entendido desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, desde Vladivostok hasta Cádiz. Tal aceptación cultural sería ahora impensable en otras lenguas muy habladas como el hindi, el japonés, el bengalí o el suajili.

Mil quinientos millones de personas estudian la lengua del imperio norteamericano, y el español, veintidós. Bueno sería que los profesores que enseñan una y otra, con sus grandes diferencias, sepan transmitir que se trata de códigos útiles añadidos a las lenguas propias para facilitar el entendimiento entre los pueblos y las naciones.

 

Próxima entrega:
Inconveniencias ocultas en el aprendizaje de lenguas extranjeras
Las lenguas se instalan suavemente cuando son necesarias, ya procedan del aprendizaje natural o de la enseñanza en el aula. Las dificultades se presentan por la confusión entre lenguas heredadas o propias, que no solo son las maternas, lenguas adquiridas sin funcionalidad, y también por la frecuente ausencia de intencionalidad en el aprendizaje.

 

Este artículo de Rafael del Moral es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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