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25 Abr 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La opinión, de Ramón de Campoamor

¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar.
Un clérigo: Empiece el canto.
El doctor: ¡Cesó el sufrir!
El padre: ¡Me ahoga el llanto!
La madre: ¡Quiero morir!
Un muchacho: ¡Qué adornada!
Un joven: ¡Era muy bella!
Una moza: ¡Desgraciada!
Una vieja: ¡Feliz ella!
—¡Duerme en paz!— dicen los buenos.
—¡Adiós!— dicen los demás.
Un filósofo: ¡Uno menos!
Un poeta: ¡Un ángel más!

Nunca fue un primera fila ni un genio, él mismo era consciente de sus limitaciones -«Después de haber leído a Ibsen, todo parece anticuado e insignificante», dijo de su propia obra al final de su vida-, pero el asturiano Ramón de Campoamor (1817-1901) fue hasta no hace mucho uno de los poetas más populares, leídos, memorizados y declamados de toda la historia de la literatura en nuestra lengua, en España y en América. Versos suyos están todavía hoy arraigados en la memoria colectiva y son citados y repetidos una y otra vez, en muchas ocasiones sin saber que a él se los debemos. Como estos: «Y es que en el mundo traidor / nada es verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira».

Rico de familia, con apenas 15 años fue enviado desde su Asturias natal a Madrid, a cursar estudios diversos: filosofía, lógica, matemáticas, medicina… Tras avanzar poco en todos ellos, se acabó dedicando a las letras (la poesía, el teatro y el periodismo) y a la política. En aquellas le apadrinó en sus primeros pasos Espronceda, por entonces el príncipe de los románticos. En la política, militó en el Partido Moderado, fue monárquico fervoroso -de Isabel II- y progresó, entre otras cosas, elogiando en versos a quien podía promocionarlo y dedicándole tiempo y trabajo -lo que no era frecuente en la época- a los muchos cargos que desempeñó: gobernador civil en varias provincias, diputado por diversas circunscripciones, senador, consejero de Estado… Era bondadoso y bonachón, desprendido (cedió los derechos de sus libros a sus editores), jovial, optimista… Valle-Inclán aseguró que su marqués de Bradomín, el protagonista de sus Sonatas, se había inspirado en Campoamor: «Era un hombre generoso y espléndido», dijo de este.

Como poeta, Campoamor quizás es demasiado fácil, a veces prosaico y algo simplón, nada esteticista ni elaborado, en ocasiones ripioso. Pero es también casi siempre muy eficaz para contar lo que desea contar y para mover más a la reflexión que a las emociones. La suya es muchas veces una filosofía de andar por casa, pero fue muy celebrada por sus numerosísimos lectores. Fue también un innovador, inventó un peculiar género de poemas brevísimos, muchas veces solo un pareado, a menudo con moraleja, que recogía en volúmenes con cientos de ellos. A los más cómicos, los llamaba humoradas. A los más serios, doloras. Una recopilación de estas sumó más de treinta ediciones en vida del autor. Fueron una especie de eslabón de enlace y evolución entre las fábulas de nuestros clásicos del XVIII (Samaniego, Iriarte…) y las greguerías de principios del XX de Ramón Gómez de la Serna. Algunas de sus humoradas y doloras han aguantado bien el paso del tiempo y aún se leen hoy con mucho agrado: «Te morías por él, pero es lo cierto / que pasó tiempo y tiempo y no te has muerto». «No es raro en una almohada ver dos frentes / que maduran dos planes diferentes». «La fuiste a secuestrar, y, ya casado, / eres tú, más bien que ella, el secuestrado». «Las hijas de las madres que amé tanto / me besan ya como se besa a un santo».

El poema que hoy os traigo es muy representativo de su obra. Versificación facilísima, reflexión social, moraleja implícita… Parece un caso aplicado de su «todo es según el color / del cristal con que se mira». Habla de un hecho real, el poema está dedicado «a mi querida prima Jacinta White de Llano, en la muerte de su hija», y aun así al autor se le ve más reflexivo y filosófico que emocionado o dolido. Yo lo siento así: