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Rosario López

09 Ene 2023
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Firmas

Del misterio del árbol que da dos frutos al año y maneras de ver el tiempo

Cuando camino en invierno, distingo la higuera, desnuda y gris. Me da esperanza recordar que de esa visión de la aspereza saldrán gigantes hojas verdes mañana, brevas por San Juan e higos al final del verano, que llegará el verano.

«Por San Bartolomé», que es el 24 de agosto, «salen higos a ver», dice el refranero, y que «en San Miguel», el 29 de septiembre, «los higos son miel». De la higuera (ficus carica), nacen higos, claro; pero muchos de esos llamados higos son, en realidad, brevas o albacoras.

La higuera es el único árbol que en el mismo año da dos cosechas: brevas al principio del periodo estival e higos a partir de agosto y septiembre. Por eso, cuando nos vemos muy de tarde en tarde, raramente o con poca frecuencia, al contrario de lo que tendría que ser el curso natural de los afectos, decimos que nos vemos «de higos a brevas».

Con una hoja de higuera se taparon Adán y Eva cuando descubrieron su desnudez, tras probar el fruto del árbol del conocimiento, del bien y del mal, que nadie aseguró que fuera un manzano; abrieron los ojos y comenzaron a verse y se avergonzaron pronto.

Nos apartamos de la naturaleza, cambiamos el camino del agua cuando nos arrepentimos de la palabra dada con la expresión «como no soy río, atrás me vuelvo»; luego, al final de los días, llega la culpa de no haber amado, pronto, lo suficiente.

Pronto es una palabra que no vemos. No es hoja ni fruta; no puede tapar, no puede morderse. «Nos vemos pronto», lo decimos tanto, tan al aire, que no agarra. Suena distinto a: «Nos vemos junto a la higuera, cuando haya brevas». Esta es la concreción que necesita el deseo.

Breva viene del latín bifĕra, terminación femenina de bifer. Bífera es aquella planta que fructifica dos veces al año, como la higuera breval. No todas las higueras son brevales; pero sí las que yo veo. La breva es la promesa de la fortuna en la que los pesimistas no creen cuando dicen: «No caerá esa breva».

¿Por qué será la breva tenida por cosa tan buena que deseamos tanto, que es casi imposible que pase?

Albacora es también el nombre de la breva, del árabe hispánico albakúra, y este del árabe clásico bākūrah, fruta temprana. La breva es más grande y jugosa; el higo, dulce y pequeño. El higo se seca y se vende como higo seco. No hay que inventarse un nombre para todo, al extranjero le vendrá bien, ya tiene suficiente con aprender a expresar el momento, que el ahora no es siempre ya.

Para decir verdad, no comemos fruta cuando comemos higos o brevas, sino un sicono: «fruto compuesto, resultante de una inflorescencia que se desarrolla dentro de un receptáculo carnoso», explica María Moliner. La palabra viene del latín syconos, y este del griego sykon, higo. De aquí viene, asimismo, sicofante, «calumniador»; y sicalíptico, «sexualmente malicioso». Los caminos del diccionario son infinitos; no son menores los de la imaginación.

Nuestros ojos no ven las flores de la higuera no porque no tenga, sino porque se encierran dentro de su forma. Podemos decir que el higo es como un globo lleno de flores que masticamos en verano, si es fresco, y todo el año, si es higo seco.

«Qué misterio, que del mismo árbol nazcan dos frutos: brevas, higos». Escucho a mamá, me pide que hable de la leche eterna, como ella llama al líquido blanco; «muy amargo», insiste. No todo es dulce en la higuera. «Y de la raíz. Recuerda que la higuera tiene raíces muy fuertes y profundas, no lo olvides. Escríbelo». Mamá recoge la fruta de temporada para compartirla conmigo y me señala el misterio, sí, pero soy yo quien tengo que iniciarme cada vez.

En El origen de las palabras Ricardo Soca explica que mysterion provenía de mystes, iniciado en ritos secretos, con origen en el verbo myein: «cerrar la boca o los ojos», y del que derivó mystikós, que dio lugar a nuestra mística. La más famosa de estas ceremonias era la del templo de la diosa Deméter, en Eleusis: «un rito reservado a los iniciados que se comprometían a no revelar nada de lo que viesen y oyesen».

El misterio es una cosa secreta en cualquier religión, inaccesible a la razón en la religión cristiana y que debe ser objeto de fe. También es llamado misterio cada paso de la vida, pasión y muerte de Jesucristo. No es muy distinto nuestro camino aquí y ahora, nos entregamos a un montón de acciones ciegas, no por ello inútiles, que, de algún modo, se imponen. Por ejemplo, querer contar que, además del higo, existe la higa y es un gesto: cerrar el puño y meter el dedo pulgar entre el índice y el corazón y dedicárselo a toda persona que no adoramos. Higa también se llama el amuleto del mismo gesto. Cualquiera puede colgarse del cuello una higa para alejar el mal, como si el mal, igual que la belleza, no pudiera llevarlo uno dentro.

Para Juana de Ibarbourou, la higuera era el árbol más bello de todos los de su huerto. La piropeaba en el poema para que, a la noche, si la rozaba el viento, le contara que la habían llamado hermosa, aun siendo tan áspera y tan fea. «Si ella escucha, /si comprende el idioma en que hablo». Cuántas dudas cuando se escribe para que otros también miren con piedad.

En La luz es como el agua, García Márquez habló de unos niños del Caribe. Viviendo ya en Madrid, donde se habían trasladado con sus padres (que buscarían para ellos un mejor futuro, seguramente), vuelven a pedir, no sabemos cuánto tiempo llevaban pidiéndolo, un bote de remos por Navidad. Les hace falta ahora y aquí, usan los adverbios en ese orden. Quedan eternizados, ahogados en la luz, al tercer miércoles.

Una casualidad puede provocar un hecho, según Ramiro Pinilla, y este mismo hecho puede repetirse debido a una segunda casualidad, pero si el hecho insiste una tercera vez ya no hay casualidad sino significado. Lo escribió en La higuera.

El tiempo puede pesar, puede ser cogido, puede caber en una mano, puede ser visto en un árbol concreto, no sentirlo perdido, no confiar en perder, el tiempo, no creer que el tiempo es dinero sino ciclo en la tierra.

Hay una expresión que se repite mucho en Andalucía y es la de «estar sembrado». Cuando una persona está sembrada, sus reacciones son rápidas, oportunas. Es alguien ocurrente. Yo quisiera sembrar chispa en cada palabra, ser parte del fuego, el agua, la luz y la higuera, generosa.

Porque no sé qué día moriré ni en qué circunstancias, nadie lo sabe, solo podemos tratar de mantenernos con el verbo, ser forma que se comunica con otras formas, con su misterio y su amargor, con lo que significa desvivirse.

 

Este artículo de Rosario López es uno de los contenidos del número 16 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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