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Carlos Balado

17 Nov 2022
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El recurso al «tricolon ascendente» en la economía

Aristóteles definió la retórica como «la facultad de conocer en cada caso aquello que puede persuadir» y, sin duda, para ello la pieza fundamental y más eficaz es el lenguaje.

La retórica es una disciplina que proporciona las herramientas y técnicas para expresarse de la mejor manera posible, de modo que tanto el lenguaje como el discurso sean eficaces para deleitar, persuadir o conmover. La palabra proviene del latín rhetorĭca, y este a su vez del griego ῥητορική (retoriké).

Nació en la antigua Grecia para dar fuerza al discurso hablado en un foro político o impartir una lección magistral, y durante cientos de años la retórica estuvo en el centro de la educación occidental y ahora, casi desaparecida, está dividida entre la lingüística, la psicología y la crítica literaria. Incluso en la universidad se considera propio de una minoría; sin embargo, está presente en la vida cotidiana.

Si se repara en el uso de la retórica y se fomenta la capacidad para utilizarla mejor, se aumenta también la preparación y capacidad para descubrir el engaño envuelto entre palabrería.

En la democracia la persuasión ocupa el centro del proceso político, en el derecho las palabras adquieren un poder formal, en los tribunales configura a la sociedad civil, y en todos esos campos la retórica es el vehículo esencial para alcanzar ese fin.

Al hablar, las frases se componen de artificios retóricos, y esos términos que se emplean de forma inconsciente se entienden de forma instintiva y llenan el lenguaje hasta tal extremo que es fácil descubrir su uso en los discursos y en la narrativa económica. Un ejemplo notable es la proliferación del tricolon y el tricolon ascendente, una figura del lenguaje que consiste en establecer correspondencia entre tres términos.

Entre los más famosos están el veni, vidi, vici de Julio César y que se traduce por ‘llegué, vi, vencí’, y se utiliza habitualmente como símbolo de rapidez y éxito con que se ha alcanzado un objetivo. También utilizó el tricolon Churchill, con su «sangre, sudor y lágrimas», aunque la expresión real fuese «sangre, trabajo, lágrimas y sudor».

Es muy conocido el octosílabo métrico de la Real Academia, según el cual la institución creada por el marqués de Villena en 1713 «limpia, fija y da esplendor» al idioma.

Y está repleto de ironía el utilizado por Tirso de Molina en El burlador de Sevilla y convidado de piedra, acto tercero: «Víte, adoréte, abraséme, tanto que tu amor me obliga a que contigo me case».

Un ejemplo muy reciente en la economía de nuestro país se puede ver en las expresiones que afectan a la reforma de las pensiones, sea quien sea el partido en el Gobierno, y aquí destacan por ambas partes dos tricolon, el «factor de sostenibilidad» y el «mecanismo de equidad intergeneracional».

Ambas figuras se refieren a la búsqueda de soluciones para un grave problema, que tiene su origen en el cambio evolutivo de la pirámide de población española y, como consecuencia, el hecho de que cada vez son más las personas con derecho a una jubilación, tras una larga vida de cotizaciones, que las que permanecen en activo para poder pagar las pensiones de los que se retiran.

El tricolon ascendente «factor de sostenibilidad» es un recurso retórico para no decir abiertamente que hay que recortar las prestaciones en función del aumento de la esperanza de vida. Es decir, trabajar más años de los previstos inicialmente y cobrar menos para que dure más tiempo el dinero del que se va a poder disponer para los que se jubilen.

El inconveniente de esta medida es que reduce las pensiones sin aportar ningún recurso adicional al sistema.

De esta forma, quienes tendrán que pagar por el envejecimiento de la población serán los pensionistas futuros por la vía de cobrar pensiones más bajas.

La paradoja es que el propio factor de sostenibilidad, aprobado hace ocho años, no ha sido capaz ni de sostenerse a sí mismo. Ha sido derogado.

Ese sistema se ha sustituido por el Mecanismo de Equidad Intergeneracional porque, se argumenta, el anterior cargaba desproporcionadamente el esfuerzo en las generaciones más jóvenes, mientras que el nuevo permite repartir de un modo equilibrado entre generaciones el esfuerzo para reforzar el sistema de pensiones.

En esencia, detrás del tricolon aparece un aumento de las cotizaciones sociales en 0,6 puntos porcentuales, con el fin de garantizar la sostenibilidad de las pensiones, que desprovisto de retórica significa poder pagar lo que se debe. Para las empresas, el nuevo mecanismo implicará tener que subir sus aportaciones en 0,5 puntos, mientras que el 0,1 restante será aportado por los trabajadores, es decir, una llamada a una mayor recaudación colectiva.

Se dice oficialmente que «este mecanismo», pretenciosa forma de equiparar una decisión política sobre las pensiones a una labor de ingeniería apoyada en la física, «es contingente y temporal», una redundancia innecesaria, «que da lugar a una cotización finalista pequeña y que permitirá aumentar la dotación del fondo de reserva durante diez años», un uso inflado del lenguaje, en retórica denominado auxesis, a partir de datos voluntaristas que no garantizan un resultado concreto.

Esta labor de ingeniería esconde la esencia del problema, aceptar que un trabajador tiene derecho a recibir prestaciones similares a las que él ayudó a pagar con sus cotizaciones y, por tanto, que los ingresos del sistema se ajusten a dicho nivel.

Esto se denomina cambiar el modelo actual de impuestos, y en ningún modo plantea problemas de equidad intergeneracional.

Como muy bien ha constatado Ignacio Zubiri, catedrático de Economía Aplicada, primero «porque una buena parte de las rentas de las generaciones futuras (que tendrán que pagar impuestos para financiar las pensiones de los jubilados de la generación presente) procede de gastos que han realizado las generaciones presentes y que se les han transmitido sin coste (educación, tecnología y buena parte de las infraestructuras de cada generación han sido pagadas por las generaciones precedentes).

Segundo, porque los trabajadores futuros pertenecen a generaciones que, «por no tener un problema de envejecimiento, tendrán pensiones altas».

Todas estas propuestas, y la retórica que las envuelve, soslayan el duro debate: en España no faltan trabajadores, falta trabajo y cotizantes que aporten a las pensiones futuras, de manera que si esto último se resuelve, el tricolon de la jubilación desaparece por «equilibrio contable intergeneracional».

 

Este artículo de Carlos Balado es uno de los contenidos del número 15 de la publicación trimestral impresa Archiletras / Revista de Lengua y Letras.
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