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Álex Grijelmo

Doctor en Periodismo, dirige la Escuela de Periodismo de El País. Ha publicado nueve libros sobre periodismo y lenguaje.

21 Nov 2018
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Comienzos del revés

El texto que escribe un periodista suele competir en Internet con la impaciencia del público; y en el diario impreso, con el cruasán del desayuno. Por eso no se deberían dar facilidades a los rivales.

El redactor debe conseguir que la entradilla o primer párrafo de una noticia enganche al lector por la solapa para que no se le escape. Sin embargo, algunos informadores escriben cada vez con más ahínco entradillas inversas que expulsan al público de sus textos. En vez de componer noticias, crónicas o reportajes fáciles de entender, someten al lector a una prueba de resistencia; especialmente en el párrafo destinado a captar su atención.

El diario que leo cada mañana contenía, en una cata que hice en marzo de 1987, solo 3 informaciones (sobre un total de 77) que no empezaban por el sujeto. En otra prueba, de marzo de 2011, eran ya 16 sobre 70. En una tercera incursión retrospectiva, de marzo de 2013, subían a 20 sobre 65. En la última, el pasado 16 de septiembre de 2018, hallé 23 entradillas inversas sobre un total de 81 textos. Y eso que su Libro de Estilo las desaconseja.

Esto sucede porque el autor ordena las palabras según la importancia que les atribuye, pues imagina que el lector las capta de una en una, cuando en realidad sucede lo contrario: se identifican antes las estructuras sintácticas que los significados. Y si la estructura sintáctica está desordenada, eso obliga a un mayor esfuerzo a quien se ha tomado la molestia de desatender la publicidad que le surge en la pantalla o el café con leche que humea en la mesa.

Me refiero a ejemplos como este, publicado el domingo 9 de septiembre de 2018. La crónica comienza así:

Además de aquella fecha clave del proceso secesionista –9 de noviembre de 2015, día en que el Parlament aprueba las bases del ‘Estado catalán independiente’— y de la inmediata anulación de la resolución por parte del Tribunal Constitucional, la cronología de la ‘insurrección violenta’ tiene otras fechas muy significativas, según la fiscalía.

Sin duda, habría resultado más legible de este modo:

La fiscalía considera clave en el proceso secesionista el momento en que el Parlament aprobó las bases del ‘Estado catalán independiente’, el 9 de noviembre de 2015; una decisión que provocó la reacción inmediata del Tribunal Constitucional. Pero esa ‘insurrección violenta’ separatista tiene además otras fechas muy significativas.

El segundo ejemplo lo tomo de un diario madrileño del 10 de mayo de 2014:

Cuando Adolfo Suárez Illana compareció ante los medios de comunicación el pasado 21 de marzo para anunciar que la salud de su padre se había deteriorado y que el desenlace era ‘inminente’, ya sabía que estaba enfermo.

De ese modo, no queda claro si Suárez Illana sabía que estaba enfermo su padre o si sabía que estaba enfermo él mismo.

La lectura habría resultado más cómoda con este orden:

Adolfo Suárez Illana ya sabía que estaba enfermo cuando compareció ante los medios de comunicación el pasado 21 de marzo para anunciar que la salud de su padre se había deteriorado.

Los psicolingüistas nos han explicado en diferentes obras que se comprenden con mayor facilidad las estructuras más usuales de un idioma (en español, sujeto-verbo-complemento) que una alternativa diferente (complemento-sujeto-verbo).

También han dejado claro que los pronombres y las anáforas en general, así como las elipsis, se entienden antes si el antecedente ya se ha expresado y si está cerca de su consecuente. Por eso también se dificulta la comprensión en un ejemplo como este, publicado el 1 de abril de 2013:

A pesar de las publicitadas maniobras desde las filas conservadoras contra su liderazgo, ningún observador político se arriesga a vaticinar la inminente caída de David Cameron.

Ese texto comienza con una cláusula complementaria, y el adjetivo posesivo «su» aparece sin que en ese momento preciso se pueda saber a quién corresponde.

Se habría facilitado la lectura con esta otra opción:

Ningún observador político se arriesga a vaticinar la inminente caída de David Cameron a pesar de las publicitadas maniobras desde las filas conservadoras contra su liderazgo.

Esfuerzo doble

Cuando vemos una persona vestida de rojo, reproducimos en nuestra mente ese orden de los factores: lo más relevante es que se trata de una persona, y después reparamos en el color que viste. No diríamos «de rojo vi una persona»… a no ser que se hubiera creado antes un contexto. (Por ejemplo, «¿cuántas personas viste vestidas de rojo?»).

Por su parte, la noticia que muestra el complemento antes que lo complementado obliga a mantener aquél en reserva, latente en el cerebro, hasta que se encuentra el verbo principal y se obtiene, ya sí, el sentido completo. Y eso precisa un esfuerzo doble.

Si el periodista cree que lo importante de su relato es la circunstancia, debe convertirla en el sujeto: «Una chaqueta roja es lo que vestía Juan en la fiesta blanca de Ibiza» (en vez de «vistiendo una chaqueta roja a la fiesta blanca de Ibiza llegó Juan»).

Todo procesamiento cognitivo de un texto consta de una fase de construcción y otra de integración. En la primera, la construcción, nos informamos sobre la estructura de la frase (sintaxis); y en la segunda, la fase de integración, entendemos el significado completo (sentido). Cuanto menos se distancien la construcción y la integración, mayor facilidad se dará para comprender el mensaje. Por tanto, hay que procurar en la medida de lo posible que la comprensión sintáctica vaya paralela a la semántica, porque «el lector va activando los esquemas de conocimiento pertinentes que permitan explicar e integrar la información aportada» (Téllez, 2005: 171).

En efecto, el cerebro humano ha adquirido una enorme destreza para identificar las estructuras sintácticas. Es capaz de comprender el sentido de la acción incluso aunque no entienda ni una palabra.
Por ejemplo, si escribimos:

La pasfola evirrenterá antes del plumíledo de acaranor.

Al leer esa oración ininteligible, hay un aspecto de la comprensión que sí funciona, y que llega a crear una estructura mental. Esa percepción interpreta la relación entre los vocablos: sabemos que ahí tenemos un sujeto, un verbo y un complemento circunstancial.

Los psicolingüistas nos han enseñado también que se lee y se entiende más deprisa «Edilberto telefoneó a Fernando porque él necesitaba hacer esa llamada» que «Edilberto telefoneó a Fernando porque él necesitaba recibir esa llamada». La sintaxis, pues, condiciona la percepción más fácil o más difícil del sentido.

Eso se debe a que el cerebro va componiendo significados, y en ese ejemplo «él» resulta más fácil de entender si se refiere al sujeto. En la medida en que defraudamos al lector, dificultamos la descodificación; porque el ser humano intenta dar sentido cuanto antes a la lectura que está haciendo (García Madruga, 1995; Altmann, 1999). Y retrasar ese proceso producirá incomodidad al lector.

Veamos esta frase:

El matrimonio que pensaba tardaba más de la cuenta se celebró la semana pasada (Altmann, 1999: 111.)

Se aprecia con claridad que nuestro cerebro va componiendo sentidos parciales erróneos, y eso le lleva luego a recalcular todo lo leído cuando ve que el conjunto no se entiende para comprender la idea principal: «El matrimonio (…) se celebró la semana pasada». Y ese proceso innecesario tiene un coste adicional. Eso enlaza con la teoría de búsqueda ordenada: siempre se favorece la opción más sencilla, el significado más frecuente (Reed-Ellis, 2007: 305 y 312). Y solo se desactivan los sentidos inferidos si se produce una incongruencia.

Lo apreciamos en ese otro ejemplo que aporta Altmann (1999: 92):

Me regalaron un libro que leeré con mucho interés ayer.

No se puede decir que la formulación sea incorrecta. Pero sí que, de nuevo, obliga a un esfuerzo innecesario y a rectificar la primera idea obtenida.

Por tanto, cuanto más previsible sea la estructura gramatical, más comprensible resultará su lectura.

Altmann se pregunta por qué el cerebro elige una estructura errónea antes que la correcta. Simplemente –nos respondemos–, el receptor espera del emisor que ponga cada cosa en su sitio porque desea mantener una comunicación leal y comprensible. Es decir, respetando la máxima de claridad formulada por Herbert Paul Grice (Logic and conversation, 1975: 47).

