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Mercedes de la Torre García

13 Mar 2023
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«La madre que parió al poniente, la madre que parió al levante»

Objeto fugaz, voluble y caprichoso es el viento, ‘corriente de aire producida en la atmósfera por causas naturales, como diferencias de presión o temperatura’ (Diccionario de la lengua española, Real Academia Española).

«El viento por la mañana, del este y noreste; por la tarde, del sur, y por la noche y madrugada, del este y sureste, con velocidades entre los 8 a 16 km/h». Estos habituales pronósticos del tiempo que nos proporcionan la idea visual de la fuerza y el movimiento de las corrientes de aire, desde dónde viene y hacia dónde va, mediante esas pequeñas flechitas sobre el mapa, hacen que tengamos una idea física, objetiva y, hasta cierto punto, científica de sus denominaciones. Estos términos nacen de las simples direcciones, sencillas alusiones a los cuatro puntos cardinales (norte, sur, este y oeste), con sus 32 variantes, según la rosa de los vientos de las cartas de marear. Sin embargo, de todo objeto que involucra al hombre y su quehacer, se deriva un léxico que tiene una versión popular: más cercana, más vivencial. Así ocurre con el viento, ya que, como acompañante continuo del devenir y vivir de los pueblos desde la antigüedad, este ha sido siempre un gran protagonista entre los fenómenos atmosféricos y, sin duda, esto tiene su reflejo en unas denominaciones que apuntan más allá de la brújula.

Un ejemplo notorio lo tenemos en los hombres de mar, siempre interesados por sus azotadores por excelencia, ya que ellos debían a los súbditos de Eolo su favorable o desfavorable labor de navegantes. En las crónicas nos desvelan sus diferentes nombres, a la manera que el afamado cosmógrafo y especialista en las artes náuticas Martín Cortés Albacar, en su Breve compendio de la esfera y de la arte de navegar (1551), se hace eco de ello:

[…] Los que navegan en el mar Mediterráneo los llaman por otros nombres, teniendo origen de la lengua toscana o porque toman denominación de las partes de donde vienen en respecto del mar mediterráneo; así como el gregal porque viene de Grecia, y leveche porque viene de Livia, y siroco de Siria, etcétera. Y començando en el norte son sus nombres: tramontana, gregal, levant, siroch, mijorno, leveig, ponent y mestre (Folio LXV).

 

Si muchos son los territorios de habla hispana, numerosos son también los anemónimos o nombres de los vientos, porque «no existe una región que no posea un soplo que nazca de ella y se disipe en los alrededores» (Séneca, Naturales quaestiones).

Del este tenemos el levante en las zonas costeras de Andalucía y Canarias, y el hermoso término jaloque (posiblemente del catalán exaloc) en Almería, que es el solano en el interior (Andalucía, en las dos Castillas, Cantabria, Aragón, Navarra y la Rioja), pero que tiene un hermano malagueño llamado terral. Además, no nos olvidemos del bochorno (lat. vulturnus), como lo conocen en Zaragoza, Huesca y Logroño. Curiosa es la acepción que esta palabra tiene en Andalucía, porque no hay mayor bochorno (‘calor sofocante provocado por el aire caliente’) que el que deja el levante. Son muy generales los sinónimos poniente y gallego para la corriente de aire del oeste, que en la costa oriental se conoce como mistral; norte y cierzo para el viento del norte, con su variante costera oriental tramontana y, finalmente, sur, ábrego, vendaval, mediodía, etc. para denominar al viento del sur.

Voces heredadas del latín, griego y árabe, que a ojos actuales han perdido su motivación inicial (céfiro del griego zéphyros, ‘viento del oeste’, que viene desde el promontorio de Cilicia; ábrego del latín africus, ‘viento del sur’ que viene desde África; garbino del árabe ġarbî, ‘occidental’, ‘viento occidental’), son sustituidas por aquellas que se cargan para el hablante de unos orígenes más claros y naturales. Así, el viento viene de arriba (norte) o de abajo (sur), y lo que es viento del norte o cierzo en una localidad es granaíno o de la sierra en otra, porque procede de ese lugar. Abundan las valoraciones personales que varían en función de cuán propicio le sea el aire a los locales, mientras que en ciertas zonas peninsulares el soplo del norte es malo, matacabras o descuernacabras y frío, en las zonas cálidas puede ser el bueno, el rico y el fresquito. Precisamente de estas apreciaciones se recarga el refranero: Si viene claro por las Castillas, coge tus bueyes y vete a la villa; Muy mal principia el verano, reinando viento solano; De poniente, ni viento ni gente; Los enemigos del cuerpo son tres: serrano, monegrino y montañés; Garbinada de invierno, día de infierno; Dijo la lluvia al viento: cuando tú vienes, yo me ausento, etc.

