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Marta Robles

27 Sep 2022
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Firmas

No eres mi dueño

La rubia y misteriosa Kate Blanchett aparece vestida con un deslumbrante vestido rojo en un anuncio de perfume repleto de glamur. Se la ve poderosa, dueña de sus actos y capaz de cualquier aventura. De fondo, un mensaje subliminal, en inglés, solo para «iniciados»: La reivindicativa canción You don’t own me (no eres mi dueño), que Leslie Gore, la intérprete del tan convencional It’s my party, convirtió en éxito no en los tiempos del Me Too, sino en 1963. Atención a la letra del tema nada inocente de esta joven cantante de 17 años, compositora, actriz y activista LGTBI: «No eres mi dueño / no soy uno de tus muchos juguetes / no me digas lo que tengo que hacer o decir / no me exhibas cuando salga contigo». Toda una declaración de intenciones que, en aquellos años, nadie se atrevía a exponer de manera explícita y que contenía el decálogo del feminismo, que tantas mujeres habían defendido a lo largo de la historia de la humanidad, solo por necesidad y sin saber que más adelante acabaría siendo un movimiento social.

Si You don’t own me pasó a la historia como un himno en 1963 y sigue vigente en nuestros días, tampoco se queda atrás ese Respect que cantaba Aretha Franklin allá por 1967. La canción fue compuesta y grabada por Otis Redding, pero dos años más tarde Aretha la hizo suya y la transformó en una herramienta fundamental de la campaña por los derechos civiles y el movimiento feminista. Franklin no pedía respeto cantando. Lo exigía: «Un poco de respeto cuando llegues a casa». 

En ese mismo año, la primera mujer considerada como una estrella del rock, la gloriosa Janis Joplin, bisexual, transgresora y pionera, allanó el camino a las artistas que llegarían después a un territorio, hasta entonces, exclusivamente masculino. Valiente, intelectual y defensora de la integración racial, decidió no reprimirse en nada (las ganas de probarlo todo le costaron la vida en una sobredosis) y se convirtió en un icono de la libertad femenina. Su talante y alguna de sus canciones, como Woman is a loser, también de 1967, quedaron para la historia de la lucha por la consecución de la igualdad. 

Años más tarde, en 1971, casi en los estertores de la dictadura franquista, otra mujer cuestionada por su físico y por su manera diferente de afrontar la vida se marcó un «Yo no soy esa», que dejó atónitos a muchos españolitos de la época. Ella era Mari Trini. La cantante a la que siempre le preguntaban en las entrevistas por qué no se había casado «si eres muy guapa», a la que tildaban de amargada e incluso sobre la que inventaban falsas leyendas de patas de palo ocultas bajo sus largos vestidos. Mari Trini logró que su canción contra las normas se convirtiera en un auténtico éxito, pese a las reticencias de la sociedad franquista.  Sin embargo, ni la letra («Yo no soy esa / que tú te imaginas / una señorita tranquila y sencilla / que ríe por nada / diciendo sí a todo / esa niña, sí, no, esa no soy yo»), ni convertirse en un símbolo de la comunidad lesbiana sin pretenderlo (aunque su relación de décadas con Claudette no se hizo nunca oficial) evitaron que cayera en la trampa de sentir la necesidad de aparecer desnuda en Interviú, quizás para desmitificar esa imagen de mujer oscura que algunos quisieron adjudicarle.

En 1972 la pareja más seguida del panorama musical, John Lennon y Yoko Ono, se sumó a la causa feminista con la canción Women are the niggers of the world (Las mujeres son los negros del mundo), donde protestaban contra el papel tradicional e inferior de la mujer: «Les hacemos pintarse las caras y bailar. / Si no quieren ser esclavas, decimos que no nos quieren. / Si son reales, decimos que intentan ser como los hombres. / Les hacemos llevar y criar a nuestros hijos / y después las dejamos por ser madres viejas». Tanto o más revolucionario resultó el discurso cantado de la gran Patty Smith en 1974, quien en Piss Factory se puso como reto proporcionar esperanzas a las mujeres que trabajaban sin descanso por un sueldo ínfimo cantando: «Voy a ser alguien / voy a subirme a ese tren / ir a Nueva York / y ser tan mala que me convertiré en una gran estrella / y jamás volveré».
 
En 1975, el año de la muerte del Generalísimo, otra mujer española se atrevió a incluir el adulterio de una mujer en su archifamosa canción Un ramito de violetas. Cecilia, cuya muerte en un accidente conmocionó a España entera, pasó a la historia como la cantante capaz de dar vida a una mujer que no cumplía las reglas establecidas en aquellos días: «Puntual cumplidora del tercer mandamiento / algún desliz en el sexto [la hicieron cambiarlo por «inconexo»] / esposa de su señor / mujer por un vividor». Ese mismo año una gran dama del country, Loretta Lynn, se decidió a hablar de la píldora en The pill y a cantar a la indiscutible libertad que proporcionaba: «Ese vestido premamá que tengo / se va a ir a la basura» cantaba a pleno pulmón provocando a los más conservadores, pese a tener ya seis hijos.  

Dos años más tarde, en 1977, la sensacional Poly Styrene decidió no callarse nada en el primer y mejor single de su banda, X-Ray Spex. En Oh bondage! Up yours, este grupo de punks londinenses dejó muy claro que era pura dinamita feminista con su: «Alguna gente piensa que las niñas pequeñas deberían ser vistas y no escuchadas / Pero yo digo: ‹¡Oh, esclavitud! ¡Que te den!›». Al año siguiente apareció la primera canción de empoderamiento femenino sin tapujos. Se trataba del temazo de Gloria Gaynor I will survive (Sobreviviré), donde no se dejaba lugar a la duda: «Y ahora mantengo la cabeza alta y me ves / soy alguien nuevo / ya no soy esa pequeña persona encadenada y enamorada de ti».

 A partir de este momento, el grupo pospunk The Slits se propuso derribar todos los tópicos de la supuesta pasividad,  pereza mental o  pocas ganas de crear y rebelarse  de la mujer, en su magnífico tema Typical girls, de 1979, y luego, en el mismo año, el colectivo anarco-punk Crass quisó resaltar en su Fun in the oven que el machismo de la familia tradicional era el mismísimo infierno: «No hay aire para respirar dentro de tus paredes. / No queda nada por soñar dentro de tus paredes».  

Que las mujeres no pensaban conformarse y aceptar las migajas de la vida que pretendían dejarles los hombres era ya un hecho y todo empezó a ir más rápido, también en España. Nuestras cantantes de los 80 querían demostrar que el país había cambiado y que ellas no se iban a quedar calladas, ni a ocultar la realidad tras letras con doble sentido. Más claro no lo pudo cantar Vicky Larraz, desde Olé Olé, en 1983: «No controles mis sentidos / no controles mis vestidos»; o tres años mas tarde la mítica Alaska, que descolocó a los españolitos con su: «A quién le importa lo que yo haga, / a quién le importa lo que yo diga, / yo soy así y así seguiré, / nunca cambiaré».

Entre medias, Cyndi Lauper también quiso avisar a los hombres de que las Girls just wanna have fan (las chicas quieren divertirse) explicando musicalmente que «algunos chicos cogen a una chica bonita y la esconden del resto del mundo, / pero todas queremos ser / las que andemos a la luz del sol», mientras  las The Weather Girls en It’s raining men  decidieron que ya era hora de «salir fuera a correr y empaparse por completo / y no de buscar la media naranja e irse a casa con ella».

Desde entonces hasta hoy, cuando ya casi no hay cantante femenina que no incluya entre sus temas alguno feminista, ha pasado mucho tiempo. Pero es de ley tener presentes a todas aquellas que cantaron en tiempos mucho más difíciles y comprometidos, como también que hay que seguir cantando hasta que se alcance la igualdad total y ya no sea necesario  advertir que nadie es dueño de nadie.

 

Este artículo de Marta Robles es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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