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Laura González López

23 Jun 2020
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Firmas

La lengua en los colegios

Alumnos de colegios e institutos comentan por los pasillos las ecuaciones que han resuelto en la clase de Matemáticas, las partes de la célula que han estudiado en Biología, los cuadros de Goya que han analizado en Historia del Arte… Matemáticas, Biología, Historia del Arte y, en general, cualquier asignatura son tomadas por los alumnos como entes separados que no guardan ninguna relación entre sí. Sin embargo, no se dan cuenta de que, en realidad, están unidos por una disciplina, quizás la menos valorada de todas: la Lingüística.

La lengua es la forma de comunicación por excelencia. La usamos a todas horas, de manera oral o escrita, e incluso la adaptamos a nuestra vida cotidiana aunque esta última sea virtual, como ocurre con los móviles. Surgen, así, vocablos para designar nuevas realidades (mileurista, correo electrónico o el recién incorporado zasca) y otros que se adaptan a ellas (ventana, ratón o aplicar en el sentido de ‘solicitar un puesto de trabajo’). También se recuperan «malos» hábitos (laísmo, loísmo, leísmo ya documentados desde el siglo XIV) y se utilizan algunos no tan recientes como pudiera parecer en un principio (el desdoblamiento del género como en profesores y profesoras, niños y niñas ya se documenta en El Cid: «(…) burgueses y burguesas por las ventanas son». Pero al contrario de lo que la gente piensa, estos «cambios» no son resultado de una acción divina: son obra de una comunidad que los toma como buenos y decide aplicarlos en su día a día. Todo ello hace que los hablantes —y no solo los lingüistas— se conviertan en los verdaderos responsables de la lengua.

Sin embargo, cuando la asignatura de Lengua y Literatura se estudia en las aulas se convierte en un dolor de cabeza para los estudiantes, que la toman como un ente abstracto que nada tiene que ver con ellos. Tampoco los profesores saben cómo hacerla atractiva, seguramente porque muchos de ellos sienten más apego hacia la Literatura, disciplina fundamental para todo ser humano pero, en muchos casos, muy diferente a los intereses de la Lingüística.

Ante esta situación, pedagogos y especialistas han adoptado dos posturas distintas: los que creen que hay que mantener la forma de enseñar Lengua en las aulas y los que defienden que es necesario introducir cambios para despertar el interés de los alumnos. Los «resultados» de la primera de las posiciones son muy evidentes, sobre todo en los estudiantes y los futuros profesionales. Todos nos escandalizamos de que los jóvenes no lean, no escriban bien o no sepan construir oraciones con sentido, competencias de las que, por otro lado, la lingüística no es la única responsable. También nos quejamos de la mala caligrafía de los médicos, de lo largas y mal construidas que están las oraciones de las sentencias judiciales, de lo incomprensibles que son los manuales de cualquier aparato o de la forma de hablar más que cuestionable de los políticos (todos tenemos aún en mente la frase de Rajoy: «Es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde»). Por lo tanto, parece lógico suponer que el sistema tal cual está no funciona y que la forma de enseñar tiene que cambiar.

Partiendo de esta idea, han ido surgiendo nuevas iniciativas en los últimos años. Una de las más recientes y con mayor proyección es la creada por Ángel Gallego y Germán Cánovas, dos profesores de la Universidad Autónoma de Barcelona que han llamado a su aventura GrOC (Gramática Orientada a las Competencias), seguramente porque veían el futuro de la enseñanza en amarillo (groc significa ‘amarillo’ en catalán).

A este proyecto se han ido sumando un gran número de especialistas de reputada fama que realizan sus investigaciones no solo en Cataluña sino en otras comunidades autónomas. Así, se encuentran catedráticos y profesores titulares de distintas universidades españolas como Cristina Sánchez, Luis García, Edita Gutiérrez, Irene Gil, Raquel González o Ángeles Carrasco, entre otros muchos. A ellos se unen académicos de la talla de Ignacio Bosque, coordinador de las dos grandes gramáticas del español de los últimos tiempos: la Gramática descriptiva de la lengua española (1999) y la Nueva gramática de la lengua española (2009).

Los propósitos que se ha fijado este proyecto son fundamentalmente cinco, como reza su página web: favorecer e impulsar la enseñanza de la gramática, desarrollar materiales fiables y actualizados para el aula, contribuir a la formación del profesorado, celebrar encuentros (jornadas y congresos) para mejorar la enseñanza de Lengua en el aula y confeccionar un glosario de términos gramaticales para profesores y alumnos. Este último ha dejado de ser un objetivo para convertirse en realidad: ha sido presentado en el reciente congreso de la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) celebrado en Sevilla en noviembre de 2019. En el congreso, además, se ha puesto de manifiesto la importancia que tienen los conocimientos lingüísticos para desarrollar lo que hoy en día se conoce como inteligencia artificial. Y es que las máquinas para hablar, contrastar información o, por ejemplo, para analizar lo que escribimos necesitan crear «estructuras» sintácticas (sintagmas, oraciones) o relaciones semánticas; es decir, precisan de conocimientos gramaticales.

A pesar de todo lo anterior, todavía hay alumnos —y no tan alumnos— que siguen preguntándose de qué sirve estudiar Lengua. No obstante, nadie pone en duda la importancia de asignaturas como Dibujo Técnico o Economía, seguramente porque el efecto de la lingüística no se percibe a corto plazo (no hace que se construyan edificios ni produce dinero). El lenguaje es una de las primeras y más preciadas creaciones de la humanidad. Esta se vio en la necesidad de crear un sistema de signos lingüísticos y reglas para comunicarse con otros seres de su misma especie. Por ello, resulta lógico suponer que existan personas (los filólogos o lingüistas, en este caso) que sientan la necesidad de detenerse en su estudio, de intentar explicar su funcionamiento, sus cambios a lo largo del tiempo y en sus distintas variedades.

En consecuencia, la lengua se ha convertido en uno de los patrimonios culturales más antiguos que se conocen, mucho más que la construcción de un edificio o la creación de un nuevo tratado matemático. Y si nadie pone en duda los anteriores, ¿por qué deberíamos hacerlo con la asignatura de Lengua?

 

Este artículo de Laura González López es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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