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22 Ene 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Caracolas marinas, de Francisco Villaespesa

Escucha cuando estés entristecido,
en el silencio de tus noches solas,
estas maravillosas caracolas
que de remotas playas he traído.

Y oirás, entre el tumulto de las olas,
cantar a las sirenas en tu oído:
¡Ni bálsamos ni jugos de amapolas
producen un tan inefable olvido!

Te irán adormeciendo sus canciones,
soñando con nereidas y tritones….
Y si algún día tu soñar despierta,

en la playa verás, bajo una palma,
la desnudez de una sirena muerta,
¡de la sirena que murió en tu alma!

Nacido en Laujar de Andarax, en las Alpujarras almerienses, Francisco Villaespesa (1877-1936) fue un nómada, un viajero casi permanente: a veces con dinero, otras veces sin blanca. Vivió en Almería, donde con 13 años ya publicaba versos en la prensa local. En Granada, donde siguió y abandonó pronto sus estudios de Derecho. En Málaga, donde llevó vida bohemia con otros jóvenes aspirantes a literatos. En Madrid donde siguió llevándola -en las tertulias del Café de Levante y del Fornos- y al mismo tiempo ejerció de periodista, dramaturgo -con algún éxito-, novelista y poeta. En Portugal y en Italia. En toda América, que recorrió de cabo a rabo en larguísimos viajes en los que se ganaba la vida pronunciando conferencias y recitales poéticos y reestrenando sus tragedias y dramas históricos que habían tenido éxito en España y estrenando otros con motivos locales, viajes en los que conoció y se relacionó con los principales poetas e intelectuales de cada ciudad donde paraba. 

Uno de esos viajes lo llevó de 1917 a 1921 a México, Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela y vuelta a Madrid. Otro posterior, a Puerto Rico y Cuba de nuevo, Colombia, Panamá, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay, Brasil… Y en Brasil estaba en 1931, atendiendo un encargo del Gobierno para traducir del portugués al español a los principales poetas brasileños, cuando un ataque de hemiplejía le obligo a volver a España. Como no tuviera recursos para hacerlo, fue la República española, recién instaurada, quien gestionó su repatriación. Vivió sus últimos años en Madrid, de una pensión que le otorgó el Gobierno en reconocimiento por «el gran número de obras con que ha enriquecido el tesoro de la poesía castellana». Murió célebre y pobre. Tenía 59 años. A su entierro asistieron políticos, literatos y numeroso público. Un grupo de actrices de diferentes teatros de Madrid depositaron flores sobre su féretro en el Teatro Español. Fue enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo.

Ferviente admirador de Rubén Darío, Villaespesa fue su mejor discípulo, y con Manuel Machado y Salvador Rueda, uno de los principales poetas modernistas españoles. Del modernismo ya hemos hablado aquí cuando hemos traído poemas del propio Darío, del peruano José Santos Chocano o del mexicano Amado Nervo.

Villaespesa fue escritor torrencial, de obra extensísima. Escribió mucho como dramaturgo y como narrador y muchísimo como poeta. Publicó en total 51 poemarios, y dejó además muchos versos inéditos. Fue tan fecundo, que algunos críticos le reprochan que en ocasiones ni depuraba ni seleccionaba sus poemas. Mucho debió de influir en ello el hecho de que vivía al día, con poca estabilidad económica y muy necesitado de ingresos. Ripios y otras imperfecciones aparte, el almeriense es en muchas ocasiones brillante, ingenioso, técnicamente extraordinario. Escriben sobre él en www.poetasandaluces.com (sitio web muy recomendable): «Lo profano y lo bohemio, lo sensual, lo triste, lo febril y el decaimiento, lo preciosista y lo moroso, tuvieron en este poeta andaluz un intérprete genial. En ocasiones, la mera sonoridad verbal le arrastró al amaneramiento. Poseyó la gracia voluptuosa y florida de los frondosos jardines árabes. Y, sin embargo, entre los miles y miles de sus poesías, pueden espigarse un centenar corrido de auténtica inspiración y belleza, dignas de las más admirables del parnaso español».

Era un gran sonetista. No sólo dominaba el soneto tradicional, en endecasílabos, sino que también los escribía en alejandrinos (versos de catorce sílabas) y en octosílabos (de ocho), en los que están los llamados sonetillos. Mirad este sonetillo, titulado El poema de la carne: «Cuando me dices: Soy tuya, / tu voz es miel y es aroma, / es igual que una paloma / torcaz que a su macho arrulla. // Sobre mi mano dormida / de tu nuca siento el peso, / mientras te sorbo en un beso / todo el fuego de la vida. // Cuando ciega y suspirante / tu cuerpo recorre una / convulsión agonizante, // adquiere tu faz inerte / bajo el blancor de la luna / la palidez de la Muerte».

El soneto que hoy os traigo, en endecasílabos, recuerda mucho a otro en alejandrinos de su admirado Rubén Darío, titulado Caracol y que empieza así: «En la playa he encontrado un caracol de oro / macizo y recamado de las perlas más finas; / Europa le ha tocado con sus manos divinas / cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro». 

Caracolas, remotas playas, olas, sirenas, nereidas, tritones… Y un final sombrío, inquietante. ¡Puro modernismo! Yo lo digo y lo siento así: