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29 Abr 2023
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Los mejores en castellano, seleccionados, comentados y recitados por el editor y director de Archiletras.

Arsenio Escolar

Periodista, filólogo, escritor y editor. Fundé Archiletras en 2018 tras darle vueltas al proyecto durante 35 años.

El poema que salvaríamos de un incendio devastador


“Recuerde el alma adormida…”. Quizás no haya un primer verso más conocido en toda la historia de la literatura en español. ¿Adormida? Sí, adormida, luego os cuento. Hoy hablamos de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, quizás el poema que más amantes de la poesía en español citarían si tuvieran que escoger uno, sólo uno. 

Cuando se les pregunta a los amantes del Museo del Prado qué cuadro salvarían de un devastador incendio, la mayoría responde que Las meninas, de Velázquez, y algunos añadimos el Cristo muerto sostenido por un ángel, de Antonello de Messina. Cuando se nos pide a los amantes de la poesía en castellano que elijamos un solo poema de toda la historia de nuestra literatura, la inmensa mayoría optamos por las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. 

Manrique fue nuestro primer gran poeta soldado, el primer excelso hombre de armas y de letras de nuestra historia. Abrió una saga que seguirían nombres tan ilustres como Garcilaso, Gutierre de Cetina, Francisco de Aldana, Baltasar del Alcázar, Cervantes… y hasta Don Quijote si me apuráis.

Jorge Manrique murió en una acción de guerra cuando aún no había alcanzado los 40 años de edad. Fue en una escaramuza de una de nuestras tantas guerras civiles. La guerra que enfrentaba a finales del siglo XV a los partidarios de Isabel de Castilla -entre los que estaba nuestro poeta de hoy- con los de su sobrina Juana la Beltraneja. No se sabe con exactitud cuándo y dónde murió, pero hay tres villas conquenses que todos los años, a finales de abril, celebran su memoria con unas llamadas Jornadas Manriqueñas. Son las localidades de Castillo de Garcimuñoz, donde fue herido; Santa María del Campo Rus, donde la mayoría de expertos cree que falleció; y Uclés, donde fue enterrado.

El poeta había nacido en Paredes de Nava, en la actual provincia de Palencia, aunque hay quien lo duda y apunta que pudo ser en Segura de la Sierra, en la hoy provincia de Jaén. Lo basan estos últimos en que esta localidad hoy jiennense era por entonces la cabeza de la encomienda que administraba su padre, Rodrigo Manrique, uno de los más poderosos señores de su tiempo. 

Tenía Jorge en la familia numerosos precedentes literarios. Su madre, Mencía de Figueroa, era prima hermana de Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, el poeta de las serranillas. ¿Recordáis lo de “Moza tan fermosa / non vi en la frontera, / com’una vaquera / de la Finojosa”? Pues bien, eso era del marqués; también poeta y soldado, por cierto, hombre de armas y de letras. Serranilla VII, del Marqués de Santillana

Un tío de Jorge llamado Gómez Manrique fue también poeta y dramaturgo de valía y de éxito. 

A los tres, Jorge Manrique, Gómez Manrique y el Marqués de Santillana, se les considera miembros del Prerrenacimiento castellano. Para situarnos: el arte y la literatura están dejando atrás la Edad Media y están apuntando a cambios que se concretarán por completo en el Renacimiento. Otros tres nombres -los tres, italianos- habían sido los principales precursores del Prerrenacimiento: Dante, Petrarca y Boccaccio. 

Volvemos a Jorge Manrique. No escribió mucho. Se le conocen medio centenar de llamados poemas menores, de tema amoroso, burlesco o doctrinal, y un gran poema mayor. ¡Y tan mayor! Nuestro poema de hoy. Las Coplas a la muerte de su padre

Su padre, don Rodrigo, conde de Paredes de Nava, maestre de la Orden de Santiago, murió a los setenta años de edad, en 1476. Fue víctima de un cáncer que le desfiguró el rostro. Jorge Manrique le escribe este poema, este elogio fúnebre, este planto, justo después de la muerte, aunque no fue publicado hasta tiempo después, ya fallecido también el propio autor. 

Callo aquí yo ahora, y hablan sobre el poema los expertos. Por ejemplo, el poeta, filólogo, helenista, traductor, ensayista, columnista, crítico y editor literario Luis Alberto de Cuenca. Dice así en su antología titulada Las cien mejores poesías de la lengua castellana. Atención: “Siempre he dicho que si tuviera que elegir un poema en lengua castellana -solo uno, no un centenar, como los de este libro-, ese sería Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique”. Añade después Luis Alberto de Cuenca. “El tono meditativo y elegiaco, la oportunidad en la elección de cada palabra, la mágica fluidez de versos y estrofas, revelan al poeta superdotado que fue Manrique, cuyo mensaje lírico sigue hoy más vivo que nunca”.

Las Coplas -ya hablo de nuevo yo- es un poema largo. Tiene cuarenta estrofas de doce versos cada una. Son estrofas técnicamente muy peculiares y muy adecuadas a lo que en ellas se dice. Cada estrofa tiene dos sextillas de pie quebrado. Os explico lo del pie quebrado: cada sextilla tiene cuatro versos octosílabos -el primero, el segundo, el cuarto y el quinto- y dos versos tetrasílabos, de cuatro sílabas, el tercero y el sexto. En su libro Al margen de los clásicos, escribe Azorín que esa métrica, esas sextillas de pie quebrado, le prestan al poema una gran sentenciosidad y un ritmo quebradizo y fúnebre como el repique funeral de una campana.

Las Coplas es un poema largo. Tanto, que hoy aquí solo leeremos un fragmento, el de las cinco primeras estrofas.

Una cosa más, antes de pasar a la lectura. Hace poco, en 2021, Ángel Gómez Moreno, catedrático de la Universidad Complutense, director de Archiletras Científica y experto en literatura medieval y renacentista, publicó un artículo con la tesis muy bien argumentada de que las Coplas no empezarían con «Recuerde el alma dormida» sino de este otro modo: «Recuerde el alma adormida». Adormida, no dormida. En su artículo, Gómez Moreno analizaba la mayor capacidad poética y metafórica de «adormida» y, sobre todo, citaba y repasaba multitud de ediciones de las Coplas de Manrique de los siglos XV al XIX en las que el término utilizado era «adormida», así como muchas otras menciones de otros autores a la obra manriqueña en la que se reproduce también de este modo. «El cambio de ‘adormida’ por ‘dormida’ -añadía Gómez Moreno- se produce a poco de adentrarnos en el siglo XX”. A mí me convenció, y recupero el “adormida”

Yo digo y siento así estas primeras estrofas de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique.

Recuerde el alma adormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Y pues vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera

más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir,
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.

Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen hierbas secretas
sus sabores;
A Aquel sólo me encomiendo
Aquel solo invoco yo,
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.

(…)