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20 Abr 2024
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Dulce María Loynaz, libre en sus versos libres

Solo tres mujeres poetas han ganado el Premio Cervantes, que está considerado como el galardón literario más importante en lengua española. Solo tres mujeres poetas en sus 48 años de historia: las uruguayas Ida Vitale y Cristina Peri Rossi y la cubana Dulce María Loynaz, a la que hoy os traigo aquí.

Todos los años desde hace 48, el 23 de abril, aniversario de la muerte del autor del Quijote, se entrega el Premio Cervantes. Lo han ganado muchos novelistas, algunos dramaturgos y ensayistas, muchísimos poetas. La inmensa mayoría de estos últimos son hombres, varones. Jorge Guillén, Gerardo Diego, Octavio Paz, Rafael Alberti, José Hierro, Antonio Gamoneda, Nicanor Parra, Joan Margarit, Francisco Brines… Sólo tres mujeres poetas hay en la ya larga lista del Premio Cervantes. La primera en obtenerlo, en 1992, fue la poeta de la que hoy vamos a hablar: la cubana Dulce María Loynaz.

Loynaz vivió muchos años, casi tantos como el siglo pasado. Nació en 1902 y murió en 1997. Es una de las principales figuras de la literatura en español del siglo XX. Al final de su vida, figuraba en todas las antologías, era reconocida en todos los ámbitos, había sido distinguida con muchos de los principales galardones, no solo con el Cervantes… Pero durante tres décadas, las primeras de la revolución cubana de Fidel Castro, permaneció casi recluida, autoaislada, en el exilio interior de su casona en el acomodado barrio de El Vedado, en La Habana.

Dulce María era hija de un general que se había distinguido en la Guerra de la Independencia de Cuba, de la independencia de Cuba respecto a España, a finales del siglo XIX. El general era poeta aficionado: escribió el Himno Invasor, uno de los más emblemáticos del Ejército Libertador de la isla. La madre era aficionada al canto, la pintura y el piano. La niña se educó en su propia casa con preceptores privados, en compañía de sus tres hermanos. Los cuatro escribían poesía, aunque sólo ella publicó sus versos, desde muy joven. 

Vamos a ir viendo algunos.

Este poema por el que vamos a empezar se titula Quiéreme entera. Y dice así:

Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, y gris, verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!…

Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras!

Versos blancos, sin rima, sin estrofa tradicional por medio, sin métrica estable. Y el amor como uno de sus grandes temas poéticos.

De amor trata también este otro poema. De amor y de ausencia, de amor y del dolor que la ausencia crea. Se titula Naufragio, y dice así:

¡Ay qué nadar de alma es este mar!
¡Qué bracear de náufrago y qué hundirse
y hacerse a flote y otra vez hundirse!
¡Ay qué mar sin riberas ni horizonte,
ni barco que esperar! Y qué agarrarse
a esta blanda tiniebla, a este vacío
que da vueltas y vueltas… A esta agua
negra que se resbala entre los dedos…
¡Qué tragar sal y muerte en esta ausencia
infinita de ti!

Dulce María Loynaz estudió Leyes y ejerció de abogada, con gran éxito profesional. Viajó mucho por todo el mundo, y recibió en su casa de La Habana, en sus tertulias de los jueves de los años treinta, a intelectuales y artistas viajeros de todo el mundo. De Juan Ramón Jiménez a Federico García Lorca o Gabriela Mistral

Además de por su casa, los tres han pasado por este espacio.

El poema que ahora os traigo se titula Yo te fui desnudando de ti mismo. También versos sin rima, abiertos, libres… Dice así:

Yo te fui desnudando de ti mismo,
de los «tús» superpuestos que la vida
te había ceñido…

Te arranqué la corteza –entera y dura–
que se creía fruta, que tenía
la forma de la fruta.

