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11 Abr 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

La vieja y el gato, de Samaniego

Tenía cierta vieja de costumbre,
al meterse en la cama,
arrimarse en cuclillas a la lumbre,
en camisa, las manos a la llama.
En este breve rato,
le hacía un manso gato
dos mil caricias tiernas: pasaba y repasaba entre sus piernas.
Y como en tales casos la enarbola,
tocaba en cierta parte con la cola.
Y la vieja cuitada
muy contenta decía: -Peor es nada.

Del alavés Félix María de Samaniego (1745-1801) se conocen mucho más sus fábulas moralizantes para niños y grandes que sus poemas eróticos en tono humorístico y satírico, y a veces muy procaces y hasta chabacanos, en mi opinión tanto o más interesantes que aquellas desde el punto de vista literario. Hoy os traigo uno de estos últimos, si bien uno de los menos subidos de tono.

Samaniego, que era de familia aristocrática y con posibles y gozó de una sólida formación académica -en parte en Francia, bajo el influjo de los enciclopedistas e ilustrados-, se dedicó toda su vida a la escritura, a las tertulias y debates intelectuales, a sus actividades con instituciones como la Sociedad Bascongada de Amigos del País o el Real Seminario Bascongado… Para esos ámbitos, e inspirado en los clásicos del género (el griego Esopo, el romano Fedro, el francés La Fontaine), escribe Samaniego sus fábulas, 158 en total; la mayoría protagonizadas por animales con los vicios y las virtudes de los humanos, y en peripecias y situaciones de las que se desprende una moraleja. La zorra y las uvas («Es voz común que, a más del mediodía, / en ayunas la zorra iba cazando»…), El perro y el cocodrilo («Bebiendo un perro en el Nilo / al mismo tiempo corría. / -Bebe quieto-, le decía / un taimado cocodrilo»…), La cigarra y la hormiga («Cantando la cigarra / pasó el verano entero / sin hacer provisiones / allá para el invierno»…), El cuervo y el zorro («En la rama de un árbol, / bien ufano y contento, / con un queso en el pico, / estaba el señor Cuervo»…) o La lechera («Llevaba en la cabeza, / una lechera el cántaro al mercado»…) son algunas de las más célebres.

Muchas de ellas son muy populares desde su primera publicación, un 1781. Un año después, en 1782, el otro gran fabulista de la época, Tomás de Iriarte, hasta entonces amigo de Samaniego, publicó las primeras suyas, y como se jactara de ser él el pionero en español en el género, se desató entre ellos una de las mayores enemistades literarias de nuestra historia. Intercambiaron multitud de pullas en verso. «Tus obras, Tomás, no son / ni buscadas ni aun leídas, / ni tendrán estimación / aunque sean prohibidas / por la santa Inquisición», le acabó espetando el alavés de Laguardia al canario del Puerto de la Cruz.

A propósito de la Inquisición. Al tiempo que sus fábulas morales, Samaniego escribía para sí mismo y para sus amigos ilustrados multitud de piezas de poesía erótico-jocosa, muchas de ellas muy críticas con los poderosos y especialmente con el clero. Algunos de estos versos llegaron a conocimiento de la Inquisición, que lo persiguió y trató de confinarlo en un convento, acusándolo de licencioso y anticlerical. Sus influyentes amigos le salvaron del castigo.

Toda esta obra secreta de Samaniego permaneció inédita durante muchas décadas, hasta que más de un siglo después de fallecer su autor fue recopilada en 1921 por el periodista y escritor experto en literatura erótica Joaquín López Barbadillo en un libro bajo el título El jardín de Venus, en el que en sucesivas ediciones han ido retirándose algunos poemas, por demostrarse que no eran del alavés, e incorporándose otros, al comprobarse suyos.

El breve poema que hoy os traigo es, como os anticipaba, de los más delicados y elegantes de este género. Los hay bastante más explícitos, como podréis comprobar en esta buena edición de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Entre ellos, El cañamón, que dice así, con su punto anticlerical incluido: «Cierta viuda, joven y devota, / cuyo nombre se sabe y no se anota, / padecía de escrúpulos, de suerte / que a veces la ponían a la muerte. / Un día que se hallaba acometida / de este mal que acababa con su vida, / confesarse dispuso, / y dijo al confesor: -Padre, me acuso / de que ayer, porque soy muy gulusmera, / sin acordarme de que viernes era, / quité del pico a un tordo que mantengo, / jugando, un cañamón que le había dado / y me lo comí yo. Por tal pecado / sobresaltada la conciencia tengo / y no hallo a mi dolor consuelo alguno, / al recordar que quebranté el ayuno. / Díjola el padre: -Hija, / no con melindres venga / ni por vanos escrúpulos se aflija, / cuando tal vez otros pecados tenga. / Entonces, la devota de mi historia, / después de haber revuelto su memoria, / dijo: -Pues es verdad: la otra mañana / me gozó un fraile de tan buena gana / que, en un momento, con las bragas caídas, / once descargas me tiró seguidas / y, porque está algo gordo el pobrecillo, / se fatigó un poquillo / y se fue con la pena / de no haber completado la docena. / Oyendo semejante desparpajo / el cura un brinco dio, soltó dos coces, / y salió por la iglesia dando voces / y diciendo: -¡Carajo! / ¡Echarla once, y no seguir por gordo! / ¡Eso sí es cañamón, y no el del tordo!».

He intentado grabaros El cañamón y no he llegado al final, por las muchas risas. Y optado por La vieja y el gato. Lo siento y digo así: