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23 May 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Castilla, de Manuel Machado

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo.
Nadie responde… Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde… Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos, lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja…
Idos. El cielo os colme de venturas…
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!

Calla la niña y llora sin gemido…
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: ¡En marcha!
El ciego sol, la sed y la fatiga…
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

La excelencia y la fama de su hermano Antonio han opacado las de Manuel Machado (1874-1947), uno de los más representativos poetas del modernismo español, y uno de los técnicamente mejor dotados de su tiempo. A su olvido ha contribuido también su trayectoria vital: aunque fue uno de los fundadores, en 1933, de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética, acabó virando hacia la derecha, apoyando y recibiendo distinciones del franquismo cuando sus hermanos y su madre salían de España entre los derrotados e incluso escribiendo un poema laudatorio a Franco, Capitán, cuando sus tropas entraron en el Madrid republicano, poema que comenzaba así: «¡Bienvenido, Capitán! / Bienvenido a tu Madrid, / con la palma de la lid / y con la espiga del pan. / Dios bendice el santo afán / que tu espada desnudó / y la victoria te dio, / poniendo en esa victoria / toda la luz de la gloria / de un mundo que se salvó».

Ambos, Manuel y Antonio -y José, pintor y dibujante, que acompañaba al segundo y a la madre en los días de su agonía en Colliure y que se exilió para siempre en Chile-, eran hijos del antropólogo y folklorista Antonio Machado Álvarez, más conocido como Demófilo, uno de los principales investigadores de la segunda mitad del siglo XIX de la cultura popular andaluza y de muchas otras regiones españolas. De su padre le venía a Manuel Machado su interés por la cultura y las coplas populares y la asiduidad con que cultivó él mismo esos metros. “Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor. / Tal es la gloria, Guillén, / de los que escriben cantares: / oír decir a la gente / que no los ha escrito nadie. / Procura tú que tus coplas / vayan al pueblo a parar, / aunque dejen de ser tuyas / para ser de los demás (….)», dice uno de sus poemas, titulado precisamente La copla.

Del modernismo bebió de la fuente original, pues en 1902-1903 compartió piso en París con Rubén Darío y con Amado Nervo. Rubén no solo lo inició en la nueva estética sino también en las por aquellos años ya declinantes del simbolismo y el parnasianismo franceses.

Su habilidad técnica llevó a Manuel Machado a algunas innovaciones sorprendentes. Soleás que se rompían con versos larguísimos o sonetos que parecían imposibles. El soneto está, por lo general, compuesto de 14 endecasílabos (versos de once sílabas). A veces, de alejandrinos (de 14 sílabas) o de octosílabos (de 8). Pues bien: Manuel Machado escribió uno en versos ¡trisílabos!: «Frutales / cargados. / Dorados / trigales… / Cristales / ahumados. / Quemados / jarales… / Umbría / sequía, / solano… / Paleta / completa: / verano». Se titula Verano y quizás sea el soneto más breve de la historia.

El poema que hoy os traigo es celebérrimo. Se basa en un episodio del Cantar de Mio Cid, la primera obra extensa de la literatura en español, pues se escribió hacia el año 1200. El episodio se narra en los primeros versos, cuando el cantar de gesta cuenta la salida al destierro de Rodrigo Díaz de Vivar ordenada por el rey Alfonso VI: «Grande duelo habian las gentes cristianas; / Ascondense de mio Çid, ca no le osan dezir nada. / El Campeador adeliño a su posada; / asi como llego a la puerta, fallola bien çerrada, / por miedo del Rey Alfonso, que asi lo habian parado: / que si no la quebrantase por fuerza, que no gela abriese nadi. / Los de mio Çid a altas voces llaman; / los de dentro no les querien tornar palabra. / Aguijo mio Çid, a la puerta se llegaba, / saco el pie del estribera, una ferida le daba; / no se abre la puerta, ca bien era çerrada. / Una niña de nueve años a ojo se paraba. / ¡Ya Campeador, en buen hora çinxiestes espada! / El rey lo ha vedado, anoche d’el entro su carta, / con gran recaudo & fuertemientre sellada. / No vos osariemos abrir ni coger por nada; / Si no, perderiemos los haberes y las casas / Y demas los ojos de las caras. / Çid, en el nuestro mal vos no ganades nada (…)».

Este último verso del fragmento citado del Cantar nos lo encontramos casi tal cual en el poema de Manuel Machado.

No solo en lo que cuenta es interesante el poema machadiano. También en cómo lo cuenta: mediante una silva («combinación métrica, no estrófica, en la que alternan libremente versos heptasílabos y endecasílabos», dice el DLE), con una rima asonante arromanzada, en a-a, en los versos pares. Esta última elección no es casual: de los cantares de gesta nacieron los romances; y del Cantar nace este peculiar romance (en heptasílabos y endecasílabos, en vez de en octosílabos) de Manuel Machado.

La rima es muy leve, hay tantos encabalgamientos entre los versos que la rima apenas suena, se oye poco. Lo que le da la fuerza al poema es, además de muchos detalles poderosísimos y deslumbrantes («llaga de luz», «¡quema el sol, el aire abrasa!», «es toda ojos azules, y en los ojos, lágrimas») y de algunos versos redondos, que ya estén en el imaginario colectivo de multitud de hispanohablantes («el ciego sol, la sed y la fatiga», «polvo, sudor y hierro») es el ritmo, la musicalidad. La sabia distribución de las sílabas acentuadas de los heptasílabos y los endecasílabos. Escuchadlo: os parecerá oír el avanzar de los caballos. A mí me recuerda ese ritmo el de otro poema modernista, Los caballos de los conquistadores, de José Santos Chocano, que empezaba así, también con rima arromanzada: «¡Los caballos eran fuertes! / ¡Los caballos eran ágiles! / Sus pescuezos eran finos y sus ancas / relucientes y sus cascos musicales». Los caballos de Santos Chocano van al galope, a las batallas de la conquista. Los de Machado, a ritmo más lento, al trote, a la tristeza del destierro, como resistiéndose a dejar su tierra.

Yo siento este Castilla así: