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30 Sep 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Juan Ramón, a secas


Juan Ramón. Juan Ramón a secas. Juan Ramón Jiménez es uno de los poquísimos escritores en español al que se le conoce por su nombre a secas, sin apellidos, tan relevante fue en su tiempo, tan influyente en las siguientes generaciones, y tan vigente aún hoy.

Juan Ramón Jiménez es uno de los poetas más singulares y señeros de la historia de nuestra lengua. Fue epígono de la Generación del 98, la de Unamuno, Antonio Machado, Baroja, Azorín… y fue también y sobre todo preludio y prólogo inspirador de la generación siguiente, la del 27. La de Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, León Felipe, Miguel Hernández… Muchos de ellos, muchos miembros del grupo más valioso de literatos contemporáneos entre sí desde el de nuestro Siglo de Oro, beben en Juan Ramón, salen en parte de Juan Ramón.

Aunque publicó varias docenas de poemarios, a Juan Ramón la celebridad se la dio una obra lírica en prosa, Platero y yo. Fue publicada inicialmente en 1914, y een este siglo largo ha conocido multitud de reimpresiones. Tantas que es el tercer texto más traducido a diferentes idiomas, tras la Biblia y el Quijote. El tercero. 

Todos recordaréis sus primeras líneas: 

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Es un comienzo bellísimo. Muchos expertos hablan de Platero y yo no como un texto narrativo sino como un ejemplo de “prosa poética”. 

Y si la prosa poética de Juan Ramón es de primerísima calidad, no lo es menos su poesía, su poesía a secas. Mira este soneto técnicamente perfecto. Se titula Octubre, y es muy adecuado para estos primeros días del otoño. Es uno de los poemas más conocidos del autor, y de los más representativos. Lírica reflexiva, casi filosófica; amor tan intelectual como pasional; la emoción del paisaje castellano… Dice así Octubre:

Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.

Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,

a ver si con romperlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.

Arrancarme el corazón y echarlo a la tierra para que de ella brote “el árbol puro del amor eterno”. Octubre es uno de los poemas de Juan Ramón que más admiro, que más me gustan. Pero hay muchos otros. En especial, los que hizo a la propia poesía. Como este, sin título, conocido por su primer verso. Este que dice así:

Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

… Más se fue desnudando.
Y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

En el poema, Juan Ramón está contando su evolución como poeta. Su paso por el modernismo, cuando su poesía “se fue vistiendo de no sé qué ropajes”, y su vuelta a la poesía sin artificios, sin ornamentos, sin ropajes. Desnuda.

Ese texto tan revelador lo complementa muy bien este otro, muy breve, brevísimo, que os voy a contar ahora. Se titula El poema. Quizá te suene. Dice así:

¡No le toques ya más,
que así es la rosa!

Un soneto antes, con sus endecasílabos y sus rimas consonantes tradicionales. Versos blancos ahora, sin rima y sin metros estables. Pura música, poesía desnuda. Como en este otro, un romancillo que se titula Álamo blanco y que dice esto:

Arriba canta el pájaro
y abajo canta el agua.
(Arriba y abajo,
se me abre el alma).

¡Entre dos melodías,
la columna de plata!
Hoja, pájaro, estrella;
baja flor, raíz, agua.
¡Entre dos conmociones,
la columna de plata!
(¡Y tú, tronco ideal,
entre mi alma y mi alma!)

Mece a la estrella el trino,
la onda a la flor baja.
(Abajo y arriba,
me tiembla el alma).

Juan Ramón fue un hombre enfermizo, de delicada salud. La muerte de su padre y la ruina económica de su familia, cuando era muy joven, y su carácter algo neurótico obligaron a ingresarlo con depresión en un sanatorio, primero en Burdeos y luego en Madrid. Tenía 20 años. Años después, Rubén Darío decía que Juan Ramón era un nefelibata, y nefelibata es, según el diccionario, una persona “soñadora, que no se apercibe de la realidad”.

Era también Juan Ramón un hombre muy enamoradizo, salió con muchas mujeres, buscó mucho la pareja con la que probablemente soñaba el nefelibata. Hasta que la encontró y se casó con ella. Era la escritora, traductora y lingüista Zenobia Camprubí, probablemente la persona que más influyó en su vida y en su obra. 

De convicciones republicanas, Juan Ramón Jiménez salió al exilio durante la guerra civil y ya nunca volvió a España. Residió en Estados Unidos y en Puerto Rico, impartió conferencias en otros países latinoamericanos, hizo viajes largos a Argentina y a Uruguay. Siempre con su mujer, siempre con Zenobia.

El 25 de octubre de 1956, cuando la pareja llevaba seis años residiendo en Puerto Rico e impartiendo Juan Ramón clases en el campus de Ríos Piedras, la Academia Sueca le comunicó al poeta la concesión del Premio Nobel de Literatura. Tres días después, el 28, Zenobia fallecía en San Juan. Él nunca se recuperó de aquel golpe, y tuvo que ser el rector de la universidad quien recogiera el Nobel, en su nombre. El poeta murió dos años después en la misma clínica donde había fallecido Zenobia.

Unos años antes, Juan Ramón había escrito este poema memorable con el que vamos a acabar. Se titula El viaje definitivo, y, sí, como parece es un canto a la muerte, un bello y sereno canto a la muerte en versos de distinta métrica, en los que escucharéis al fondo el sonido tranquilo de la misma rima asonante, la misma en todo el poema. Dice así:

… Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando:
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostáljico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.