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Ana Bulnes

19 Jun 2020
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Firmas

Los rebeldes ortográficos

Yo dejé de acentuar solo en el año 2002, cuando la profesora de Lengua en la carrera nos dijo que la RAE no recomendaba esa tilde. Como la persona obediente que siempre he sido, la retiré, al igual que dejé el pronombre demostrativo libre de acento gráfico. Durante años, tuve que explicar y recorregir a quien me añadía la tilde. Cuando en 2010 la RAE publicó su nueva Ortografía de la lengua española y se armó todo el revuelo, me encontré de pronto en un bando. Es necesario elegir: tortilla con o sin cebolla; solo con o sin tilde.

Como no hay una Real Academia de la Tortilla Española que recomiende una opción por encima de la otra, tomar partido en este asunto es simplemente una cuestión de preferencia personal. En el caso de la tilde maldita, sin embargo, seguir poniéndola tiene un extra de rebelión, de plantarse ante una autoridad que intenta imponer algo que no nos gusta.

Los rebeldes ortográficos no son nada nuevo. De Juan Ramón Jiménez a Gabriel García Márquez, la historia de la lengua española está llena de ellos. Hubo incluso propuestas radicales, como la de Gonzalo Correas, que en el siglo XVII propuso una reforma que sustituía la ce por la ka y la zeta, y eliminaba la i griega (ahora, según la polémica Ortografía de 2010, ye) y la jota, entre otros cambios. Correas (o, como prefería él, Korreas) sentó las bases para algunos intentos de reforma que hubo más adelante, pero ninguno triunfó. La palabra de la Academia fue siempre más importante, más oficial, más seguida.

A todos estos rebeldes, históricos y actuales, los une un enemigo común —una ortografía establecida con la que no están de acuerdo—, pero su enfoque es radicalmente distinto: Correas y todos sus discípulos criticaban el conservadurismo de la RAE, proponían cambios y reformas que habrían sido revolucionarias. Los que se aferran a la tilde de solo, por el contrario, reaccionan ante el cambio y no atienden a razones. Aunque desde la Academia expliquen que esa tilde fue siempre un error, aunque dejen caer que ya en 1959 la recomendaban solo para casos de posible ambigüedad, el cambio en la norma llegó como algo inesperado que, además, chocaba con el uso culto.

Los rebeldes ortográficos suelen defender su postura alegando que la tilde es necesaria para evitar confusiones, algo que en realidad es fácil de rebatir con ejemplos como el de seguro, que también puede ser adjetivo o adverbio y que nunca ha necesitado un acento gráfico para deshacer entuertos. Otras de las causas que muchas veces apoyan los integrantes de esta resistencia lingüística ni siquiera pueden apoyarse en esa supuesta necesidad. Dejar de acentuar guion o formas verbales como rio o hui —cambios que yo, seguidora fiel de la norma ortográfica, aún no he logrado automatizar— no compromete la comprensión del texto. Aquí el argumento es más un «esto se ha hecho siempre así, quién te crees que eres, RAE, para decirme cómo debo escribir».

Detrás de las protestas y esa militancia se intuye a veces un ego herido. Los rebeldes ortográficos no son anarquistas ortográficos. No son personas a las que la norma nunca les haya importado; más bien al contrario, les importa, y mucho. Mucho amante de las letras se reconoce en ese orgullo de ser quien nunca comete faltas, quien caza erratas y errores en medios de comunicación y libros y se escandaliza y se las envía a sus otros amigos ortoperfectos (nunca aceptarían ese calificativo sin sentido etimológico) diciendo que le sangran los ojos. (Yo soy de esas, no lo voy a negar). Cada cambio introducido por la RAE es analizado con mucho detalle. Si es algo inesperado, si es, aparentemente, una concesión a los errores que comete el vulgo, se toma como algo personal, casi como una traición.

Sabemos de la existencia de los rebeldes ortográficos porque su resistencia es activa y pública y ruidosa. No se limitan a seguir acentuando solo como han hecho hasta ahora, sino que se lo hacen saber a todo el mundo. Que nadie crea que es una falta de ortografía o que desconocen la ya no tan nueva norma: es una elección consciente, un «me da igual lo que digas, RAE» que en realidad transmite todo lo contrario. Es el ya no me importas de un amante herido.

Los casos más polémicos de esta última ortografía, solo y guion, lo fueron principalmente porque la Academia «cambió» la norma sin tener en cuenta el uso. Cambió entre comillas, porque en realidad la tilde había sido eliminada en 1959, pero ni editoriales ni medios ni profesores hicieron caso. Ahora, sin embargo, parece que se respira distinto.

En 2015, José Luis López-Quiñones dedicó su tesis doctoral a la recepción que la Ortografía de 2010 había tenido en los medios de comunicación. Habría que actualizar los datos, pero en 2014 solo El País, ABC y El Comercio (Perú) habían eliminado la tilde en más del 50% de los casos. En muchas noticias, apunta el investigador, había ejemplos del solo adverbial con y sin tilde, muestra de la vacilación. En una pequeña y nada científica investigación que acabo de hacer, la tilde de solo sobrevive en las portadas de las ediciones digitales de El Mundo y La Razón, y ha sido desterrada de las de El País y ABC.

En realidad, y aunque en temas de ortografía muchas veces la norma se adelanta al uso, al final es esto último lo que pesará. Si, por mucho que diga la RAE, todo el mundo sigue acentuando guion y el solo adverbial y los pronombres demostrativos y si los maestros no aceptan y transmiten el cambio —lo que pasó desde 1959—, esa tilde continuará viva y sana y riéndose de la Academia, que en algún momento se verá obligada a recular.

La palabra de la RAE no es divina ni obligatoria. No nos jugamos la vida si le llevamos la contraria ni nos multarán cada vez que escribamos —escribáis, ya sabéis que yo soy del otro bando— solo con tilde. Ahora mismo es casi más un tema de identidad que ortográfico. Eso que te permite mirar a alguien a los ojos tras haberle leído un sólo y asentir al reconocer a un compañero de la resistencia.

 

Este artículo de Ana Bulnes es uno de los contenidos del número 6 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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