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María del Carmen Horno

01 Feb 2022
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Y tú, ¿cómo lo sabes?

Vivir no es un asunto sencillo. Para hacer frente a las exigencias del día a día, los humanos ponemos en funcionamiento una larga lista de saberes almacenados en la memoria. Algunas veces se trata de verdadero conocimiento, pues contamos con evidencia suficiente de que es verdad, bien por experiencia propia, bien por un correcto proceso de deducción. La mayoría de las veces, sin embargo, sabemos las cosas que sabemos porque otros nos lo han contado y les hemos creído. Parafraseando a Hardwig en su famoso artículo de 1985, la lista de cosas que creemos saber pero de las que no tenemos evidencia cierta es tan grande y nuestra vida es tan corta, que no hay nada que podamos hacer al respecto. Nos guste o no, los otros son el origen de la mayor parte de nuestro conocimiento.¿Es esto algo tan malo?

En principio, no tiene por qué serlo. Según afirma Hardwig en el artículo mencionado, basta con que nuestro interlocutor sea un experto en el tema y que no nos mienta. Si se dan estas dos condiciones, la información que nos transmita puede ser considerada como conocimiento racional de primer orden. En última instancia se trata, por tanto, de una cuestión de confianza. También Paul Grice se dio cuenta de esto. Según el conocido filósofo del lenguaje, cuando hablamos con alguien, consideramos que nuestro interlocutor respeta la máxima de cualidad del Principio de Cooperación, según la cual no solo no nos transmitirá conscientemente información falsa (no nos va a mentir), sino tampoco información de la que no tenga pruebas suficientes. Nos va la vida en ello: la transmisión de información está en la base de nuestra supervivencia como especie.

Pero démosle ahora la vuelta al razonamiento. Al mismo tiempo que confiamos en lo que dice nuestro interlocutor, nosotros mismos, como hablantes, asumimos una responsabilidad cuando hablamos. Sabemos que, en principio, lo que digamos se va a considerar
cierto y por tanto, en un ejercicio de honestidad, hablar con otros supone un constante revisar las fuentes de lo que decimos. Y esta preocupación se transmite en nuestros enunciados. Ese es el sentido de los denominados marcadores de evidencialidad como por lo visto, según dicen, etc., los adverbios de evidencialidad (supuestamente, aparentemente), los verbos de actitud proposicional (creo que, imagino que…) o algunos modales como deber de, entre otros elementos.

De hecho, esta información es tan importante que, en algunas lenguas, la evidencialidad aparece codificada en su gramática, como parte de su morfología flexiva. Así, por ejemplo, en quechua, el sufijo –mi indica experiencia propia (‘lo sé porque lo he vivido’), el sufijo -si implica conocimiento referido (‘lo creo, porque me lo han contado’) y el sufijo –þa se usa para las conjeturas (‘lo deduzco, lo imagino’). Este comportamiento de las lenguas como el quechua parece muy ajeno al de nuestra lengua materna, pero ¿son realmente tan distintos? Quizá no.

Hace ya más de una década que Victoria Escandell nos sorprendió, en uno de nuestros congresos de Lingüística General, con la novedosa propuesta de que el morfema de futuro, en realidad, no es un morfema de tiempo, sino de evidencialidad. Recuerdo perfectamente la impresión que causaron en nosotros sus palabras. Los datos estaban ahí y, claramente, tenía razón. Todos sabíamos que el futuro tenía muchos valores más allá del temporal y que en oraciones como Juan tendrá ya 50 años, el futuro marcaba que el hablante no lo sabía seguro y que lo decía como una conjetura; de un modo similar, cuando el periodista dice que El congreso del partido se celebraría en pocos días, el condicional marca la falta de seguridad del emisor, que no hace sino hacerse eco de un rumor. Estos valores, por tanto, no nos sorprendieron. La genialidad de la propuesta de Escandell es que apostaba por que todos los valores del futuro en español (incluidos aquellos temporales) partían de un valor básico evidencial: el origen de la información es el propio hablante (una conjetura).

Si Escandell tiene razón (y yo creo que la tiene), el español marcaría la evidencialidad, por tanto, no solo a través de la elección de los elementos léxicos, sino incluso a través de un morfema gramatical específico. Léxico y gramática. ¿Existe algún otro modo de expresar esta información en nuestra lengua? Pues parece que sí y de nuevo la propuesta proviene de Escandell. Es posible que, además de expresiones concretas de evidencialidad como las vistas anteriormente y morfemas específicos como el de futuro, la combinación de léxico y gramática implique información de tipo evidencial. Hace dos años, en otro de esos congresos en los que tengo la suerte de escucharla, nos sorprendió con la propuesta de que cuando un adjetivo de individuo (del tipo de alto, gordo, grande) se combina con la cópula estar (que tiene propiedades aspectuales muy específicas), se produce un desajuste (en palabras de la autora) que se resolvería con la aparición de un valor de evidencialidad: así, en oraciones del tipo de Juan está alto el hablante está dando información de primera mano, su propia experiencia. Este valor no aparecería, por el contrario, cuando estos adjetivos aparecen con la cópula ser (Juan es alto) ni cuando la cópula estar se combina con adjetivos de estadio (Juan está sucio).

En definitiva: indicar el grado de seguridad con el que transmitimos los mensajes y la fuente de nuestra información es vital y para ello nuestra lengua cuenta con mecanismos léxicos, morfemas gramaticales y procesos de interfaz. Es cierto que no se trata de algo tan sencillo como en otras lenguas, pero la información está ahí. Que no se nos escape.

 

Para saber más

Escandell Vidal, M.ª V. (2010) Futuro y evidencialidad. Anuario de Lingüística Hispánica, XXVI, pp. 9-34.
Escandell Vidal, M.ª V. (2018) Ser y estar con adjetivos. Afinidad y ajuste de rasgos. RSEL 48, pp. 57-114.
González Ruiz, R., Izquierdo Alegría, D., y Loureda Lamas, Ó. (2016) La evidencialidad en español: teoría y descripción. Madrid, Iberoamericana.
Grice, H. P. (1975) Logic and Conversation. In P. Cole, & J. L. Morgan. (Eds.), Syntax and Semantics, Vol. 3, Speech Acts (pp. 41-58). New York: Academic Press.
Hardwig, J. (1985) Epistemic Dependence. Journal of Philosophy, 82(7): 335–349. doi: 10.2307/2026523.
Maldonado, R. y Juliana de la Mora (eds.)(2020) Determinaciones léxicas y construccionales. Ciudad de México, UNAM / UAQ. ISBN: 978-607-30-3870-6.
Speranza, A. (2014) La evidencialidad en el español americano: la expresión lingüística de la perspectiva del hablante. Lingüística Iberoamericana, 58. Vervuert.

 

Este artículo de María del Carmen Horno es uno de los contenidos del número 12 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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