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Ángel J. Gallego

15 Mar 2022
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Firmas

«Porqué» y sus variantes (por qué, porque y por que), que no lo son

La mayoría de manuales y libros de texto/estilo del español presentan los aspectos instrumentales y gramaticales del idioma por
separado. La división es razonable y operativa, y suele asociarse a un mantra popular: la gramática no ayuda a escribir mejor. Se mezclan con ese eslogan preguntas también populares, como «¿de qué sirve saber gramática?» o «¿para qué dedicar (perder) tiempo enseñando gramática si los alumnos escriben mal?». He escuchado esas preguntas muchas veces y tienen todo el sentido del mundo —aunque sean retóricas—. La preocupación que manifiestan, más todavía.

En el último número de Archiletras intenté darle la vuelta al mantra. Allí diferencié entre utilidad y usabilidad, y defendí la idea de que tener una buena base gramatical ayuda, en el peor de los casos, a corregir la mayoría de errores de escritura. Algunos de esos errores son ortográficos (acentuación, uso de comas, etc.), otros no (selección de argumentos, dependencias anafóricas, elipsis, etc.), pero en la mayoría de ellos la gramática tiene algo que decir. Obviamente, la gramática (sincrónica) no tiene nada que decir sobre si hablar se escribe con hache ni sobre si cantaba debe escribirse con be o con uve. Ahora bien, los casos en los que la gramática es relevante son muchos más que aquellos en los que no.

Me gustaría ilustrar lo que digo con el caso de porqué (No entiendo el porqué de su negativa) y sus supuestas variantes: por qué (No sé por qué se negó) y porque (Lo sé porque se negó), a las que habría que añadir por que (en casos como Todas apostamos por que fuese Ana la representante). Una búsqueda rápida en Google basta para encontrar varias páginas que nos explican cuándo usar cada una de estas formas, que se presentan como miembros de un mismo paradigma. La página de Español al día de la RAE (https://www.rae.es/espanol-al-dia/porque-porque-por-que-por-que-0) hace lo mismo.

¿Cuál es el problema? Pues que tal planteamiento está viciado en su origen: no hay tres (ni cuatro, etc.) unidades cuyo uso deba estudiarse en paralelo: existe una unidad, el sustantivo porqué y, luego, hay… sintagmas preposicionales. Nada más. Parece plausible (no lo he comprobado) pensar que dicho sustantivo proviene de un proceso de lexicalización de un sintagma preposicional (formado por la preposición por y el pronombre qué, para dar lugar a porqué), de manera más o menos parecida a casos como correveidile, tentempié o sabelotodo.

De la distinción entre palabra y sintagma, que es gramatical, se siguen los aspectos clave para entender cuándo usar cada expresión. Pero no deberían estudiarse junto con casos de paronimia u homofonía (infligir/infringir, vasto/basto, etc.). La razón es evidente: las palabras se memorizan; los sintagmas, no. Por la misma lógica, no deberían memorizarse unidades como antes de o antes (de) que, que se han tratado muchas veces como locuciones (prepositivas o conjuntivas). En ambos casos, tenemos el mismo adverbio, antes, que selecciona un sintagma preposicional, que contiene un SN (antes de tu salida) o una oración (antes de que salgas).

La clave, por tanto, es esa. Por un lado, tenemos el nombre porqué y, por el otro, tres sintagmas preposicionales: porque, por qué y por que. La manera más natural de entender el funcionamiento de esos sintagmas no pasa por memorizar en qué contextos aparecen (no memorizamos en qué contextos aparece un verbo o un adjetivo, ni siquiera en el caso de las llamadas «colocaciones», al menos si asumimos lo que se defiende en el diccionario REDES), sino por entender que siempre tenemos una preposición (por), que establece relaciones sintácticas y semánticas diferentes con sus complementos (sus complementos/términos).

Veamos cada caso rápidamente. En por qué, por selecciona el pronombre interrogativo qué, con el que establece la misma relación que puede establecer con un adverbio interrogativo (dónde), un pronombre demostrativo (eso) o un nombre (problemas). En porque y por que, por selecciona una oración subordinada sustantiva, y la separación gráfica entre la preposición y la conjunción depende de si la primera es seleccionada por un predicado verbal (como en apostar por) o no (el resto de los casos, en los que tiene un significado causal). En el caso de por que, que también puede ser un pronombre relativo (sustituible por el cual o el que), como en El trabajo por (el) que he trabajado tanto, pero ahí tenemos, nuevamente, un sintagma preposicional. Una vez hemos visto que la sintaxis de cada caso tiene algo en común (siempre hay un sintagma preposicional cuyo núcleo es por) y algo diferente (sus términos), lo que esperamos es que la ortografía vaya de la mano. Con otras palabras: esperamos que esas distinciones sintáctico-semánticas tengan correlatos ortográficos. En los casos que hemos visto, es así.

La cuestión de fondo de este artículo (y del anterior) tiene un componente sustantivo y otro metodológico. El sustantivo ataca frontalmente el mantra del principio. El metodológico requiere de la aplicación efectiva de conocimientos gramaticales (que hay que adquirir) a la corrección de problemas de escritura. Como profesor de lengua, me parece crucial que los alumnos sepan escribir —es, sin duda, más importante que saber analizar una oración—. Saber escribir implica, principalmente, saber estructurar y transmitir el pensamiento. A veces se presenta este problema como restringido en secundaria y bachillerato, pero va más allá. Está, desde luego, en la universidad (también en las filologías). ¿Cómo revertir esa situación? No lo sé. Creo que la crítica hacia los enfoques gramaticalistas (o sea, el mantra) no ha ayudado. Sí creo que incorporar una gramática que vaya más allá de memorizar y poner etiquetas debajo de cajas o bandejas puede hacerlo. La gramática permite describir datos, reflexionar, formular y falsar hipótesis, establecer predicciones o argumentar. También entender y corregir errores de escritura, una actividad cuyo peso no debería recaer exclusivamente en las asignaturas de lengua. Este enfoque no es incompatible con otros y tiene la ventaja (creo que es una ventaja) de no hacer memorizar las cosas que no hace falta memorizar —los sintagmas, como hemos visto—. No quiero engañar a nadie: el peaje que hay que pagar puede resultar costoso (hay que saber gramática), pero la alternativa ya sabemos cuál es. Y también los resultados.

 

Este artículo de Ángel J. Gallego es uno de los contenidos del número 13 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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