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Lola Pons

21 Dic 2020
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Firmas

No disparen al acento

Dice la leyenda (seguramente falsa) que el cartel colgaba en uno de esos bares arenosos y pecadores del salvaje Oeste a finales del siglo XIX: «No disparen al pianista». Cuando me preguntan por la cuestión de la variedad andaluza a propósito de lo que algún político dice o de cómo lo dice, me acuerdo, sin pasar por la Almería de los espagueti wéstern, de esa frase sobre el pianista que va dando tumbos por la literatura y el saber popular. He escrito sobre el andaluz varias veces, pero hoy, desde esta página de Archiletras, quiero tratar de este asunto viajando hasta Italia.

Pocos piensan en Nápoles como un lugar hispanohablante, pero lo fue; escindido de Sicilia, perdió su independencia a principios del XVI y hasta inicios del XVIII fue zona de dominio español, gobernada por sucesivos virreyes que eran elegidos entre los nobles peninsulares. Parémonos en un momento de esa historia de Nápoles, los años 30 del siglo XVI, cuando el rey Carlos I era también, simultáneamente, Carlos V de Alemania y paseaba el codiciadísimo título de emperador por Europa hablando una lengua que no era la suya materna: el español. En esa época ya estaba instalado en Nápoles el humanista Juan de Valdés, conquense de origen y toledano de educación, que se había marchado de España huyendo de un proceso incoado por la Inquisición General. Emplazado en la falda del Vesubio, Valdés escribió el Diálogo de la lengua (1535), una obra en la que se discurre sobre las distintas formas de hablar castellano que había en España, los sonidos y su escritura, el prestigio de unas palabras y lo desusado de otras… Un tópico está asociado a Valdés: su antiandalucismo. Valdés, en efecto, critica a Nebrija varias veces en su obra. No le dedica demasiadas líneas, pero dice de él que era «de Andalucía, adonde la lengua no está muy pura». Teniendo en cuenta el prestigio que Nebrija tenía ya en España como latinista y la admiración que su obra despertaba en Italia, ¿a qué viene ese descrédito? ¿Por qué ese sesgo antiandaluz en Valdés? ¿Era meramente una cuestión de Toledo frente a Sevilla?, ¿un intento de reproducir en España la cuestión de la lengua que en Italia había elevado al toscano por encima de los otros dialectos? La corte en España era itinerante, la capital aún no se había fijado en un lugar estable y a fines del XV no estaba muy perfilada la escisión lingüística del sur peninsular. Nebrija, sí, nació en Sevilla y dio durante tres años clases en una de sus capillas eclesiásticas, pero se formó en Salamanca e Italia, terminó ejerciendo en Alcalá de Henares y nunca hizo profesión particular de ser abanderado de ninguna Andalucía lingüística. ¿Por qué esa crítica valdesiana?

Leído el Diálogo siglos después y estudiadas sus circunstancias, parece claro que Valdés no estaba apuntando a Andalucía, ni siquiera a Nebrija, cuando lanzaba ese dardo: estaba disparando al pianista. Por la época en que estaba Valdés en Nápoles, en Venecia se imprimían abundantemente libros de caballerías españoles (el Amadís, el Primaleón…), largas historias fantasiosas que eran muy disfrutadas por la soldadesca española que por allí campaba y que posiblemente eran vistas con ceja arqueada por los españoles más eruditos que estaban en Italia (entre ellos, nuestro Valdés, pero también Garcilaso o Ginés de Sepúlveda). Tras esas impresiones venecianas estaba un corrector de imprenta andaluz instalado en Italia: Francisco Delicado, que había escrito una obra tan faltona y distinta como La lozana andaluza (1528). Delicado corregía las novelas de caballerías que se imprimían en Venecia y les adjuntaba prólogos en los que, de manera a menudo atropellada, con ideas que rezuman prisa y que tienen contradicciones varias, insistía en lo entretenidas, ejemplares y bien
escritas que estaban tales obras. Para validar su opinión, Delicado defiende su autoridad como entendido lector arguyendo que él había sido discípulo del gran Nebrija. La argumentación de Delicado, como probó el filólogo Eugenio Asensio, es inestable y en el prólogo de esas reimpresiones venecianas las ideas se iban amontonando sin demasiada cohesión. Español en Italia, Valdés debió de ver quizás un Amadís en manos de los españoles que vivaqueaban en Nápoles, no observó ejemplaridad alguna en la historia y desacreditó la autoridad de ese prólogo atacando a Nebrija. Orgulloso de su capacidad y formación, Valdés no desciende a enmendar al corrector de imprenta de un libro de ficción sino a la auctoritas con que este acreditaba su discurso. El tópico de que Valdés es un antiandaluz y que menoscaba a Nebrija por su lugar de nacimiento se nos viene abajo, al menos en parte, una vez que conocemos el contexto de la crítica al gramático sevillano. Una forma básica de falacia lógica, la llamada falacia ad hóminem, sirve para invalidar un argumento por la aparente debilidad de quien lo defiende.

Salgamos de Nápoles y del siglo XVI para instalarnos en la España del siglo XXI. Pablo Iglesias dice en el Congreso que ‘se la suda’ cierta opinión de su adversario político; la expresión es, sin lugar a dudas, poco apropiada para el entorno en que se ha empleado, y muchos analistas reprochan al político tal construcción: ninguno de ellos atribuye esa inadecuación al origen soriano de Iglesias. Paralelamente, la ministra María Jesús Montero se dirige a una periodista en un encuentro con la prensa usando el vocativo ‘chiqui’. Curiosamente, en este caso, lo que se ataca es en global la pronunciación andaluza de Montero y no la escasa pertinencia de ese vocativo en un ámbito formal.

La manera de hablar de la ministra andaluza encaja con la variedad propia del andaluz occidental. Entiendo que un rasgo concreto que presenta, la oscilación entre seseo (provinsia) y distinción (provincia), puede resultar menos conocido a los oídos no andaluces, y posiblemente la velocidad y el énfasis con que articula (tal vez por reivindicación identitaria, tal vez por razones particulares) puede llamar la atención más que el de otros andaluces que ocupan posiciones relevantes en la política actual. Pero el episodio no es nuevo, me recuerda a las críticas que recibieron otras mujeres andaluzas con cargos (Celia Villalobos, Magdalena Álvarez, Susana Díaz) cuya pronunciación también se puso en entredicho, incluso por parte de los propios andaluces, curiosamente con cierta coincidencia en que la crítica suele proceder del partido no afín.

Se está disparando al acento, sí, pero en realidad se apunta a un blanco político. Para acabar con el pianista, se dice que su técnica es poco refinada, como si en la música y en la lengua existiera una única manera de tocar.

 

Este artículo de Lola Pons es uno de los contenidos del número 8 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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