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Óscar Esquivias

28 Dic 2020
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Firmas

Confusiones puntuales

Igual que de niño coleccionaba cromos, ahora atesoro palabras. Hago listas con las que me parecen más eufónicas, las de etimología sorprendente, las que usa mi madre, las expulsadas del diccionario de la RAE, las que aún no han sido admitidas en la Docta Casa, las que solo se utilizan en plural, las que contienen las cinco vocales, los palíndromos, etc. Una de mis recopilaciones favoritas es la dedicada a términos con significados contradictorios. Un ejemplo muy actual es pestilencia, que la RAE define primero como «Enfermedad contagiosa y grave que origina gran mortandad» y, luego, a renglón seguido, «Enfermedad no contagiosa que causa gran mortandad». Un lector ajeno a las convenciones lexicográficas pensará: «¿Pero en qué quedamos? ¿Es contagiosa o no?». Otro caso es la testuz de los animales, que en su primera acepción significa ‘frente’ y en la segunda ‘nuca’; nictálope, por su parte, vale tanto para quien ve muy bien en la oscuridad como para todo lo contrario…

Las palabras citadas las he conocido ya ambiguas. Pero hoy me gustaría hablar de una que ha ido emborronando ante mis propios ojos su nítido perfil. Me refiero a puntual , y permítanme que ilustre mi explicación con una pequeña historia familiar.

Mi abuelo apreciaba muchísimo la puntualidad. Vivía en un pueblo muy pequeño de Castilla, estaba jubilado (había trabajado de caminero) y disponía para sí de todas las horas del día, horas tan anchas y vacías como el paisaje que le rodeaba. Alguien podría pensar que, sin más obligaciones que las que él mismo se imponía (que no eran otras que pasear, leer el periódico que le llevaba el cartero y poco más) viviría ajeno a la tiranía del reloj. Pues sucedía todo lo contrario: siempre estaba pendiente de él y no salía de casa sin su reloj de bolsillo, atado con una cadenita a una presilla del pantalón. Dentro de la casa, un reloj de pared tamborileaba a ritmo marcial, con la sonería perfectamente sincronizada con los campanazos de la iglesia y las señales de la radio, con una precisión digna de la NASA. Mi abuelo controlaba la llegada de los vendedores ambulantes, del médico, del coche de línea o del propio arcángel san Gabriel (porque rezaba el ángelus a las doce) y elogiaba la puntualidad de todos ellos como una gran virtud; más que eso, para él era la prueba de que el mundo funcionaba bien. Si la furgoneta del carnicero empezaba a retrasarse o se estropeaba el reloj de la iglesia, se alteraba mucho y auguraba el final de la civilización y del propio cristianismo.

Para él (y creo que para la gente de su generación), la palabra puntual solo se podía aplicar a lo que sucede en el momento previsto, a lo que se hace con diligencia y, por último, a lo que se repite con exacta regularidad. Y nada más. A mi abuelo le habría sorprendido mucho que se usara también para acontecimientos ocasionales y le habría parecido una fuente de malentendidos. Por ejemplo, si afirmo que recibo llamadas telefónicas puntuales del dirigente supremo de Corea del Norte, alguien puede pensar que Kim Jong-un siempre me llama exactamente a la hora acordada, o bien (y esto es muy diferente) que el amado líder solo me telefonea de Pascuas a Ramos. Si digo que visito puntualmente a mi tía Lorenza, habrá quien entienda que tengo la costumbre de ir a verla con regularidad, pero otros pensarán que solo la visito esporádicamente.

El contexto y la construcción de la frase suelen despejar las dudas, pero no siempre es así. El pasado 7 de marzo la Agencia Efe difundió una noticia titulada «Austria establece controles ‘puntuales’ de salud en su frontera con Italia», que se publicó en varios medios y está en Internet. Ni siquiera leyendo el texto completo podía estar uno seguro de si esos controles iban a ser regulares o si, por el contrario, serían ocasionales (a esto no ayuda nada, además, que escribieran puntuales con comillas, como si usaran el término con ironía).

¿Qué ha pasado con puntual, que antes era inequívoca y aguda como la aguja de un reloj, para que ahora se haya vuelto roma y confusa? Cualquier estudioso del idioma sabe bien que es muy común que una palabra vaya enriqueciendo (o empobreciendo) su significado. Hoy, por ejemplo, usamos afecto fundamentalmente como sinónimo de cariño, pero antes significaba emoción y aludía a todo tipo de sentimientos, como compasión, misericordia, ira, venganza, tristeza o alegría (por citar los ejemplos que emplea Sebastián de Covarrubias al definir afecto en 1611). Así, cuando Bernal Díaz del Castillo escribe en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España que los mexicas «muy afectuosamente decían que les diésemos su gran señor Moctezuma», ese afectuosamente hay que entenderlo en este caso como «violenta, amenazadora, ferozmente», porque esta reclamación se produjo en un ambiente de rebelión y enorme hostilidad.

En el caso de puntual, el diccionario de la RAE añadió en 2014 la acepción de «Ocasional, que se produce de manera aislada frente a lo habitual». De momento, este significado está en la sexta posición, pero yo creo que poco a poco irá ascendiendo hasta los primeros puestos, porque los diccionarios también funcionan como termómetros de las palabras y esta acepción está mucho más viva que otras que la preceden.

No sé por qué se ha producido este enriquecimiento semántico. En este caso, no parece deberse a la influencia del inglés (al que solemos responsabilizar de todas las novedades de nuestro idioma, sobre todo las que nos desagradan) sino a la propia evolución del español y quizá de nuestra mentalidad. Si bien se mira, tiene mucha lógica que utilicemos puntual para referirnos a lo que sucede solo en un momento dado, circunstancialmente. Sin duda mis abuelos estaban acostumbrados a un mundo más predecible, en el que casi todo estaba abocado a repetirse: las vidas de los hijos imitaban a las de los padres, de quienes heredaban el oficio, las costumbres y a veces hasta las manías. La existencia estaba más apegada a la naturaleza y sus ciclos. Las cigüeñas volvían con regularidad refranera a sus nidos en los campanarios, se sabía con exactitud cuándo florecían el almendro o el manzano, cómo celebrar la fiesta del pueblo, qué hacer en cada época del año. Todo tendía entonces a la puntualidad, pero ahora nos han tocado tiempos mucho más imprevisibles, en los que ni siquiera las palabras más exactas están libres de incertidumbre.

Por mi parte, yo espero que sigan leyendo Archiletras puntualmente (tal como entendía mi abuelo este adverbio, por supuesto).

 

Este artículo de Óscar Esquivias es uno de los contenidos del número 8 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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