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24 Jul 2019
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Un toque de atención sobre desviaciones normativas, cambios lingüísticos, expresiones de moda y nuestra capacidad de acogida de palabras procedentes de otras lenguas.

Mª Ángeles Sastre

Profesora de Lengua Española en la Universidad de Valladolid. Me llama la atención cómo habla la gente, cómo escribe, cómo dice sin decir, cómo maquilla lo que dice, cómo transgrede con el lenguaje, cómo nos dejamos engañar por los políticos. Leo la letra pequeña en la publicidad y los periódicos de pe a pa. Y encuentro de todo.

A propósito de «la calor»

Cuando escribo este post, desde un cuarto en penumbra en la canícula castellana, leo: «¿Nueva ola de calor en España? 41 provincias en alerta por calor y tormentas».

Pero, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), no podemos hablar de ola de calor en España pese a las temperaturas extremas porque «se considera ola de calor un episodio de al menos tres días consecutivos, en que como mínimo el 10% de las estaciones consideradas registren máximas por encima del percentil del 95% de su serie de temperaturas máximas diarias de los meses de julio y agosto del periodo 1971-2000». Ahí es nada. Así que la AEMET nos ha endilgado la expresión episodio de calor y se ha quedado tan ancha.

Es en estos casos cuando yo hablo de la calor sin cortarme ni un pelo. Sí, en femenino. Cuando la temperatura apenas baja por la noche y las mañanas no son fresquitas.

¿Puede decirse la calor? Si hacemos caso a mi ordenador, que no hace más que cambiar la por el, no debería decirse. Pero sí, aunque no siempre.

En el Diccionario de la lengua española, de la RAE, 23.ª edición (2014), la palabra calor es un nombre de género masculino en todas sus acepciones. Pero en la primera acepción (‘sensación que se experimenta ante una elevada temperatura’) se le informa al usuario del diccionario de que «en Andalucía y algunos lugares de América se usa también como femenino».

Su uso en femenino era normal en español medieval y clásico. Recientemente he releído las Novelas ejemplares, de Cervantes, y en La ilustre fregona dice: «Conviene que mañana madruguemos, porque antes que entre la calor estemos ya en Orgaz». Los primeros versos del Romance del prisionero atestiguan su uso como femenino: «Que por mayo era, por mayo / cuando hace la calor / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor…». Santa Teresa de Jesús también lo usaba en femenino: «porque la calor entraba mucha», «porque la calor entraba grande», «con la calor, que hacía mucha».

El Diccionario de Autoridades (1726-1729) la registra como voz masculina y añade que «algunos la hacen femenina, diciendo la calor». De la misma época (1729) es el Tesoro de la lengua castellana. En que se añaden muchos vocablos, etimologías y advertencias sobre el que escribió el doctísimo Sebastián de Covarrubias, de Juan Francisco Ayala Manrique, y dice a propósito de calor que «en buen castellano es masculino, como en latín; pero el vulgo le haze femenino a veces».

He buscado esta palabra en todos los diccionarios de la RAE y siempre aparece como sustantivo de género masculino excepto en el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (1983), que la registra como nombre ambiguo en cuanto al género.

Los nombres ambiguos en cuanto al género contienen los dos géneros, sin que el uso de uno u otro dé lugar a realidades diferentes o implique cambios de significado. La elección de uno u otro género suele ir asociada a diferencias de registro o de nivel de lengua, o tiene que ver con preferencias dialectales, sectoriales o personales.

No hay un catálogo en español de nombres ambiguos en cuanto al género. Lo normal es que este tipo de nombres no sean estables como ambiguos porque la tendencia natural de los hablantes es a usarlos en uno u otro género, es decir, que los hablantes tienden a desambiguar.

¿Quién le pone la marca ‘ambiguo’ a un nombre? Son los lexicógrafos quienes lo hacen. Si el diccionario está basado en un corpus, su elección vendrá dada por los datos que proporcione dicho corpus. ¿Y si no hay corpus? En este caso se impondrá el criterio de los lexicógrafos, que tiene mucho que ver con el tratamiento que ha tenido el nombre en cuestión en los diccionarios anteriores. A mí me llama la atención que la palabra vodka siga considerándose en la actualidad como nombre ambiguo, a pesar de que nunca la he visto ni oído como femenina. Y también que lo sea dote, aunque advierte el diccionario que se usa más en femenino. Y me gusta que palabras como ábside, alfoz, tilde, pastoral, teletipo o monzón hayan dejado de serlo en la edición del diccionario académico de 2014 en relación con la de 2001.

Hay nombres que no han sido etiquetados como ambiguos en los diccionarios a pesar de que está documentado su uso en ambos géneros (como es el caso de vinagre) y otros que sí están considerados como ambiguos a pesar de que apenas hay testimonios de su uso en uno de los dos géneros (como esperma). Y pueden encontrarse referencias a un uso mayoritario en uno u otro género, como en el caso de reúma o reuma, considerado como ambiguo pero precisando que se usa más en masculino que en femenino.

O como ocurre en el caso de calor, que no está considerado como ambiguo pero precisa que se usa también en femenino. Si se utiliza como femenino y dicho uso no está estigmatizado, no hay ningún problema en usarlo como tal. Normalmente quien lo usa en femenino solo lo hace cuando quiere hacer referencia al calor excesivo, como se usa en mi entorno. Y sabemos que es nombre masculino en el resto de los casos.