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12 Jul 2020
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Lo fatal, de Rubén Darío

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos!…

Aún hoy, pasados más de cien años de su muerte, el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) es considerado y con muy sólidos motivos como el gran poeta de América en español, el príncipe de todos ellos, el que más y mejor renovó la poesía en nuestro idioma, desde el léxico a la métrica, desde los contenidos hasta el continente. Y también, y sobre todo, como el gran impulsor del ritmo (de la «musique», como decía su admirado Paul Verlaine) que esculpía cada verso repartiendo sílaba a sílaba la acentuación, la tonalidad, de un modo magistral y novedoso.

Nómada perpetuo, vivió en Honduras y en distintos lugares nicaragüenses de niño; en El Salvador y en Chile de joven periodista y poeta inédito entre estrecheces económicas; en El Salvador de nuevo, Guatemala, Costa Rica, Madrid en diversos periodos, Barcelona, Buenos Aires, París… ya como poeta consagrado y como diplomático. En casi todos esos lugares aprendió y creó escuela.

De la vida menesterosa juvenil le sacó el novelista y crítico literario español Juan Valera, que le escribió en el periódico El Imparcial dos cartas muy elogiosas sobre su primer libro: Azul. Aquellos textos de Valera consagraron a Darío en toda América y en España. Azul se convirtió en el poemario fundacional de una nueva corriente literaria, el modernismo.

El poema de hoy, Lo fatal, es muy posterior, de un tercer libro estelar de Darío, Cantos de vida y esperanza, en el que el autor ha dejado atrás los versos optimistas, vivaces, floridos, sensuales de Azul y de Prosas profanas (su segundo gran libro) y se ha vuelto más intimista, más reflexivo y muy pesimista. Una vida de muchos excesos, sobre todo alcohólicos, había afectado a su salud mental y a su estabilidad emocional, con algún intento de suicidio incluido.

Lo fatal es el último de los 41 poemas de Cantos de vida y esperanza. Es uno de los grandes poemas sobre un asunto frecuente de la poesía en cualquier idioma: la fugacidad de la vida, el sentido de la vida. Está sembrado de frases lapidarias. Entre ellas, ese final de «¡y no saber adónde vamos / ni de dónde venimos!…», todo un canto de desesperanza.

El poema es muy valioso también en la forma. Son once versos alejandrinos (de catorce sílabas) y dos versos finales heptasílabos que os podréis encontrar en algunas ediciones unidos, convertidos en un duodécimo alejandrino. El metro alejandrino abunda en nuestra Edad Media, durante el mester de clerecía (casi todo Berceo son alejandrinos «Quiero fer una prosa en román paladino, / en el qual suele el pueblo fablar a su vecino…), escasea durante siglos en nuestras letras y es Darío quien lo rescata -tras leerlo en poetas franceses del siglo XIX-, lo frecuenta y lo renueva cambiando el sistema interno tradicional de acentuación de cada verso, y lo siembra entre muchos ilustres poetas posteriores como Antonio Machado (en alejandrinos está su famosísimo «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla…») o Pablo Neruda («Puedo escribir los versos más tristes esta noche….»).

Un detalle formal más, antes de pasar a escuchar el poema. El encabalgamiento entre el octavo y el noveno verso, con ¡una preposición! fijando la rima: «por». ¡Puro Rubén! Solo alguien tan experimental y experimentado como Darío (que hasta tiene un Soneto de trece versos, en eneasílabos) podía atreverse a tanto y salir airoso.

Vamos con ello: