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Laura González López

27 Ene 2020
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Firmas

¡Vamos, Rafa!

Con más frecuencia de la que pensamos, empleamos una expresión desconocida para muchos pero utilizada por todos. ¿Quién no ha dicho u oído más de una vez: «Tú, ¿de qué tienes miedo?»; «¡Vamos, Rafa!»; «Necesito, chicos, vuestra ayuda»? Tú, Rafa y chicos son expresiones que sirven para llamar la atención de nuestro interlocutor o para mantener el contacto entre hablante y oyente; es decir, son expresiones vocativas. Su uso es muy habitual en la lengua oral, por lo que no es de extrañar que las grandes empresas las empleen en sus anuncios («Papá, ¿por qué somos del Atleti?») o que formen parte del refranero popular («Y lo que te rondaré, morena»).

Los vocativos no son únicos del español: existen en todos los idiomas. Así se documentan ejemplos en lenguas romances (francés: Mesdames et messieurs, bienvenue) y germánicas (inglés: Ladies and gentlemen, welcome), pero también en chino (女士们,先生们,欢迎) o ruso (Добро пожаловать, Дами и Господа!)1, dos de los idiomas más hablados del mundo. Sin embargo, los vocativos no son un «invento» moderno: se emplean desde hace miles de años. Por ejemplo, ya en latín y griego eran muy frecuentes, lo que explica que se encuentren con asiduidad en las grandes obras de la Antigüedad clásica como son La Odisea o La Eneida:

«Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos, que anduvo errante mucho después de Troya (…)» (Homero, La Odisea, canto I).

«¡Oh, compañeros! Les dice, ¡oh, vosotros, que habéis pasado conmigo tan grandes trabajos!» (Virgilio, La Eneida, capítulo 1).

Si bien en estas lenguas el vocativo era un caso morfológico independiente, en muchas declinaciones coincidía con el nominativo, lo que daba lugar a confusión. Este sincretismo ha hecho que el vocativo se haya ido perdiendo con el paso del tiempo en un gran número de lenguas que todavía hoy mantienen casos (por ejemplo, el alemán o el ruso, entre otras muchas). En consecuencia, es necesario buscar otra manera de identificar estas construcciones.

Una de las formas más fiables es a través de su entonación. Cuando emitimos un vocativo hacemos una pausa ­—mayor o menor, dependiendo del lugar que ocupe—, la cual supone una ruptura entonativa con respecto al enunciado con el que se relaciona. Así, en «Dicen, Ana, que salgas», Ana interrumpe el enunciado dicen que salgas y adquiere una entonación propia, lo que hace que se interprete como frase entonativa independiente. Dicha ruptura se refleja en la escritura a través de la adición de comas, regla que se mantiene en todas las lenguas y en todos los géneros literarios. Así, es muy común que aparezcan en obras teatrales y novelas —principalmente en diálogos—, pero también en poemas:

«Señor —respondió Sancho—, que el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para mañana, y no aventurarse todo en un día» (Cervantes, 1605-1615: Don Quijote de La Mancha).

«Navega, velero mío, /sin temor, / que ni enemigo navío, /ni tormenta, ni bonanza / tu rumbo a torcer alcanza (…)» (Espronceda, 1846: La canción del pirata, Poesías).

Su relación con el contexto y, por consiguiente, con la pragmática es innegable, ya que su referencia se asocia con uno de los participantes de la comunicación: el interlocutor. Además, su uso indica qué clase de vínculo existe entre el hablante y el oyente (cercanía, familiaridad, respeto…), si esta relación es asimétrica (de poder: tú-usted) o simétrica (de igualdad: tú-tú), etc. Sin embargo, hay aspectos que la pragmática no puede explicar. Estos se vinculan con la sintaxis, concretamente con su estructura interna y con su estructura externa.

En relación a la primera, sería conveniente indicar por qué los vocativos admiten determinantes en algunas lenguas y en ciertos contextos («Los alumnos de segundo, acompáñenme»), mientras que en otras situaciones su uso se rechaza sistemáticamente («No llores, bonita» / «*No llores, la bonita»). A este respecto, sería necesario esclarecer el tipo de sintagma que conforman estas construcciones, sobre todo si se tiene en cuenta la hipótesis de Longobardi (1994): únicamente los elementos argumentales o seleccionados por un predicado pueden ser sintagmas determinantes. Asimismo, sería preciso establecer las clases de palabras que pueden actuar como núcleo vocativo, los rasgos que este último posee en tales casos y si son o no objetos referenciales.

En relación a la segunda, habría que aclarar otras cuestiones vinculadas con la posición de los vocativos con respecto a la oración, es decir, con su estructura externa. Para ello, sería necesario investigar por qué estas estructuras pueden experimentar cambios de posición (a saber, inicial, media o final: [María,] dicen [, María,] que vengas [, María]), qué lugar ocupan en la proyección (esto es, ¿dentro o fuera de la oración?), por qué su referencia unas veces coincide con la de un elemento argumental («Santii, tei admiro mucho») y otras no («Santii, le*i/j admiro mucho»), o cómo se justifica la existencia de construcciones con destinatarios múltiples («María, Sofía y Ana, os necesito al cien por cien»), entre otras muchas cosas.

Todas estas preguntas, sin embargo, todavía están sin resolver, ya que el estudio de las expresiones vocativas ha despertado poco o ningún interés entre los investigadores españoles. Por ello, su análisis sintáctico ha permanecido olvidado, hecho que contrasta con lo que ocurre en otras lenguas. Estas pasaron de no dar importancia al vocativo, de manera similar a como ocurre en español, a mostrar un creciente interés como demuestra la proliferación de algunos trabajos en los últimos años. Así, lenguas como el italiano (Moro, 2003), el francés (Floricic, 2011), el rumano (Hill, 2013), el flamenco (Haegeman, 2014), el inglés (Slocum, 2010, 2016), el portugués (Carvalho, 2000, 2010, 2013), el griego (Tsoulas y Alexiadou, 2005; Stavrou, 2014), el turco (Akkuş, 2016) o incluso el catalán (Espinal, 2013) y el vasco (Haddican, 2015) están empezando a centrarse en su estudio.

En consecuencia, era necesario realizar una investigación que tratara de llenar ese vacío en nuestra lengua y que otorgara al vocativo la importancia que merece. Esa era mi intención al iniciar hace casi cuatro años mi tesis doctoral. Espero que mi granito de arena en la gramática española contribuya a «recuperar» en los estudios gramaticales esta construcción tan usual como desconocida: nuestro querido amigo el vocativo. Siempre quedarán muchas preguntas por responder: «Papá, ¿por qué somos del Atleti?».

 

Este artículo de Laura González López es uno de los contenidos del número 5 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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