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Félix Rodríguez

15 Dic 2021
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Novedades a propósito del sufijo -i

Un léxico de lo más singular en la formación de palabras del español es el de los llamados «hipocorísticos», como se conocen los apelativos que expresan afectuosidad y son portadores, por tanto, de una marcada connotación afectiva. Esta razón está íntimamente ligada al contexto familiar en el que se originan y desarrollan su uso. Sus marcas morfológicas características son, por un lado, y principalmente, la sufijación, y, por otro, la modificación del referente mediante la abreviación por truncamiento léxico. En su mayoría son bisílabos y con pronunciación paroxítona, y su registro es predominantemente oral y coloquial.

Los primeros en el tiempo y más sobresalientes fueron los que tuvieron lugar con los nombres de pila, que cuentan con una clara raigambre. El procedimiento más usual y socorrido es el uso del sufijo -i presente en nombres muy frecuentes, como Mari (< María), Rodri (< Rodrigo), Pili (< Pilar). También afecta a nombres comunes (boli < bolígrafo, bici < bicicleta, insti < instituto) y adjetivos (ridi < ridículo, repri < reprimido). En estos ejemplos el acortamiento aprovecha la terminación en la vocal -i, pero no es condición necesaria, pues en otros muchos casos el corte se produce tras una vocal diferente, como puede verse en Petri < Petra, Pili < Pilar, o en adjetivos, como gordi (< gordo, -a, o más directamente, gordito/-ta), que tiene su equivalente en el anglicismo fati, también escrito fatty ‘gordito, -a’ como en su lengua original. A este respecto, interesa recordar que en inglés la terminación para el diminutivo cuenta con dos alomorfos -ie, e –y, con la misma pronunciación, y es mucho más frecuente que en español, lo que por su influencia analógica refuerza esta tendencia; así se explica, por ejemplo, la acuñación de drogui ‘drogadicto’ sobre el modelo de druggie [drágui].

La fuerza del sufijo y su efecto emocional es tal que, en algún caso, un acortamiento muy establecido con otra terminación, como la –a, en porfa (< por favor) cambia a porfi (y porfis), en el habla juvenil e infantil, especialmente entre mujeres. No en vano, como apuntara en su día el gramático Otto Jespersen, «el sonido i tiene una afinidad natural con la noción de pequeño, delicado, insignificante y débil». En estas circunstancias, la nueva formación recibe una doble marca de expresividad, una en tanto que acortamiento y otra segunda por el sufijo en sí mismo.

Estos hechos no son un caso aislado. Según me recuerda el fonetista Antonio Lillo, existe una frecuente mutación –o/-a > -i, que resulta más frecuente si se tiene en cuenta que el valor icónico de la –i anotado por Jespersen deriva del hecho de que, en términos fonéticos, se trata de una vocal alta y cerrada, esto es, con una mínima abertura en la cavidad bucal, lo que facilita así la articulación. De este modo se explican ejemplos como los siguientes:

Esto es muy cuco (‘bonito’) > Esto es muy cuqui.
No seas tonto (o tonta) > No seas tonti.

Curiosa y paradójicamente, en la jerga política existen expresiones con referencia a grupos sociales y étnicos que, pese a su terminación diminutivo-afectiva, pueden invertir el signo de su connotación si sobre ellas cae la fuerza del estigma. Tal es el caso de «insultos étnicos» del tipo paki/pakki (< abrev. de pakistaní), que desde la década de 1960 se aplica a los pakistaníes y, por extensión, a los inmigrantes británicos de origen asiático, y ha adquirido en inglés un carácter fuertemente peyorativo.

De forma análoga, llama la atención la connotación negativa de una expresión reciente en español como lazi, etimológicamente derivado de lazo, pero que en realidad se aplica con el significado de ‘portador de lazo (amarillo)’ en la convulsa sociedad catalana. Se usa principalmente en plural como nombre o adjetivo con una referencia personal y evoca otros del mismo campo semántico e igual terminación, como nazis y catanazis (por cruce de ‘catalán’ y ‘nazi’). Los siguientes textos son muy elocuentes en cuanto al significado y contexto de utilización del neologismo:

El término «lazi» se ha puesto muy de moda en las redes sociales, ya que en España tenemos muchos de ellos inmersos en una esquizofrenia social […]. Ser «lazi» es formar parte de una secta de pensamiento único, donde no se razona, simplemente se repiten continuamente los mantras lanzados por los gurús del retrógrado movimiento (Desbarats.cat: ¿Qué es ser un lazi? Ser un fascista supremacista al estilo secesionista) (Recogido en Facebook, 21-3-2019).

Los lazis son unos sectarios fanatizados que todo lo ven desde el periscopio de su ideología nacionalista (www.dolcacatalunya.com, 15-3-2020).

Pues ya sabemos lo que asoma bajo el lazo amarillo. Y se parece mucho a un lazo gamado. Así que les podemos llamar lazis, para entendernos todos («Llamémosles lazis», www.dolcacatalunya.com, 13-6-2018).

Por cierto, el término amarillo tiene una connotación negativa entre hablantes alejados de la propaganda independentista en Cataluña. Su color recuerda el carácter también de protesta social del «movimiento de los chalecos amarillos» que se formó en Francia a partir del mes de octubre de 2018, difundido a través de las redes sociales y cuyos efectos se sintieron también en los países vecinos.

Una voz igualmente despectiva empleada repetidamente en la prensa crítica con el Govern catalán es racis (< racista), aunque en realidad no se ha registrado en forma autónoma, sino como el elemento básico sobre el que se apoya el «cruce léxico» Racis Torra (racista + Torra), en referencia a su antiguo presidente.

El truncamiento y el sufijo –i continúan con su irradiación al extenderse su uso a otros epítetos empleados recientemente para caracterizar a algunos grupos sociales, como machis (< machistas), utilizado por grupos feministas queer radicales, y su antónimo femis (< feministas).

Ya fuera de la política, llaman la atención los numerosos anglicismos con esta misma terminación en «i» (o «y») que aparecen en los más diversos campos. En el Gran diccionario de anglicismos (2017) he contabilizado 147, entre los que destacan por su frecuencia dandi, grogui, jevy, jipi, lesbi, punki, tripi. Algunos igualmente frecuentes llevan el alomorfo -ie, como selfie, groupie, yuppie, pero el lector español, cada día más familiarizado con su pronunciación, termina favoreciendo el uso de adaptaciones basadas en su grafía fonética, como lo ilustran sus formas alternativas selfi, grupi y yupi.

 

Este artículo de Félix Rodríguez es uno de los contenidos del número 11 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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