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Álex Grijelmo

Doctor en Periodismo, dirige la Escuela de Periodismo de El País. Ha publicado nueve libros sobre periodismo y lenguaje.

15 Nov 2019
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Firmas

El tedio entrecomillado

Las noticias, las crónicas y los reportajes que se publican en los diarios muestran unas estructuras cada vez más parecidas entre sí. La reiteración en las construcciones sintácticas y en el uso de determinadas plantillas tipo está convirtiendo esos textos en tediosos y previsibles.

En el número 1 de Archiletras comenté la mala costumbre de comenzar las noticias, las crónicas y los reportajes con un complemento circunstancial y no con un sujeto. Lo llamé entradillas inversas. Ahora me adentro, más brevemente, en la ya insoportable manía de los entrecomillados inversos: aquellos en los cuales la declaración precede al nombre de la persona que hizo las manifestaciones al periodista.

En nuestras conversaciones espontáneas expresamos primero quién dice algo y después aquello que ha dicho. «Eduviges me dijo que vendrá mañana» constituye una oración fácil, que sale sin reflexión alguna acerca de su estructura, y que se comprende de inmediato. La alternativa «Que vendrá mañana me dijo Eduviges» encaja también en el sistema de la lengua castellana, pero precisa de unos milisegundos más de preparación primero, y de comprensión después, en relación con la otra posibilidad. Si esa estructura se repite incesantemente, causa un cansancio subliminal en el lector, que propenderá a abandonar el texto.

Cuando invertimos el orden sintáctico porcentualmente mayoritario, lo hacemos para resaltar alguno de los elementos de la oración; al sacarlo de su lugar natural, le otorgamos un resalte mayor. Y lo descodificamos de este modo: si ocupa el lugar del sujeto, será por algo.

«Me dieron cien euros» no expresa lo mismo que «Cien euros me dieron», aunque todas las palabras coincidan y también sus relaciones gramaticales.

El periodismo actual en España, sin embargo, se empeña con una asiduidad estomagante en alterar sin ningún motivo el orden sintáctico de más fácil comprensión. No solo multitud de informaciones, reportajes, crónicas, artículos… comienzan con un adverbio, con un complemento circunstancial, con un circunloquio asfixiante, sin que aquello que se cuenta en tales palabras ofrezca una importancia superior a la del sujeto. También sufrimos, en el colmo de la reiteración y del aburrimiento, los entrecomillados en los cuales aparece primero lo que alguien dice, y después quién es la persona que lo ha dicho.

De ese modo, el lector empieza a escuchar una voz que no sabe a quién pertenece. Tras una larga frase abarcada por las comillas de entrada y las de salida, se encontrará por fin con el sujeto; es decir, el personaje que la ha pronunciado. Y en ese instante deberá recomponer todo el mensaje en su mente para revisar la importancia de lo que acaba de leer, en función de la personalidad del sujeto ya, por fin, conocido. Y eso, que ocurre muy a menudo en la primera frase de un reportaje, se reitera sin ritmo y sin originalidad en todo un texto.

Veamos este ejemplo imaginario: «“Ricardito me pidió que lo llevara a casa porque ya estaba cansado de andar por toda la ciudad, tenía hambre y se le habían roto los zapatos”, dijo el policía municipal».

Cuando llegamos al sujeto autor de la frase entrecomillada es cuando comprendemos la verdadera idea de lo que se nos está contando; y al hacerlo, debemos recalcular los significados anteriores que hayamos podido comprender.

Y algo parecido ocurre en este otro supuesto, pero con un sentido diferente: «“Ricardito me pidió que lo llevara a casa porque ya estaba cansado de andar por toda la ciudad, tenía hambre y se le habían roto los zapatos”, dijo su padre».

Si en ambos casos se hubiera empezado con «el padre de Ricardito dijo que su hijo le pidió» o «el policía municipal dijo», la comprensión habría resultado más sencilla.

Al recomponer todo el relato en los ejemplos anteriores, se sentirá una cierta pérdida de tiempo en ello, por culpa de la lectura de unas palabras que no nos habían permitido entender con facilidad lo que se nos estaba contando.

El entrecomillado inverso puede servir para novelas o textos en los cuales se suceden los interlocutores entre sí y en los que vamos adivinando el turno de cada cual. Y no obstante, el sujeto hablante suele aparecer enseguida, a menudo entre rayas: «No es lo que yo esperaba —dijo Ifigenio—, es mucho peor». Pero esto no funciona cuando el nombre de quien hizo la declaración constituye una incógnita que se agranda según avanza la lectura.

Si en los textos informativos se situara primero el sujeto hablante y después el entrecomillado con lo que haya manifestado (al revés de lo que sucede cada vez con mayor frecuencia), evitaríamos que el público tuviese que acometer un esfuerzo de recomprensión o de reinterpretación.

Sobre todo, porque en multitud de ocasiones un entrecomillado inverso sucede a otro, con distintos hablantes; y al toparnos con el segundo creemos que continúa en el uso de la palabra la persona anterior.

La repetición de esa estructura hasta la náusea hace cada vez más aburridos los reportajes y las crónicas que se pretenden brillantes.

El periodismo debe estar alentado por la transparencia y la facilidad en la comprensión del relato. Hemos de ser conscientes de que competimos con el cruasán que el lector tiene a su alcance mientras nos lee, ya se trate de un periódico impreso o de una publicación digital. Y cualquier dificultad inconsciente en el procesamiento hará que el destinatario de nuestros mensajes mire de reojo el cruasán y, sin mediar proceso racional al respecto, acabe dándole un mordisco. Para cuando vuelva al diario, quizás se fije ya en otra cosa.

Se nota mucho la diferencia al encontrar esos mismos géneros en los diarios hispanohablantes de América. El lector español acostumbrado a leerlo todo del revés encontrará un placer inmenso al comprobar que en la mayoría de aquellos diarios van primero los sujetos y luego sus declaraciones.

El periodismo español, por el contrario, sigue pegándose sin descanso un tiro en el pie cada vez que puede. Y así nos ponen los huevos las gallinas.

 

Este artículo de Álex Grijelmo es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en kioscos y librerías.
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