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Rafael del Moral

01 Oct 2019
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Espacios y usos en la trayectoria común del euskera y el castellano

Ya nos gustaría saber cuándo y cómo nació la lengua vasca, de dónde procedían sus hablantes, por qué se instalaron allí y si lo que hablan hoy se parece a lo de entonces, pero la investigación se pierde en un pasado turbio, que no de turbulencias. Así que imaginamos mal el idilio vasco-latino y el grado de intimidad. Sabemos que las influencias fueron mutuas y cordiales, y que no tuvieron riñas ni desacuerdos hasta épocas recientes.

En la biografía del vasco, en efecto, no figuran sus progenitores, ni lugar o fecha de nacimiento, ni anécdotas de su infancia, ni su carácter y estilo de juventud y madurez. Es imposible saber su edad, ni siquiera de manera aproximada. En el silencio de los tiempos, lo imaginamos en su vecindad con el aquitano, tan desconocido también, y en una cercana y tal vez fiel amistad con otras lenguas vecinas como el galo, el íbero o el celtíbero. Parece evidente que se trata de la única lengua superviviente de oleadas de visitantes anteriores a los romanos.

Lenguas en pareja

Las lenguas se emparejan sin consentimiento, no lo pueden evitar; y sin posibilidad de divorcio. Ninguna obliga a la otra a compartir morada. Por lo general se llevan bien, incluso cuando una empieza a debilitarse a la vez que la otra crece.

Vasco antiguo y latín se conocieron cuando los soldados romanos pasaron por Vasconia en plan conquista. Los lugareños, reacios, se escondieron en las montañas y les fastidiaron el proyecto. Imaginamos que más tarde les encantó aprender la lengua del Imperio. Eso mismo hicieron galos, íberos y celtíberos con el mismo encanto que ahora nos acercamos a la moderna lengua imperial, el inglés. Como era gente tenaz y poco viajera, el vasco no desapareció. Esa resistencia fue golosina para lingüistas como Humboldt, Schuchardt y Luis Luciano Bonaparte. El hecho es que se habló, según sospechamos, en una amplia zona de los Pirineos que se extendía por el norte hacia el río Garona, y hacia el Ebro por el sur.

La lengua primigenia del vasco actual fue analfabeta, y el moderno vasco también, hasta que un clérigo del lado francés se atrevió a redactar en 1545 un libro con título en latín, Linguae Vasconum Primitiae.

Estos maridajes no son excepción en la historia de las lenguas. Solo en Europa, encontramos unos cuarenta domicilios ambilingües: bretón y francés, galés e inglés, valenciano y español, siciliano e italiano, tártaro y ruso… Y fuera de nuestras fronteras, muchísimos más. Estas lenguas en contacto evolucionan con la pérdida de espacios geográficos y sociales de una de ellas en la misma proporción que la otra los gana. Los vascófonos se dejaron llevar durante siglos por la utilidad del español o del francés. El manés en la isla de Man y al dalmático en las costas adriáticas desaparecieron abandonados por sus hablantes y eso puede sucederle pronto al vasco usado en territorio francés. Para que ese desarrollo natural se entienda diremos que de las decenas de lenguas en que se fragmentó el latín solo unas pocas tienen hoy vida independiente, entre ellas el italiano, francés, español y portugués. Quienes no reciben de sus progenitores una de estas han de añadir otra: los de occitano, francés; los de sardo, italiano; los de gallego, español; los de romanche, alemán, y así varias decenas más.

En el siglo XIX, cuando llegaron los aires románticos que tanto contribuyeron al renacimiento del gallego y del catalán, las provincias vascongadas ni exaltaron los nacionalismos ni se emocionaron con las libertades. Felices en su ambilingüismo, vascos y vascas llevaban siglos de convivencia impecable, incluso cuando pasó por allí el político Sabino Arana (1865-1903), explorador de la conciencia vasca. Defendía el ideólogo la independencia de Vizcaya, a la que debían añadirse las restantes provincias españolas y francesas hasta formar una Euskalerría federal. En defensa de lo vasco diseñó una bandera, la ikurriña, inspirada en la de Inglaterra, y un topónimo nacionalista, Euskadi, que tomó de la raíz eusk- más el sufijo que significa colectivo: -di. Consideraba, en su dimensión de filólogo, que la raíz apoya el invento del prefijo euzko- a partir de la voz eguzki (sol). Para ello necesitó dar por cierto que los antiguos vascones adoraban al astro rey y se consideraban sus hijos. Propuso un modelo ortográfico unificado, pero defendió que cada dialecto, en vista de las dificultades de comprensión, fuera tratado como lengua independiente. Y sugirió, con principios más políticos que filológicos, que los préstamos románicos, tan frecuentes, fueran sustituidos por palabras patrimoniales, pues son los vascos una raza que habita un país (Euskadi, no Vascongadas) y que hablan una lengua (el euskera, no el vasco). Así fue como el idioma huérfano se alió con un ideario político-simbólico sometido a cambios según las modas.

El despertar del euskera

En el siglo XX, surgieron periodos de convulsión, seguidos, en el último tercio, de otro de rescate. Para sus hablantes cumplía el euskera la misión encomendada, la de servir para las necesidades familiares, e incluso literarias, tradicionalmente orales. Los textos escritos fueron, para muchos, cosa de curas, pues solo la Iglesia se mostraba interesada. Y cuando todo dejaba indicar que la lengua languidecía, se iniciaron, en el territorio sureño (en el norte siguió el impulso de los siglos), síntomas de acomodo social. La propulsión se inició con las primeras ikastolas (1960), con la dotación de norma escrita (euskera batúa, 1968) y con el galardón que hubiera merecido tener desde su bautizo y nunca había obtenido: su reconocimiento oficial (1978). Apoyada y promovida por las instituciones públicas, la lengua, su léxico, se introduce en la mayor parte de los usos, incluso en los casos en que no contribuye a la fluidez de la comunicación.

El euskera llega hoy, en distintos niveles de destreza, a buena parte de la población. El Estatuto de Autonomía lo reconoce como lengua propia, y como cooficial al castellano, aunque no tengan los vascos más lengua común que el español.

Aún hay quien cree que cada país tiene su lengua, y por tanto a Bélgica le corresponde el belga, a Suiza el suizo y a Australia el australiano, y no saben que la lengua de Castilla brotó en boca de vascófonos, en el seno de un sector de su población que no era advenedizo, sino arraigado, de modo que es producto del genio vasco y pertenece, por ende, a los vascos, con el derecho de posesión que otorga el nacimiento. Es el castellano, digámoslo con soltura, un latín vasconizado, una lengua creada por vascófonos que se servían del latín. Es verdad que en numerosas familias ambilingües el euskera se dejó de transmitir, qué pena, por innecesario. Es una tendencia natural. De una manera u otra hoy solo cabe decir que la lengua de los belgas es el francés y la de los vascos españoles el español, y la de los australianos el inglés.

Convivencia feliz

La política lingüística de recuperación cultural está bien vista, y es por lo general aceptada. Sin embargo, la valoración del euskera como mérito obligado para el acceso a puestos públicos ha sido motivo de conflicto porque forma parte del éxito o fracaso en la carrera profesional de quienes, siendo vascos, no heredaron el euskera. Visto en su contexto, tan legítimas parecen las reivindicaciones de los ambilingües (hablantes de español y de vasco con el mismo nivel de destreza) como las de los monolingües (solo español). Pero resulta imposible, además de inimaginable y tal vez insufrible, enseñar euskera a todos los vascos. No se puede, o al menos cuesta mucho, aprender una lengua que no es básicamente necesaria.

Con esa voluntad de acercamiento se ha puesto de moda, para afianzar la identidad, salpicar el castellano de voces vascas. Se le da así un tinte local que evoca la pertenencia al mundo vasco. Distinguen los arraigados entre la lengua propia, el euskera o euskara, y la ajena, sea esta la que fuere: erdera (etimológicamente media lengua, de erdi ‘medio’). El que habla euskera es euskaldun (‘el que posee el euskera’) y todos los demás: erdeldun (‘el extranjero’). Nada que objetar. También griegos y latinos llamaban bárbaros a quienes no entendían.

Sabino Arana prefirió vasconizar: euskera por vasco, euskaldun por vascohablante, y euskaldunzarra para quien lo tiene como lengua materna. Los que consiguen hablar vasco, pero hablan castellano en familia, son los euskaldunberris. La Real Academia Vasca es la Euskaltzaindia; los informativos, teleberri; la policía, la ertzaintza, y el servicio de salud, osakidetza: añadamos lehendakari por presidente del Gobierno y lehendakaritza por presidencia del gobierno. Se tiñe así de euskera, como las damas elegantes, el castellano.

Los antropónimos, también teñidos, se inspiran en la obra póstuma de Arana, Deun Ixendegi Euzkotarra (Santoral Onomástico Vascongado), que propone que los acabados en a sean masculinos y en e, femeninos: Kepa / Kepe (de Kaiphas, Pedro / Petra), Edorta / Edorte (Eduardo), Pederika / Pederike (Federico), Joseba / Josebe (José).

El universo antiguovasco-latín y más tarde vasco-castellano convivieron sin tensión social. Los acontecimientos del siglo XX son los que fueron y mejor olvidar sin ira. Bueno sería mirar al futuro con respeto, con prudencia y, si fuera posible, con voluntad de integración, pues los hablantes de vasco han de contar con el español, digámoslo sin ambages, por y para siempre.

 

Próxima entrega
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Este artículo de Rafael del Moral, sociolingüista y lexicógrafo. Presidente de la Asociación Europea de Profesores de Español (AEPE), es uno de los contenidos del número 4 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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