Algunos aires han marcado la historia. Sin los vientos alisios, Colón no hubiera navegado viento en popa hacia las Américas; desde entonces en el Caribe se vive mirando a barlovento, «de donde viene el viento». Y ya se sabe, de los malogrados casamientos y temporales portugueses perdura el resentimiento: De España ni viento ni casamiento.

Por todo lo anterior, queda claro que el viento, nuestros vientos, mi viento… forma parte de los recuerdos, conversaciones y culturemas (al menos en algunas zonas). El aire en la costa gaditana, mi costa, sé que configura el diario de los que viven envueltos en él; y digo envueltos porque le da un color distinto al cielo, humedece o seca el aire que se respira y modifica el humor de los habitantes de estas tierras.

Yo cierro los ojos y, si me dicen viento, ese aire en movimiento, escucho a mi tío con media sonrisa decir: «El verano es levante, calor y moscas», y me veo en la orilla del Atlántico, con el pelo despeinado, sintiendo la arena como perdigones en la piel y reparando en cómo vuelan las enormes páginas del Diario de Cádiz (el antiguo) de algún crédulo gaditano de los de antes. Sí, eso es, una señora levantera que deja el agua del mar como una piscina y que, tras varios días, según comentan siempre impares, se despide hasta nueva orden.

Entre mis imágenes ventosas andan los días de cumple y bocatas de pan de molde. Si había viento de levante, teníamos que prepararlos a última hora, ya que su poder secante los hacía pasar de perfectos triángulos a un pan combado que parece que sonríe, o se ríe de ti por no haber previsto que esto ocurriría. Ya sabían los antiguos de este fenómeno y nos advertían de ello:

[…] que el tienpo está muy seco e los panes de los baxos muy nesçesitados de agua, que será bien esperar ver si N[uestro] S[eño]r da buenos tenporales, porque a quarenta días que haze muchos levantes […] (Acuerdos del Cabildo de Tenerife, 1534, Diccionario histórico del español de Canarias).

Mi juventud en Algeciras me enseñó que, si una peculiar boina nubosa coronaba el peñón de Gibraltar, se acabó ir a la playa al salir de clase, porque Si el Peñón tiene montera, levantera. Al parecer, el viento tiene estas formas de comunicarse ya que Viento de levante, agua por delante; de la tramontana, más cercana, y si Carrascoy (monte de Murcia) se pone la montera, más cercana y más certera.

Estos señores sopladores se convierten en un miembro más de la familia o un personaje de una obra literaria, como en el caso de Los aires difíciles de Almudena Grandes. Son un no sé qué, un qué sé yo, que, sin ser visibles, conviven con los pueblos; que se presienten cuando no están (levante en calma) y anuncian lo que está por llegar (viento de lluvia, de agua o aire llovedor, como dicen en Guadalajara); que te susurran suavecito en ocasiones (brisa, ponientito) y se enfurecen cuando braman y se desatan en levanteras, levantazos, ponientazo… y que te hacen temblar de frío con el ponientito largo, porque sentimos un biruji ‘viento fresquito’ o birirbiri, como dirían en Cazorla. Cuando se van, se acuestan, se esconden, se calman o se echan; otras veces no se deciden y vienen y van (rachean); y otras cambian de carácter, pero no se van (rolan).

Así nos tienen a todos a su merced e imitamos su parecer cuando nos da una ventolera o un siroco, y también tenemos a los locos del viento o bebemos los vientos, sean de levante o poniente, por alguien a quien amamos.

Estas ventoleras se mueven por las calles de Cádiz y su Paseo del vendaval para enloquecer y enamorar a sus gentes:

Quién es ese que se mete
y empuja así las veletas
arremolinando siempre los papeles en las puertas.
Mosqueando a las persianas
con su manaza invisible
y rondando las ventanas para entrar si le es posible.
Quién será, será, que de día baila con la ropa tendía,
quién levantará tanta arena, quien será, será.
Con su música caliente va provocando a las sienes
y levanta el indecente las faldas de las mujeres.
Quién será, será, que se cuela,
quién será, será que no para,
quién se va, se va y cuando pueda ya regresará.
(Paco Villegas y José Luis Bustelo, comparsa Los soldaditos, 1989)

Y así me voy con el viento a otra parte, porque para mí que nací entre el aire en movimiento, bendita la madre que parió al levante y la madre que parió al poniente.

 

Este artículo de Mercedes de la Torre es uno de los contenidos del número 17 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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