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Ángel J. Gallego

14 Ene 2022
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Firmas

Coma entre sujeto y verbo

En un trabajo escrito con Ignacio Bosque, hacemos referencia a un artículo de Luis Landero que discute «¿y para qué sirve la lengua?». En ese contexto, el escritor añade: «¿Para qué necesitan saber tantos requilorios gramaticales […] nuestros jóvenes? Porque el objetivo prioritario de esa materia debería ser el de aprender a leer y a escribir […] como Dios manda, y el estudio técnico de la lengua […] únicamente sirve para […] aprobar exámenes de lengua». La pregunta es de 1999, pero podría formularse hoy mismo, casi con idéntica intención (retórica). El debate no es nuevo. Pero tal vez no sea evidente que tras él se esconde un doble objetivo: por un lado, negar la utilidad de los conocimientos gramaticales en los procesos de escritura y, por el otro, cuestionar la misma necesidad de enseñar gramática.

La opinión de Landero no es aislada. La expresaba también, con matices, Pérez-Reverte hace pocas semanas. En nuestro artículo, recogemos también la afirmación de Landero de que «sabe sintaxis […] el que es capaz de leer bien una página, entonando bien las oraciones y desentrañando con la voz el contenido y la música del idioma». Aplicada a otras disciplinas, tal lógica equivaldría a afirmar que «Sabe astronomía el que es capaz de maravillarse ante el espléndido espectáculo que ofrece el cielo estrellado en una noche de verano» o que «Conoce verdaderamente sus pulmones el que abre su balcón, inspira profundamente y es capaz de llenarlos con el aire fresco de la mañana». Obviamente, nada de eso tiene sentido. Tampoco lo que dice Landero de la sintaxis.

Podría abordar la relación entre gramática y escritura defendiendo que para escribir bien es necesario saber gramática, pero no creo que sea así. Lo que sí creo es que los conocimientos gramaticales son útiles para entender y corregir la mayoría de problemas de escritura (sobre los que espero volver en otra ocasión). Para ello, me centraré en un caso concreto: el uso de la coma entre sujeto y verbo (como en María, dijo la verdad). En su Ortografía (2010), RAE-ASALE afirma que «Es incorrecto escribir coma entre el grupo que desempeña la función de sujeto y el verbo de una oración (§ 3.4.2.2.2.1)». No se dice por qué esto es así. Podríamos encogernos de hombros, asumir que se trata de una indicación de RAE-ASALE y aplicarla. Sin más. Otra posibilidad sería preguntarse cuál es el problema de María, dijo la verdad y plantear ese debate en clase.

Hace un par de meses pregunté, usando mi cuenta de Instagram (@angallego_), eso mismo. Obtuve 1653 respuestas, todas interesantes, de estudiantes de Bachillerato. La mayoría puede ejemplificarse con estas dos: «No es posible» o «Es incorrecto escribir una coma entre el sujeto y el predicado de una oración». Hubo tres diferentes: «Que es así, te lo tienes que saber y ya», «No tengo argumento. Simplemente me dijeron que era así y ya está» y «No me lo había planteado. Nunca hacemos este tipo de preguntas». Creo que las últimas respuestas evidencian las limitaciones de esta manera de trabajar la gramática (la gramática o lo que sea) en el aula.

El lector puede tener dudas. La primera es en qué situaciones debemos plantear(nos) estas preguntas —o si, para empezar, debemos hacerlo en clase—. Mi respuesta a la segunda pregunta es «sí» y, a la primera, «en todas». Esa es la única manera de comprender las cosas que suceden: cuestionarlas. Se trata de aplicar lo que se conoce como «Método Galileano», que implica la voluntad de sorprenderse ante lo cotidiano, de preguntarse por qué suceden las cosas. Es en ese momento en el que empieza la «actitud científica». En el caso de la coma, no hay ningún argumento gramatical para no colocarla entre sujeto y verbo. De hecho, su uso da lugar tanto a interpretaciones diferentes (Ana escribía / Ana, escribía) como a secuencias imposibles (Nadie escribía / *Nadie, escribía), que podrían discutirse en clase. También podría discutirse por qué los objetos se comportan de manera diferente a los sujetos: es decir, ningún hablante escribe María dijo, la verdad, y es por ello que no hay recomendación ortográfica al respecto. Todo ello evoca la observación de Sherlock Holmes en El perro de los Baskerville: a veces, lo más relevante es precisamete lo que ‘no’ sucede.

Plantear estas preguntas, utilizando el conocimiento interiorizado de los estudiantes sobre su propia lengua, no es frecuente. Y me extraña, porque para hacerlo no es necesario ninguno de los «requilorios» que menciona Landero. Sí son necesarios, para encontrar respuestas, ciertos conocimientos: en el caso que nos ocupa, cualquier análisis gramatical debe dar cuenta de que la relación sintáctica entre el sujeto y el verbo es menos estrecha que la que existe entre el verbo y el objeto. Es decir, que (S V O) y ((S V) O) son segmentaciones imposibles, mientras que (S (V O)) es la única que refleja adecuadamente las relaciones entre sujeto, verbo y objeto. Eso explica que S,OV sea posible y SV,O no. Y eso es lo que hacen los hablantes.

En el fondo de estos debates siempre está la pregunta de si los conocimientos gramaticales son útiles. La cuestión es más relevante que nunca, pues atañe al enfoque «competencial» (aplicado, práctico, real, etc.) que, desde hace años, se adopta en las aulas de secundaria. Para abordar esta discusión, deberíamos hacer una distinción metodológica entre «utilidad» y «usabilidad». ¿Son «usables» los contenidos gramaticales? Depende. Si queremos comprender por qué (y cuándo) puede ponerse una coma entre sujeto y verbo, la respuesta es «sí». ¿Son útiles? La pregunta tiene trampa. Es «útil» todo aquello que nos hace reflexionar sobre la realidad que nos rodea y sobre nosotros mismos. Así pues, cualquier pregunta, por abstracta y desligada de la realidad que sea, puede ser útil. Existe una tendencia (creciente) a tomar la «realidad del alumno» (sus redes sociales, plataformas, etc.) como eje de las clases. No me parece mala estrategia, pero no es incompatible con otras. De hecho, si preguntas como la planteada aquí (y otras que tampoco forman parte de la vida cotidiana de un estudiante) no se formulan en el aula, ¿dónde se formularán? ¿Dónde se debatirán? La labor del profesor debería ser, entre otras cosas, hacer que tales preguntas formen parte de la realidad del alumno a través (de la realidad) del aula. Solo así, cuestionando las cosas, alcanzaremos la comprensión de los fenómenos que nos rodean y estaremos, por tanto, en situación de utilizarlos mejor.

 

Este artículo de Ángel J. Gallego es uno de los contenidos del número 12 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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