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24 Jun 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Mi único momento

Yo estaba el primero en la parada de la Plaza del Ayuntamiento, apoyado en la puerta de mi taxi, cuando se acercó una mujer y me dijo:

—¿Tienes fuego?

—¡Claro!

Saqué el mechero del bolsillo y lo acerqué al cigarrillo que llevaba en la boca. Luego la mujer se separó a un par de metros de mí y así permaneció un par de minutos, aspirando caladas largas, en silencio. Y a mitad de cigarrillo lo apagó en la papelera, suspiró y subió a mi taxi.

—Al hospital de la Fe. Disculpa por la espera del cigarro. Acabo de salir de trabajar y ahora tengo que ir corriendo a cuidar de mi madre. No debería fumar, pero es mi único momento —me dijo apurada.

—Tranquila. Te entiendo perfectamente.

Vaya que sí. Rondarían las nueve de la mañana, de modo que trabajaba en el turno de noche. Y aquel cigarrillo rápido suponía para ella una suerte de recompensa fugaz para una existencia realmente dura y difícil. Llevaba consigo una bolsa de supermercado con un tupper vacío y ella, en sí misma, parecía también vacía. Rondaría los cincuenta años, pero su piel castigadísima le hacía más mayor. Ropa de mercadillo, coleta improvisada y unas gafas con cinta en la patilla izquierda indicaba que no tenía posibles; que seguramente trabajaba duro y vivía con lo justo.

Por supuesto, durante el trayecto, no dijo nada. Sólo miraba a un infinito que por un momento se me antojó de cartón. Pero en una de estas me dijo:

—Gire mejor por la derecha y la segunda a la izquierda, así acortamos.

—De acuerdo.

Apenas abrió la boca para ahorrarse unos céntimos. Su atajo, que yo no conocía, le ahorraría a lo sumo 15 céntimos y un minuto, pero eran SUS 15 céntimos y SU minuto: Dos ventanas menos que limpiar, o el importe en tiempo que le costardía adecentar la sala de juntas donde se reúnen tipos que ganan sólo en primas más que ella en todo un año.  Tipos y tipas de cutis tan terso y ropa tan cara que siempre aparentan diez años menos. Fijaos bien: el consejero delegado de la empresa donde ella limpia aparenta diez años menos, y ella aparenta diez años más. Veinte aparentes años de diferencia aun con la misma exacta edad.

Y habrá quien diga que el consejero arriesga, que el empresario arriesga cuando es ella, trabajando de noche y cuidando por el día de su madre enferma, la que pierde la vida por momentos, su vida y la vida de los suyos, sin tiempo para pensar o para abrir la boca y quejarse a borbotones o incluso llorar. Pero un silencio suyo dice más que cien discursos de cualquier CEO de prestigio. Dice verdades más demoledoras aunque la gran mayoría prefiera no escuchar lo que implícitamente subtitula su silencio.

Por supuesto que la entiendo. Su cigarrillo. Su ahogado silencio. Y hablar solamente para ahorrarse unos céntimos.