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Sol Genafo

27 Oct 2021
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Firmas

La escritura que desnuda

Pregúntale a un adolescente qué le pasa o por qué se comporta así, y su respuesta será del tipo «nada, no sé, es mi vida, a ti qué te importa, cero líos, pasa de mí». Lo mismo ocurre cuando ese adolescente entra en su clase de la ESO o Bachillerato y la profesora de Lengua y Literatura le hace esa misma pregunta de manera oral.

En cambio, cuando nos trasladamos al ámbito de la escritura, parte de esa asignatura, con esa misma profesora a la que le contestó con evasivas en la jerga propia de esas edades, nos encontramos con sorpresas. A veces, incluso, el primer sorprendido, si relee el escrito, es el alumno.
Ahí podemos ver una información sensible que pone sobre la mesa, desde pequeñas congojas frecuentes en esa etapa de la vida, hasta considerables dramas familiares, traumas de la infancia, bloqueos sistemáticos… En ocasiones, es más de lo que un profesor quisiera saber de su alumno.

Naturalmente, no se puede tomar todo al pie de la letra y hay que filtrar esa tendencia a la hipérbole que se tiene a la inestable y apasionada edad de 14, 15, 16 años. Pero lo que es incuestionable es que cuentan mucho más por escrito que de forma oral, donde se sienten aun más inhibidos. Por supuesto, también tienen grandes secretos positivos e ilusionantes para ellos.

Pongamos que se están explicando en clase los textos descriptivos y como práctica se les manda escribir un texto de ese tipo sobre algo que conozcan bien, como puede ser su familia. Ahí, te encuentras algún alumno que describe con todo lujo de detalles la casa, cuarto a cuarto, pero, ni rastro de la familia. Un espacio vacío.

Otro tema del currículum de la asignatura son los textos argumentativos. Una vez explicada su estructura, han de exponer una idea o tesis y defenderla con argumentos que avalen ese ejemplo en concreto. Un alumno con expresión dulce y hablar pausado, al que no te imaginarías capaz de arremeter contra nadie, plantea la siguiente tesis: «Un padrastro no te quiere y encima te quita el móvil». En el desarrollo cuenta la escena en la que su padrastro le lanza el móvil contra el suelo por usarlo en la mesa, lo rompe y su madre no le defiende. Sus argumentos iban todos en la línea de que no tenía derecho a hacer eso y la conclusión, demoledora, que ya ni su madre le quiere.

A esta altura del temario ya hemos visto el uso de la adjetivación y de los adverbios y, entonces, todos esos textos, redacciones o relatos se llenan de color y profusión de detalles que matizan y definen, aun más todo aquello que no querían contar pero que, como sin darse cuenta, te lo escriben, quizá sin pensar que luego alguien lo leerá cuando lo entregue.

Afortunadamente, también leemos textos que rozan la euforia, con imaginación y fantasía. Te dicen que sus padres les leían cuentos todas las noches o lo estupenda que es su familia, que los escucha y los comprende bastante. Nunca dirá del todo un adolescente.

Pero poniendo el foco en el otro caso, los términos que más aparecen son: injustamente, no, triste, diferente, solo, rabia, nadie, nada, ¿para qué?

También hay los que están siempre sonrientes, que todo les parece bien salvo si afloran ciertos temas. Entonces, se muestran más vulnerables de lo que cabría esperar y eso, una vez más, se refleja en la escritura. Ya no escriben con esa rotundidad y lenguaje aseverativo que emplean en clase normalmente.

A veces, ese alumno tan bravucón que habla a sus compañeros con cierta prepotencia, tiene mil miedos, empezando por el de la oscuridad que arrastra desde pequeño y que, por algún motivo, aún no ha superado y aparece cuando escribe.

Hay alumnos cuyos padres están divorciados y están totalmente centrados en el estudio y hablan de ello con toda naturalidad, como de una situación bien comprendida y nada incómoda. En otros casos, algunos contestan los ejercicios de los deberes, correcta o incorrectamente, a medias o de forma completa, siendo el mismo alumno, según les toque estar en la casa de un progenitor o en la otra.

En fin, la escritura que nos desnuda a veces hasta lo más íntimo, cuando una alumna que quizá quiere ser alumno, y que, curiosamente, escribe un texto sin fallos, salvo por la falta de concordancia. En la nebulosa de su propia identidad, escribe en primera persona tanto en masculino como en femenino.

Y otros, para acabar, que solo se desnudan si escriben. Es el caso de algún alumno que no participa en ninguna clase, sea la asignatura que sea. No levanta la mano aunque sepa la respuesta, las calificaciones en general son bajas pero en el taller de escritura creativa, no para de escribir desde que empieza hasta que acaba la clase y casi la tinta del boli. La caligrafía no es buena, la presentación tampoco pues aprovecha cada resquicio del folio para ocuparlo con letras diminutas como hormiguitas; en cambio, derrocha imaginación. El resto del tiempo en el instituto no dice nada; quizá eso se llame pensar.

A menudo, dada la edad, se montan su propia película cuando redactan algo; al fin y al cabo son sus sueños de celuloide. Pero también allí el profesor les puede recordar que «tú puedes ser quien quieras pero no te olvides de quién eres». Es cierto que los sueños juveniles a veces se corrompen en la boca de los adultos.

Más de una vez me he encontrado con alguna alumna que no le gusta nada la palabra perfecto porque —dice— le crea ansiedad. Ese fue el caso de una alumna a la que todos los profesores elogiamos, especialmente por lo ordenada que es: todo en carpetas y subcarpetas, códigos de colores, marcadores con distintos significados, perfectamente organizado para el estudio. Ella escucha halagada nuestros comentarios, pero luego pone en una redacción que está harta de que la consideren perfecta y que su familia se empeñe en parecer toda ella perfecta, si en realidad, no es en absoluto así.

De todas formas, no siempre ponen todo tan explícito y acuden al recurso de «tengo una amiga que le pasa esto o lo otro…» y si están escribiendo rápido, se equivocan y se cuela una primera persona.

Algo muy interesante de observar es cómo se pelean con ese folio en blanco, buscando la palabra que signifique lo que ellos quieren decir, que tal vez aún ni siquiera conocen. Y cuando ya la adquieren y amplían su léxico, sienten un gran alivio al ser capaces de verbalizar eso que les costaba tanto y que, en ocasiones, es como diseccionar los sentimientos humanos.

En definitiva, alcanzan la mayor aproximación al sentimiento de felicidad, en esa difícil etapa de estudiante adolescente, cuando lo que piensan, lo que dicen y lo que hacen está en armonía.

 

Este artículo de Sol Genafo es uno de los contenidos del número 11 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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