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16 Jun 2022
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Análisis gramatical de una ruptura por Whatsapp

«Bueno bueno bueno, estoy flipando: mi novio me acaba de dejar por Whatsapp. ¡POR WHATSAPP!».

Estábamos parados en un semáforo. La chica tenía las cejas casi en el cogote y unos ojos tan abiertos, que de no ser por el cráneo habrían caído.

—Uf… necesito aire.

Bajó la ventanilla, pero el fuego de la calle (un sol esquizo, 37 grados), le hizo recular.

—Me estoy ahogando.

—Quítate la mascarilla —dije.

Subí el aire acondicionado a su máxima potencia y giré el difusor hacia su rostro.

—¿Mejor?

—¿Será cobarde? ¿Hay algo más cobarde que te dejen por Whatsapp?

—Pues no —mentí.

—Pedazo cabrón. Si tú supieras todo lo que he hecho por él —dijo mordiéndose el puño.

Todavía usaba el pretérito perfecto compuesto «he hecho» en lugar de «hice», por lo que aún no se había desprendido de su historia en común.

—Espere. Había quedado con él en la dirección que le dije y… en fin, ya no tiene sentido ir hasta ahí.

Ahora me trataba de usted. Cuando llamó «cabrón» a su reciente ex me tuteaba. En apenas dos frases yo había pasado de confidente a taxista.

—¿Y dónde vamos?

—A casa. No. A la playa. Lléveme a la playa.

(Otra vez de usted).

—¿La Malvarrosa?

—No. Demasiada gente. A Pinedo.

—Ok.

Giré a la derecha y continuamos en silencio hasta el próximo semáforo.

—Le presté dinero. Cuando estaba en la mierda, le presté dinero. Y tuve que comerme las malas caras de la subnormal de su madre. Y así podría seguir hasta…

—Entonces bien, ¿no?

—¿Perdona?

(Volvió a tutearme).

—Te quitaste un buen peso de encima —dije.

—Visto así, pues sí. Aunque aún me debe dinero.

—¿Mucho?

—No. Cien euros.

—¿Qué pesa más, el lastre que te has quitado de encima o cien euros?

—¿En monedas?

—Jajaja.

—Uf, pues sí, mira, tienes razón. Que le den. Voy a decírselo —pulsó el botón de voz y le dijo al teléfono: «Mira tete, que te den. No quiero volver a saber nada de ti».

(Aunque fuera un mensaje  hablado, ese «ti» me sonó como con tilde).

Después se hizo silencio hasta llegar a la playa. Ahora ella me miraba fijamente a través del espejo, como esperando continuar con la charla. Pero había algo en ella, una nube o tal vez una maraña de intenciones y recuerdos y rabia contenida que le impedía pronunciar palabra. Y así continuamos, con una tensión suavizada por el aire acondicionado, hasta alcanzar su destino:

—¿Qué le debo?

—Cien euros —dije.

—Jajaja. No, en serio.

—13,80.

—Toma. Oye, necesitaré un taxi de vuelta en un rato. ¿Estarás por aquí? ¿Me das tu teléfono?

—Lo siento, pero quiero ir a casa.

—¿Seguro?

—Y tanto, mira.

Abrí el Whasapp de mi móvil y le enseñé el último mensaje de Mariam: «Te quiero mucho, esposo. Eres un gran marido y te lo digo poco».

La chica tragó saliva, salió del taxi y comenzó a caminar entre las dunas. O entre las dudas, no sé.