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Félix Rodríguez

23 Mar 2021
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Un nuevo sufijo en español: -er

Uno de los conceptos más proclives a la expansión del léxico en la lengua española es el que expresa ‘ocupación’ (oficios y profesiones) y ‘agente’ (esto es, ‘el que hace algo’). Para ello se sirve de sufijos muy característicos que se adjuntan a verbos y nombres, como –ario (bibliotecario, becario, boticario) y –ero (barrendero, churrero, torero), ambos derivados del latín ārius; e -ista, del griego –ista (oficinista, accionista), utilizado también con adjetivos para significar ‘partidario de’, ‘seguidor de’ (capitalista, socialista). Los dos últimos son los más productivos y se encuentran reflejados en numerosos préstamos del inglés, sobre todo en el campo del deporte y la música (futbolista, tenista, surfista; rockero,
rocanrolero, surfero). Como sufijos derivativos que son, su función es ‘transcategorizadora’, esto es, todos ellos cambian de categoría (en este caso, de verbo a nombre) o subcategoría (de un nombre genérico, referido al deporte o a un estilo musical, a una acepción más concreta, como es el ‘individuo’ que lo practica).

En inglés el sufijo típico para marcar esa función es -er, sin duda el más frecuente de todos ellos, por lo que no sorprende que en español un buen número de anglicismos se tomen en préstamo sin cambiar esa particular terminación. En el Gran diccionario de anglicismos (Arco/Libros 2017), del que soy autor, he contabilizado más de 200 voces, la mayoría de las cuales son deverbales con una referencia animada y personal (hacker, manager, sprinter), otras son derivadas referidas a objetos inanimados (best-seller, thriller). No faltan derivados que son denominales por añadir el sufijo al nombre en la propia lengua inglesa, antes de introducirse en español como préstamos (baby boomer, blogger, bróker challenger, clubber).

Pese a esta omnipresencia del sufijo en la prensa española, la presión del sistema morfológico induce a menudo a la elección del congénere español -ero, por encima del más culto -ista. Ocasionalmente, hay vacilación en el uso de -er / ero (biker/bikero, blogger/bloguero, raper/rapero, raver/ravero, rocker/rockero), pero -ero, por su morfología y paronimia, se erige en la vía más fácil y natural para sustituir al morfema inglés y, por ende, en un signo claro de integración de los anglicismos a los que se afija. En estas equivalencias se observa que el derivado español cumple con la doble función sustantiva y adjetival, lo que facilita su sustitución y preeminencia.

Hay también creaciones españolas sin equivalente en inglés, como bisnero ‘persona que hace business o negocios, generalmente ilícitos y en la calle’, choppero (o chopero), ‘conductor de motos o bicicletas de tipo chopper’, comixero ‘vendedor de comix’, clinero ‘vendedor de Kleenex’ y ticketero ‘expendedor de tickets o billetes’.

Novedad de lo más singular es el incipiente uso de -er en español, afijado a nombres propios de persona, como sufijo de agente con la significación de ‘seguidor o fan de X’, siguiendo la estela de rocker. El uso es característico del sociolecto juvenil y tuvo su mayor auge en el fandom musical de los últimos años en países de habla inglesa, y enseguida se propagó por las redes sociales (como Twitter y Facebook). Surgió primero en inglés, con ejemplos influyentes como believers y directioners (para referirse a las fans del cantante canadiense Justin Bieber y del grupo musical One Direction), pero enseguida encontró imitadores en nuestro solar patrio extendiéndose su aplicación a otros contextos sociales y políticos. Del perfil sociológico y lingüístico de este fenómeno se ha ocupado brillantemente Amanda Roig-Marín en dos estudios monográficos (publicados en las revistas Atlantis, 2016, y Spanish in Context, 2017) donde cita numerosas formaciones, bien que efímeras, como Abrahamers, Casanovers and Alboraners, en alusión a las fans de los cantantes Abraham Mateo, Casanova y Pablo Alborán, respectivamente, y rufianers, errejoners, garzoners, pabloners, riverers, en referencia a fans de los jóvenes protagonistas de la nueva política, como Gabriel Rufián, Íñigo Errejón, Alberto Garzón, Pablo Iglesias y Albert Rivera. Estos ejemplos muestran a las claras la apropiación e internalización en nuestra lengua de un sufijo de
proveniencia inglesa, como -er, aplicado a un léxico que va más allá del entorno del anglicismo, y más propicio para marcar la expresividad que -ero dentro del lenguaje juvenil. Aunque funcionalmente equivalentes, por su polisemia el morfema
español se presta a una interpretación ambigua inexistente en –er y, además, presenta ventajas desde varios puntos de vista lingüísticos:

En primer lugar, por el lado de la semántica, carece del matiz popular, y a veces incluso despectivo, de las voces terminadas en -ero antes citadas.

La mayoría de los usos registrados van en plural, y aunque fonológicamente el español tiende a una silabación natural y, en consecuencia, desdeña la secuencia de dos consonantes finales (la dificultad de pronunciar tuits por ejemplo empieza a generar tuites como forma alternativa), no ocurre lo mismo con el grupo –ers. Al menos a los hablantes de las regiones catalana y valenciana les resulta más fácil su asimilación por encontrarse con formas autóctonas en la lengua diaria, como consellers (‘consejeros’), botiflers (‘colaboracionistas’) y caganers (‘cagones’, tradicional figura de los belenes en Cataluña).

Finalmente, desde el punto de vista sociolingüístico y estilístico, teniendo en cuenta que la mayoría de los registros de estas voces han partido de chicas jóvenes adictas a los clubs de fans, al ser un morfema no marcado en cuanto a género gramatical ofrece una ventaja a las hablantes sensibilizadas —y obsesionadas— con la cuestión del sexismo y del género inclusivo por mor de una mal entendida corrección política.

 

Este artículo de Félix Rodríguez es uno de los contenidos del número 9 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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