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Rosario López

17 Jun 2022
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Firmas

Deseo: un girasol buscando estrellas

César Vallejo pronosticó que moriría en París, con aguacero, un día del cual tenía ya el recuerdo. Cada vez que comenzamos un curso de escritura, pregunto a los alumnos por qué y para qué están aquí. Es un camino para acercarme a su deseo, conocer el motivo y la finalidad de aprender a escribir, de otra manera. Quien desea convoca un destino, dijo Jung. Pero, creía Hölderlin, nadie, sin alas, tiene el poder de captar lo que está cerca.

Una tomó un lápiz cuando preguntó por una palabra cuyo significado nadie quiso contarle, porque hay palabras prohibidas que se escurren como arenques por la boca de una niña que garabatea letras como alcayatas de las que tirar, palabras que usar para colgar su mirada e imaginar un mar que nunca muere, no por los peces, sí por su pasión: el movimiento, de las olas, el movimiento, de la mano. Se cuenta los dedos y enumera hasta la zeta. ¿No es así como se empieza a aprender a decir, de otra manera?

Puede que una escribiese porque no sabía, pero no para encontrar respuestas, sino para no estar sola con su duda y porque en aquel diccionario no venían palabrotas. Lo más cercano que encontré fue follaje: conjunto de ramas. El deseo es una pregunta cuya respuesta no existe, nadie sabe, escribió Cernuda. Que nadie lo sepa no significa que no exista. Para eso está el poeta: para contradecirse. Para eso está el poema: para guardar su secreto.

El deseo es un movimiento afectivo hacia algo que se apetece, define la Real Academia. Un amigo venezolano, en cambio, usaría el verbo provocar para lo que quiere. «Me provoca un vaso de agua». Uno puede tener sed o tener ganas de beber. Uno puede necesitar agua o querer tomársela con un amigo con el que conversa. Los personajes siempre quieren algo, aunque no lo sepan, los personajes pueden soñar que están muertos de sed porque así está su cuerpo, como un girasol seco que, a pesar de todo, despierta y busca su estrella a diario.

«El cuerpo es sede de un apetito insaciable, de enfermedad y de muerte» (Gichtel). El cuerpo buscaba pertenecer a palabras sanas en cuarentena, cuando la pandemia estalló, y entonces, el cuerpo escarbaba en la nostalgia y aparecía la foto de cuando llevaba bañador con volantes y chanclas de lunares, agarrando un arriate. El cuerpo no sabe qué es posible sino verdadero.

Recuerda el cuerpo un día, en el colegio. La maestra le preguntó a qué se dedicaba su padre tras leer su caligrafía en «autorizo a mi hija a…», pero no lo dijo así, sino que qué era: «¿Qué es tu padre, que tiene una letra tan hermosa?», y la boca del cuerpo de ella le respondió que agricultor, sin saber muy bien qué significaba la palabra agricultor. Sí, sabía que trabajaba con las manos, que sembraba girasoles antes de ser girasoles. Tardó en leer el cuerpo que: «A modo de la semilla se esconde la palabra» (María Zambrano). Y tardó en comprender que la palabra crece y renace en muchas formas, que la palabra es inagotable.

Inseparable del amor es el deseo, escribe Ivonne Bordelois en Etimología de las pasiones. Cuenta que desear, de desiderare, tiene una formación análoga a la de considerar, «actividad del que va con las estrellas (sidus es estrella), es decir, quien las consulta al caminar o navegar o pensar (considerar el rumbo es acordar el timón al curso de las estrellas)».
Conseguir lo que se desea no es tan difícil como saber exactamente qué es. ¿Qué quieres? En eso insistió Deleuze, porque no se desea una cosa, sino un mundo, y ese mundo no viene hecho, se genera. Spinoza defendía que el deseo era el apetito acompañado de la conciencia de este. Bordelois continúa diciendo: «El sentido de con-siderar se extiende luego al de examinar con respeto y cuidado. El que de-sidera, en cambio, deja de ver su camino en las constelaciones. De-siderare, entonces, es echar de menos, buscar y no encontrar el destino en las estrellas: los astros no dicen nada o no quieren decir nada o uno no sabe descubrirlo».

Amar es adorar la distancia entre uno y lo que se ama, escribió Simone Weil, y una puede amar sin poseer, lo cual no solo no mata el deseo, sino que lo aviva como el viento hace con un fuego ya encandilado, seguimos escribiendo.

Otro camino etimológico vincula desiderio (libertinaje y voluptuosidad) con desidia (de de-sideo: permanecer sentado, inactivo) o indolencia, «dejarse llevar por pensamientos ociosos que acaban por desplegarse en fantasías eróticas o bien nos impulsan a sucumbir ante emociones abrumadoras». Se muestra el deseo, así, «como una forma de errancia o de carencia que delata la vulnerabilidad del deseante», según Bordelois, quien también anota que en holandés desear se dice beggeren, que parece asociarse con el inglés beg, mendigar. «Eros proviene del enlace de la carencia con el exceso, en la perspectiva platónica».

Marguerite Duras, su voz en El dolor, no quiere ni siquiera decir que espera que su marido regrese del campo de concentración, porque eso significaría que puede que no ocurra, que sea un acontecimiento en vez de una anécdota que ha de pasar como una pequeña herida que deja su cicatriz en el pie que sigue andando. John Berger pensaba que deseamos a alguien no porque sea bello, nos parece bello porque lo deseamos, y que es imposible el deseo sin una herida, chica o grande, «el deseo es un intercambio de escondites». Que ese marido vuelva no significa que vuelva como se le espera. Nos movemos por un deseo que no siempre conocemos, que no siempre implica gozo, que puede ser huida. En El perseguidor de Cortázar, el narrador cuenta que el deseo del músico se antepone al placer y lo frustra, porque le exige avanzar, buscar, «negando por adelantado los encuentros fáciles del jazz tradicional».

Me encuentro luchando con estas palabras que deseo escribir, arrebato horas a la noche cuando sueño que no lo consigo, y no me crece un girasol, con sus capítulos, sino un orzuelo que estallará en mi ojo izquierdo. Las palabras se me rebelan como gallinas salvajes, las que yo imaginaba que eran las de la frase los pelos como escarpias que leía, pues donde crecí nadie dice escarpias, sino alcayatas. Pero la acción engendra futuro, cree Esquirol. El filósofo define desear así: «Anhelar la estrella aún no vista que, sin embargo, ya nos ha afectado».

Algunos alumnos quieren ser escritores, otros desean escribir. Unos comienzan por azar, un regalo de Reyes de sus hijos, otros, por decisión, y mantienen su vicio en secreto como una infidelidad terrible. Todos terminamos por sentir que aprender a escribir es, sobre todo, aprender a leer, releer. No dejar de aprender nunca.

 

Este artículo de Rosario López es uno de los contenidos del número 14 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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