Lo apreciamos también con esta sucesión de ejemplos, en la que los esfuerzos que se piden al lector para comprender de inmediato las siguientes oraciones son progresivamente más sencillos a medida que alteramos el orden:

A Rajoy para suceder hasta ayer era Núñez Feijoo el mejor situado político.

Hasta ayer, para suceder a Rajoy el mejor
situado político era Núñez Feijoo.

Para suceder a Rajoy, hasta ayer el mejor
situado político era Núñez Feijoo.

Para suceder a Rajoy, el político mejor situado hasta ayer era Núñez Feijoo.

Núñez Feijoo era hasta ayer el político mejor situado para suceder a Rajoy.

La ayuda del contexto

Sin embargo, estas normas cruciales para la entradilla se pueden relajar a lo largo del texto. ¿Por qué? Porque hace falta quebrar la monotonía y porque ya habremos creado un contexto que permita comprender mejor cada palabra, al ir conformando unas expectativas del lector que se van cumpliendo; y tal vez también al combinar la información nueva (rema) dentro de la conocida (tema), para que se interprete mejor.

Por tanto, las preferencias por las construcciones habituales desaparecen si se da un contexto previo que permite comprender mejor las que se desvían de la estructura habitual.

Proceso de comprensión

En el proceso de la comprensión de un texto se dan, pues, los siguientes pasos, por este orden:

1. Comprensión sintáctica. Como hemos visto en el caso de «la pasfola evirrenterá…», la comprensión sintáctica permite al lector conocer la estructura de un texto independientemente de sus significados. Aunque el significado no exista, la estructura sintáctica puede reconocerse con facilidad.

2. Comprensión semántica. La comprensión sintáctica no completa el mensaje ni total ni parcialmente hasta que el cerebro percibe un significado coherente con él. Por ejemplo, podemos comprender todos y cada uno de los significados de una oración, y sin embargo resultar incomprensible en su conjunto. («La ventana comió la hermenéutica de Marisa»).
Cuanto más paralelos discurran el proceso sintáctico y el proceso semántico, más sencillo le resultará al lector entender el mensaje. Cuanto más se disocien, más esfuerzo necesitaremos.

3. Comprensión pragmática. La comprensión pragmática, o comprensión de sentido, se produce al relacionar el mensaje sintáctico y el semántico con un contexto o con un ambiente. Por ejemplo, la frase «las azucenas florecerán durante el verano» puede significar en una determinada situación: «Las cosas llegarán a su debido tiempo».

Los psicolingüistas nos han explicado también que los lectores a quienes se ha alterado el orden habitual de la oración tienden a reorganizar el texto en sus resúmenes, lo que muestra que existe un esquema argumentativo en la comprensión lectora.
Por tanto, cuando el orden del esquema presentado no es el canónico, se tiende a restablecer el orden usual. Y eso, como decimos, obliga a un esfuerzo.

María Eugenia Dubois (1996: 11) afirma que «el sentido del texto no está en las palabras u oraciones que componen el mensaje escrito, sino en la mente del autor y en la del lector cuando reconstruye el texto en forma significativa para él». Por esta razón no hay significado en el texto hasta que el lector decide que lo haya.

Por su parte, Leyre Ruiz de Zarobe (2011: 142) escribe que los textos canónicos o prototípicos de la estructura benefician el procesamiento, la comprensión y la memorización, frente a los textos cuya organización no es canónica.

Con todo ello, entendemos que un periodista que desea atrapar al lector debe ofrecerle en su primer párrafo una frase que no levante sus resistencias, que suponga un ingreso suave en el texto y que, por tanto, no anteponga cláusulas subordinadas al verbo clave del mensaje, pues eso redunda en una reducción de su efecto perceptivo.

Todo complemento, toda subordinación, necesita de la oración o el verbo principal para completarse; y no se entiende cabalmente como cláusula hasta que esa integración se produce. Por eso las «entradillas inversas» no parecen muy aconsejables en el comienzo de una información.

Y, sin embargo, proliferan.

 

Este artículo de Álex Grijelmo es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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