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01 Feb 2019
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Un toque de atención sobre desviaciones normativas, cambios lingüísticos, expresiones de moda y nuestra capacidad de acogida de palabras procedentes de otras lenguas.

Mª Ángeles Sastre

Profesora de Lengua Española en la Universidad de Valladolid. Me llama la atención cómo habla la gente, cómo escribe, cómo dice sin decir, cómo maquilla lo que dice, cómo transgrede con el lenguaje, cómo nos dejamos engañar por los políticos. Leo la letra pequeña en la publicidad y los periódicos de pe a pa. Y encuentro de todo.

Yo sigo anotando en la agenda lo que tengo que hacer

En el principio fue agenda, forma de plural neutro en latín con el significado de ‘cosas que han de ser llevadas a cabo’ (en román paladino, lo que hay que hacer).

El calendario –como organizador y medidor del tiempo– y la planificación son inherentes; luego vinieron los diferentes soportes para registrar lo que se ha de hacer en determinada fecha.

En nuestra agenda se entretejen los días con la vida, nuestras actividades profesionales con las personales. La urdimbre es el calendario y por ella, como en un telar, pasa la trama (los años, los meses, las semanas, los días y las horas) para construir nuestro tejido vital: obligaciones, propósitos, empeños, compromisos… Todo perfectamente limitado en un espacio temporal, programado para que dure una determinada cantidad de tiempo.

Nos hallamos sometidos a la tiranía de la agenda. Vivimos pendientes de ella. Da igual que sea física o electrónica, austera o de lujo: es casi imposible programar algo sin consultarla antes y lo hacemos en función de los huecos disponibles, lo que nos permite presumir de personas organizadas a las que les cunde el tiempo. Cuando no tenemos interés en atender algo, alegamos problemas de agenda; si hemos de presionar a alguien, acudimos también a ella y alegamos que es ella quien lo marca.

Leí un reportaje sobre Raphael (escrito por Rubén Amón en El País Semanal, nº 2.200) y me enteré de que el artista tiene «agendados» (así, entre comillas) conciertos hasta 2021.  Busco el verbo agendar en el Diccionario de la lengua española, de la RAE: ni rastro. Nos hemos inventado un verbo, me digo. Sí, pero no. No es tan frecuente en España. Lo registra el diccionario Clave (Diccionario de uso del español actual,de la editorial SM): «Referido a una cita o a un compromiso, incluirlo dentro de una planificación». 

Y lo registra también el Dicccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE):Lo que me sorprende es que al menos la primera acepción de agendar (anotar en una agenda datos e informaciones) no se haya incluido en la última edición del diccionario académico si en el Diccionario de americanismos, que se publicó en 2010, consta que también se usa en España.

Y he constatado que se usa también con el significado de ‘incluir un número de teléfono en la agenda del teléfono móvil’ o, más sencillamente, ‘tener en la agenda’ (de esta manera podrás descubrir si un usuario te tiene agendado en WhatsApp; ¿cómo saber si un desconocido te tiene agendado?).

Sin embargo, no tengo conciencia de que en el español de España se use agendar con el significado de ‘concertar  o acordar un encuentro, una reunión, una cita, etc.’, como en «El legislador por Yucatán propuso agendar una reunión con el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales» o «También se agendarán reuniones con diputados, senadores y dirigentes del partido».

A mí, qué quieren que les diga, este verbo no me sale de forma natural. Yo sigo anotando en mi agenda lo que tengo que hacer y añadiendo a alguien en la agenda del móvil. De momento no agendo, pero el verbo está bien formado.