Y ante el asombro vago de tus ojos
surgiste con tus ojos aún velados
de tinieblas y asombros…

Surgiste de ti mismo; de tu misma
sombra fecunda, intacto y desgarrado
en alma viva…

Su obra, como estamos viendo, se encuadra en la llamada poesía femenina intimista americana. En el poema que acabo de recitaros yo encuentro ecos de Juana de Ibarbourou, o de Alfonsina Storni, o de la propia Gabriela Mistral, a la que antes mencionábamos. Parecidos ecos hay en este otro, titulado Selva. Dice así:

Selva de mi silencio, 
apretada de olor, fría de menta.

Selva de mi silencio, en ti se mellan 
todas las hachas; se despuntan 
todas las flechas; 
se quiebran 
todos los vientos. 

Selva de mi silencio, ceniza de la voz 
sin boca, ya sin eco; crispadura de yemas 
que acechan el sol, 
tras la espera 
maraña verde… ¿qué nieblas
se te revuelven en un remolino? 
¿Qué ala pasa cerca 
que no se vea succionada 
en el negro remolino? 

(La selva se cierra 
sobre el ala que pasa y que rueda.)

Selva de mi silencio, 
verde sin primavera, 
tú tienes la tristeza 
vegetal y el instinto vertical 
del árbol. En ti empiezan 
todas las noches de la tierra; 
en ti concluyen todos los caminos.

Selva apretada de olor, fría de menta.

Selva con tu casita de azúcar 
y su lobo vestido de abuela; 
trenzadura de hoja y de piedra, 
masa hinchada, sembrada, crecida toda 
para aplastar aquella, 
tan pequeña, 
palabra de amor…

Dulce María fue también narradora. Jardín, que se publicó en 1951, es su principal novela. Y publicó un libro de viajes que no he leído pero que ella misma consideraba lo mejor que había escrito. Se titula Un verano en Tenerife. Es de 1958. Lo escribió tras su primer viaje a la isla. España fue para Dulce María Loynaz su segunda patria.

Volvemos a su poesía. Ahora con dos poemas pequeños, cortos, e intensos. El primero se titula Hoja seca, y dice así:

A mis pies la hoja seca viene y va
con el viento;
hace tiempo que la miro,
hecho un hilo, de fino, el pensamiento…

Es una sola hoja pequeñita,
la misma que antes vino
junto a mi pie y se fue y volvió temblando…

¿Me enseñará un camino?

El segundo es aún más breve. Se titula Poema XXX, y dice así:

Soledad, soledad siempre soñada… Te amo tanto, que temo
a veces que Dios me castigue algún día llenándome la vida
de ti…

Dulce María murió el 27 de abril de 1997. Era domingo. No dejó descendencia, ni ella ni sus tres hermanos. Esos Loynaz hijos del general Enrique Loynaz del Castillo, que por cierto fue amigo de José Martí, poeta y héroe de la independencia cubana…, esos Loynaz se extinguieron.

A nuestra poeta de hoy la enterraron el lunes 28, en el panteón familiar. He leído en las crónicas que durante su funeral se escuchaba por los altavoces su propia voz recitando algunos de sus poemas.

Uno de ellos quizás fue este con el que nosotros vamos a acabar. Habla de sí misma, de su propia poesía. Se titula En mi verso soy libre. Y dice así:

En mi verso soy libre: él es mi mar.
Mi mar ancho y desnudo de horizontes…
En mis versos yo ando sobre el mar,
camino sobre olas desdobladas
de otras olas y de otras olas… Ando
en mi verso; respiro, vivo, crezco
en mi verso, y en él tienen mis pies
camino y mi camino rumbo y mis
manos qué sujetar y mi esperanza
qué esperar y mi vida su sentido.
Yo soy libre en mi verso y él es libre
como yo. Nos amamos. Nos tenemos.
Fuera de él soy pequeña y me arrodillo
ante la obra de mis manos, la
tierna arcilla amasada entre mis dedos…
Dentro de él, me levanto y soy yo misma.