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30 Jun 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Voces

—¿Realmente puedes escuchar la música a un volumen tan bajo? —soltó de repente.

—No la escucho, pero ayuda a acallar las voces de dentro.

—¿Escuchas voces? —me preguntó asustada.

—Tranquila. Son buenas.

—¿Y qué te dicen, si se puede preguntar?

—Analizan. Disfrutan del entorno. ¿A ti no te pasa?

—No, bueno, a ver… hablo conmigo misma, pero es más bien un diálogo interior. No escucho «voces».

—Hablar con uno mismo al menos son DOS voces.

—Jaja. Sí. ¿Y tú cuántas tienes?

—Imposible contarlas. Mucho ruido.

—Has dicho que la música te ayuda a acallarlas, y ahora me hablas de ruido. ¿Seguro que son buenas?

—Buenas pero densas. Se solapan.

—¿Y qué te dicen?

Detuve el taxi en un semáforo de la calle Colón.

—Que hace un día estupendo. Y que empiezo a tener hambre. Y que es una suerte poder charlar con alguien de este tipo de temas. Y que soy muy afortunado de ser taxista.

—¿Te gusta tu trabajo?

—Me apasiona. Puedo hablar contigo, por ejemplo. ¿En qué otras circunstancias podríamos mantener esta misma charla sin conocernos de nada?

—Sí. Eso es verdad.

—¿Giramos a la izquierda o seguimos recto?

—No sé, tú sabrás. Tú eres el taxista.

—A ver… un momento… ¡Ahora caigo! La dirección que me has dicho… es… mi calle… y mi portal. Es, precisamente, donde yo vivo. ¿Somos vecinos?

—Algo así.

En estas giré la cabeza hacia atrás.

No había nadie.