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César Javier Palacios

30 Nov 2018
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Firmas

Sostenibilidad, el invento de los forestales que adoran políticos y economistas

Un reciente anuncio en la prensa nacional de la Diputación de Zamora muestra a un hombre pescando plácidamente en un embalse; ofrece al lector «patrimonio sostenible». ¿Qué tipo de patrimonio?, ¿el ambiental, el artístico, el pecuniario? ¿Son el lago de Sanabria o la colegiata de Toro sostenibles? En su primera definición, el diccionario de la Real Academia Española no nos saca de dudas. Sostenible: «que se puede sostener». La colegiata zamorana se sostiene perfectamente desde hace casi nueve siglos, pero el anuncio debe de hacer referencia a la segunda definición: «Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente».

Se supone que la publicación zamorana hace referencia al turismo sostenible, aquel que —según define la Organización Mundial del Turismo (OMT)— garantiza su disfrute sin poner en peligro el futuro de las personas, economías y hábitats que lo hacen posible. Es de imaginar que de eso Zamora ofrece mucho. En ese sentido, es una provincia muy sostenible.

El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ha anunciado el compromiso de su Ejecutivo con «la transición energética y sostenibilidad del país», especialmente la ambiental. Su ministra de Economía y Empresa asegura que «disminuir la desigualdad contribuye a la sostenibilidad del modelo económico». El Ministerio de Fomento, encargado de promover las grandes obras públicas, se jacta en su página web de que todas sus acciones «responden al principio de sostenibilidad entendida en su triple dimensión de eficiencia económica, equidad social y calidad ambiental». Otros representantes hablan con frecuencia de «políticas de gasto sostenible», sostenibilidad laboral (sin despidos), sostenibilidad política (a través de gobiernos estables), sostenibilidad social (reduciendo la conflictividad laboral), sostenibilidad ambiental (equilibrio ecológico) e incluso de supuestos «países sostenibles» donde existe una armonía entre los sectores económicos, ambientales, sociales y políticos. La palabra tiene tanto éxito que empieza a utilizarse en marketing alimentario para productos procedentes de «agricultura sostenible», nada que ver con los productos ecológicos pues esta es puramente industrial y química, pero se le supone algún valor ambiental que en la práctica no va más allá de su origen español y el cumplimiento de las normativas europeas.

«El éxito del término “sostenible” se basa en su ambigüedad», afirma Santos Casado, doctor en Biología y profesor del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid. Experto en Historia de las Ciencias Naturales, Casado recuerda que en origen fue una palabra técnica usada por los primeros ingenieros forestales alemanes de mediados del siglo XVIII. Impulsores de la gestión científica de los recursos naturales, proponían talar el máximo número posible de árboles que era capaz de soportar un bosque sin degradarse. No se trataba, por tanto, de protegerlo sino de rentabilizar al máximo su explotación. Pero indirectamente la aplicación de estas técnicas «sostenibles» tenía un componente moral, pues implicaba un proceso intergeneracional controlar las talas para que, en siglos posteriores, otras generaciones pudieran beneficiarse de su modélico trabajo «sostenible». Una idea promovida en esos años ilustrados por los vilipendiados fisiócratas (por rechazar el mercantilismo), cuya doctrina se basaba en que las leyes humanas, incluida la economía, debían estar en armonía con las leyes de la naturaleza.

Esa idea tan ecologista ahora de aprovechamiento racional de los bosques pasó pronto a la pesca y a la administración de otros recursos naturales. En el fondo, bebía directamente de una filosofía tan popular como la de no matar a la gallina de los huevos de oro. Muy pronto los ecólogos la empezaron a utilizar en sus estudios sobre biología de los ecosistemas, como sinónimo de equilibrio, pero siempre en el campo estrictamente científico.

Influenciados por la presión ecologista del Flower Power, el primer intento de los economistas por unir crecimiento económico y medio ambiente fue en 1974, pero entonces la palabra elegida fue «ecodesarrollo». La propuesta se recogió en la Declaración de Cocoyoc, nombre de la lujosa hacienda mexicana donde se celebró el simposio bajo el auspicio de Naciones Unidas. Sin embargo, a los norteamericanos —especialmente a Henry Kissinger— tal denominación no les gustó nada, pues ponía en tela de juicio su sistema capitalista de permanente crecimiento. Así que lo vetaron. Una década después, el Informe sobre nuestro futuro común aprobado por Naciones Unidas en 1987 promovería con éxito y sin críticas el término «desarrollo sostenible», definido como aquel que permite satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Sostenido (sustained) o sostenible (sustainable) eran palabras usadas ya entonces por los economistas más liberales para explicar un desarrollo que se mantiene estable en el tiempo. Incluso las grandes multinacionales y entidades bancarias hablaban de «rendimiento máximo sostenible» (maximum sustainable yield). Otros lo vieron como expresión de justamente lo contrario, de un desarrollo sin crecimiento e incluso de un decrecimiento, pues por definición el crecimiento sin fin en un planeta finito es materialmente imposible.

Fue así como desarrollistas y ambientalistas han terminado adoptando la misma ambigua palabra para referirse a ideas exactamente opuestas.

En 1995, el término había alcanzado el éxito en Europa, donde se habla en documentos oficiales de ciudades europeas sostenibles y de sostenibilidad urbana. Ya lo criticaba entonces el economista José Luis Naredo en su trabajo Sobre el origen, el uso y el contenido del término sostenible, incluido dentro de una publicación dedicada precisamente a las ciudades sostenibles: «Evidentemente si, como está ocurriendo, no aplicamos ningún sistema en el que el término sostenibilidad concrete su significado, este se seguirá manteniendo en los niveles de brumosa generalidad en los que hoy se mueve».

Y así está ahora mismo. En boca de todos, para todo y sin tener nadie muy claro su significado preciso. Pero eso sí, las truchas zamoranas del anuncio proceden de una pesca sostenible, en un espacio natural sostenible donde se practica el turismo… sostenible por un precio muy sostenible.

 

Este artículo de César Javier Palacios es uno de los contenidos del número 1 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras, disponible en quioscos y librerías.
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