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18 Abr 2021
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

Bajo la lluvia, de Juana de Ibarbourou

¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
¡Cómo moja mi falda,
y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
Llueve, llueve, llueve,
y voy, senda adelante,
con el alma ligera y la cara radiante,
sin sentir, sin soñar,
llena de la voluptuosidad de no pensar.

Un pájaro se baña
en una charca turbia. Mi presencia le extraña,
se detiene… me mira… nos sentimos amigos…
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!
Después es el asombro
de un labriego que pasa con su azada al hombro
y la lluvia me cubre de todas las fragancias
de los setos de octubre.
Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado
como un maravilloso y estupendo tocado
de gotas cristalinas, de flores deshojadas
que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.
Y siento, en la vacuidad
del cerebro sin sueño, la voluptuosidad
del placer infinito, dulce y desconocido,
de un minuto de olvido.
Llueve, llueve, llueve,
y tengo en alma y carne, como un frescor de nieve.

Grande en un país de grandes poetas (Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini, Mario Benedetti, Idea Vilariño…), la uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) es una de las voces más singulares y valiosas de toda la literatura en español. En 1929, cuando ella tenía 37 años, escritores y poetas uruguayos de todas las edades y delegados de todo el continente la proclamaron ‘Juana de América’, en una ceremonia en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo del país. Con la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral, de las que ya hemos hablado aquí, Juana de Ibarbourou completa según muchos expertos el trío de mujeres poetas más destacadas de todo el siglo XX en la América hispanohablante.

Juana era hija de un español de Lugo, y españoles fueron muchos de sus primeros estímulos. «Nunca conocí fiesta mayor que cuando mi padre recitaba, bajo el rico dosel del emparrado, versos de Rosalía. De ahí mi vocación», contó en 1947 en su discurso de ingreso en la Academia Nacional de Letras.

En julio de 1919, envía una carta y cuatro ejemplares de su primer libro, Las lenguas de diamante, a Miguel de Unamuno, y le pide su opinión y que remita los otros tres libros a Antonio y a Manuel Machado y a Juan Ramón Jiménez. Recibió elogios de todos ellos. Juan Ramón celebró la desnudez espiritual y la frescura de sus versos, y la visitó años después en su casa montevideana. También Federico García Lorca pasó un día por allí.

El libro exaltaba el amor, el cuerpo, la belleza física, la naturaleza… Estaba dedicado a su marido, el capitán Lucas de Ibarbourou, con quién se había casado con solo 20 años y de quien ella tomó su seudónimo literario. Su verdadero nombre era Juana Fernández Morales.

Las lenguas… era un poemario muy rompedor para esa época. Incluía poemas como este Te doy mi alma: «Te doy mi alma desnuda, / como estatua a la cual ningún cendal escuda. / Desnuda con el puro impudor / de un fruto, de una estrella o una flor; / de todas esas cosas que tienen la infinita / serenidad de Eva antes de ser maldita. / De todas esas cosas, / frutos, astros y rosas, / que no sienten vergüenza del sexo sin celajes / y a quienes nadie osara fabricarles ropajes. / Sin velos, como el cuerpo de una diosa serena / ¡que tuviera una intensa blancura de azucena! / Desnuda, y toda abierta de par en par / ¡por el ansia del amar!». O como este otro, El fuerte lazo: «Crecí / para ti. / Tálame. Mi acacia / implora a tus manos su golpe de gracia. / Florí / para ti. / Córtame. Mi lirio / al nacer dudaba ser flor o ser cirio. / Fluí / para ti. / Bébeme. El cristal / envidia lo claro de mi manantial. / Alas di / por ti. / Cázame. Falena, / rodeé tu llama de impaciencia llena. / Por ti sufriré. / ¡Bendito sea el daño que tu amor me dé! / ¡Bendita sea el hacha, bendita la red, / y loadas sean tijeras y sed! / Sangre del costado / manaré, mi amado. /¿Qué broche más bello, qué joya más grata, / que por ti una llaga color escarlata? / En vez de abalorios para mis cabellos / siete espinas largas hundiré entre ellos. / Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas, / como dos rubíes, dos ascuas bermejas. / Me verás reír / viéndome sufrir. / Y tú llorarás. / Y entonces… ¡más mío que nunca serás!».

El poemario fue un éxito inmediato y generó reacciones muy favorables, pero no unánimes. Gabriela Mistral, a quien también se lo había enviado la joven autora, lo elogió como el reflejo de una muchacha sensible y apasionada y como un modelo de feminidad. «Me ha sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de usted, tan frescas y tan ardorosas a la vez», le dijo Unamuno en su acuse de recibo tras recibir su ejemplar. La escritora María Eugenia Vaz Ferreira, una de las consagradas en aquellos años en Uruguay, le contestó a Juana, tras recibir el libro: «Yo no leo indecencias».

No solo como poeta. Ibarbourou se consagró también muy pronto como autora de relatos para niños, relatos que aún se reeditan una otra vez en antologías en todo el ámbito del español.

Fue muy reconocida y celebrada. Recibió numerosos homenajes y distinciones oficiales. Cuando murió, en 1979 y con 87 de edad, Uruguay le dio el título de Ministro de Estado y fue velada en el mismo Salón de los Pasos Perdidos donde medio siglo antes había sido proclamada ‘Juana de América’. Pero su vida personal fue muchos menos grata. Su marido, aquel capitán del que tomó hasta su apellido, era un rico ostentoso y manirroto que la tenía apartada de la vida social, por celos, y que acabó maltratándola, física y psicológicamente. Sumida en la tristeza, Juana se convirtió en una adicta a la morfina y pasó encerrada en su casa gran parte de los años de la segunda parte de su existencia, viendo por la ventana pasar el tiempo y la vida.

El poema que hoy os traigo es muy representativo de entre los suyos. Naturaleza, vida, sentimientos, pasión, reflexión… Yo lo siento así