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Marta Robles

23 Jul 2020
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Firmas

El derecho a equivocarse

Descubrí el libro Del amor y otras pasiones. Artículos literarios, de Beatriz Ledesma Fernández de Castillejo, cuando el responsable literario de la Fundación Banco Santander, Francisco Javier Expósito, nos invitó a Carmen Posadas y a mí a presentarlo.

Soy devota de Clara Campoamor desde que recuerdo. Fanática de toda su trayectoria y su compromiso y muy especialmente de esa reivindicación suya que ninguna otra de sus contemporáneas, con quienes compartía tribuna en el Congreso, se atrevió a plantear: el derecho a equivocarse. Detesto sobremanera ese discurso enfermizo que pretende llevar a las mujeres por la senda de la perfección; por eso, la reclamación apasionada de Campoamor de que las mujeres debían votar incluso aunque estuvieran influidas por la Iglesia y su voto no correspondiera a los intereses republicanos, siempre me pareció de una extraordinaria valentía. Victoria Kent o Margarita Nelken pretendían sacar a sus congéneres del camino, hasta que estuvieran tan preparadas como ellas y fueran «responsables». Dirigirlas como si fueran corderitos, por la senda que ellas creían correcta o apartarlas hasta que entendieran que lo era. Y lo mismo contemplaban, arropados por ese halo de proteccionismo machista que les proporcionaba considerarse a sí mismos «seres superiores», los próceres socialistas, varones al fin y al cabo, que veían peligrar sus escaños con un voto no suficientemente dirigido por ellos. Clara Campoamor no dudó y prefirió que las mujeres decidieran su camino solas. Que fueran sus circunstancias o la falta de ellas las que determinaran su elección de las cosas. El derecho a equivocarse, el que solo tienen aquellos a los que se les deja pensar y vivir en libertad.

Más allá de la vocación de servicio primero a su país y luego a las causas en las que creía, inherente a su condición de verdadera política, Clara Campoamor también deseó transmitir a los demás su pasión por la poesía y sus deslumbramientos literarios en veintinueve ensayos sobre literatura hispánica que publicó durante su exilio en Buenos Aires y que recoge Beatriz Ledesma bajo ese título de Del amor y otras pasiones. Unos artículos donde se remonta al Prerrenacimiento en los dedicados a Juan de Mena y al primer Marqués de Santillana, repasa el Siglo de Oro desde las figuras de Quevedo, Góngora o Garcilaso y también el Romanticismo a través de las miradas de Bécquer, Espronceda y Zorrilla. La figura retratada por estos dos últimos aparece examinada hasta el infinito en el ensayo Los tres poetas de don Juan Tenorio, donde comienza teorizando sobre la tipología del verdadero seductor partiendo del texto de Tirso de Molina, en el que, según ella, aparece ese personaje imprescindible en nuestra literatura y exportado al mundo entero a través de otras plumas, más perfectamente dibujado, exacto y perverso; continúa con la interpretación del burlador de Espronceda, que asegura que revela el lado más humano del personaje, y finaliza con la obra de Zorrilla, en la que, para Campoamor, el Don Juan Tenorio se vuelve más popular y despierta mucha más comprensión y hasta simpatías por parte del lector. Tampoco olvida en sus textos a sus admirados poetas místicos, como San Juan de la Cruz o Sor Juana Inés de la Cruz. Es precisamente esta última la única mujer que incluye en esta particular selección. Algo que puede sorprender si no se tiene en cuenta el medio donde publicaba, que era la revista mensual femenina Chabela, muy popular en la época, que sin duda condicionaba no solo el tono divulgativo de los escritos, sino también la elección de su contenido.

Beatriz Ledesma, la autora de este libro donde se incluyen, además, dos entrevistas a la política, muy reveladoras respecto a sus opiniones relativas a todas las áreas, también al lenguaje inclusivo al que ella considera que se debe dejar evolucionar con naturalidad, asegura que esta colección de breves ensayos compone «una historia personal de la poesía en lengua española» dirigida a esos lectores argentinos que, por entonces, mostraban un extraordinario fervor por cultivarse. Seguramente por esa ansia por la cultura y por su apertura de pensamiento, suponían un primoroso caldo de cultivo donde Clara Campoamor podía sembrar parte de su sensibilidad y su ironía desde una visión selectiva de la literatura. Y es muy posible que lo consiguiera, aunque se viera obligada a obviar a los poetas contemporáneos (en los ensayos solo encontramos al mexicano Amado Nervo y, curiosamente, a Manuel Machado, con quien tenía notables diferencias ideológicas), para tratar de alejarse de la fragilidad de ese presente incierto en el que vivían tanto ella como otros muchos exiliados que también escaparon del presente dejando de mencionarlo.

Leer, escribir y participar de la vida intelectual ajena a la realidad de un país que no la quería contribuía a reducir el dolor de una distancia que debía sentir en el alma. Durante esos largos diecisiete años que pasó en Argentina, Clara Campoamor encontró en la cultura y muy especialmente en la poesía el bálsamo necesario con el que combatir el carácter trágico inherente a cualquier destierro. Su estancia en Buenos Aires fue, sin duda, la que más frutos literarios dio. Su relación e interacción con diversos exiliados ilustres en Buenos Aires, las numerosas conferencias que pronunció, el formar parte del círculo íntimo de Niceto Alcalá Zamora, primer presidente de la II República, así como de diversas instituciones culturales como el Ateneo Iberoamericano o el Liceo de España, mantuvieron su intelecto y su pluma en constante movimiento. La prueba es que, además de todos esos ensayos, escribió las biografías de sus dos referentes más importantes, Concepción Arenal y Sor Juana Inés de la Cruz , así como la de Francisco de Quevedo, escritor al que respetaba, pero juzgaba con dureza, precisamente por el carácter machista que se desprendía de su obra.

Todos los escritos literarios de Clara Campoamor nos dejan el legado de una personalidad irónica y perspicaz que dedica su prosa vehemente a ensalzar el sentimiento que provocan en ella misma sus lecturas. Con la misma pasión que en sus intervenciones en las Cortes, pero tal vez con una mirada más optimista, la política deja constancia en la escritura de su capacidad y sus ganas de reinventarse. O puede ser que de su necesidad de hacerlo, en ese exilio donde jamás olvidó esa constante en su vida, de defender los derechos de las mujeres, y de hacerlo desde su máxima principal que yo jamás podré agradecerle lo suficiente: el derecho a equivocarse.

 

Este artículo de Marta Robles es uno de los contenidos del número 7 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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