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17 Jun 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Gabriela Mistral, besos de amor y de dolor


Maestra, pedagoga, diplomática… ¡poeta! Hoy vamos a hablar de Gabriela Mistral, grande entre las grandes, una de las cumbres de la poesía en español de todos los tiempos. La primera mujer iberoamericana en recibir un Premio Nobel.

Maestra de escuela rural desde muy joven, desde los 15 años. Pedagoga después de talla internacional, tanto que fue fichada por el Gobierno de México para reformar su sistema educativo. Diplomática con carrera como cónsul en numerosos países, entre ellos España. Y poeta, sobre todo poeta. La chilena Gabriela Mistral, que nació en 1889 en la ciudad de Vicuña y murió en 1957 en Nueva York, es una de las cumbres de la poesía en español de todos los tiempos. Ha sido traducida a docenas de idiomas. Es admirada por lectores de todo el planeta, y de diferentes culturas. Es uno de los iconos mundiales de la poesía femenina. En 1945 fue galardonada con el premio Nobel de Literatura; fue la primera mujer iberoamericana en recibir un Nobel.

Su nombre era otro: Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga. Tomó su seudónimo literario, ese Gabriela Mistral por el que la conocemos, en homenaje a dos de sus poetas preferidos: el italiano Gabriele D’Annunzio y el francés que escribía en provenzal Frédéric Mistral. 

Nació en una familia con pocos recursos económicos. Su padre, un profesor de ascendencia española, abandonó el hogar cuando ella tenía unos tres años. Pese a ello, Gabriela lo quiso y lo defendió siempre. Contaba, además, que «revolviendo papeles» encontró unos versos «muy bonitos». «Esos versos de mi padre, los primeros que leí, despertaron mi pasión poética», escribió.

La suya es una poesía sencilla, muy humana, de ternura, intimista, a veces dolorida. La religiosidad es frecuente en sus versos. Dedicó muchos poemas a la infancia, a los niños, a la maternidad, a las mujeres. Mira este, titulado Apegado a mí. Dice así:

Velloncito de mi carne
que en mis entrañas tejí,
velloncito tembloroso,
¡duérmete apegado a mí!

La perdiz duerme en el trigo
escuchándola latir.
No te turbes por aliento,
¡duérmete apegado a mí!

Yo que todo lo he perdido
ahora tiemblo hasta al dormir.
No resbales de mi pecho,
¡duérmete apegado a mí!

Mira este otro, Piececitos se titula, con un punto social más acentuado. Habla también de niños, de los niños pobres que Gabriela Mistral conoció en sus muchos destinos como maestra rural:

Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!

Gabriela Mistral no se casó nunca. No tuvo hijos. Tuvo un sobrino, Juan Miguel, hijo de su hermano Carlos, del que recibió la custodia y al que crio como si fuera su propio hijo. Lo llamaba cariñosamente Yin Yin. Cuando él tenía 18 años y vivían en Petrópolis, Brasil, fue acosado por sus compañeros y se suicidó ingiriendo arsénico. Fue un golpe durísimo para Gabriela Mistral y dio inicio a una de las épocas más oscuras de su vida.

Vamos a concluir el episodio con uno de sus poemas más célebres, uno de los que mejor la retratan como poeta. Se titula Besos, y habla de besos de todo tipo, de amor y de dolor, de lealtad y de traición. Atentos al verso y medio que cierra el poema y que ya habrás escuchado algunas estrofas antes. Atentos a ese «besos míos, / inventados por mí, para tu boca». Emociona como pocos pasajes literarios.

Besos, que es un largo e intenso poema en cuartetos, dice así:

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
y qué viste después…? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.