PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

23 Feb 2023
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Un misterioso tatu

Es hermoso, pero también inquietante, que un hombre no recuerde nada del nombre que lleva tatuado en su mismo antebrazo.

«Helena», leí cuando el tipo, sentado a mi lado en mi taxi, se remangó la manga del jersey.

—¿La parienta? ¿Tu hija? Está guapo el tatu—le dije.

Antes de seguir, conviene un pequeño inciso. El hombre, de aspecto rudo aunque enjuto y machacado por las drogas, no me hacía sentir cómodo. En casos como éste procuro empatizar y entablar conversación de a pie de calle, forzando incluso un acento tirando a chusco, pasota y contrario al sistema. Al menos aquí en Valencia suele funcionar llamarlo «nano» a cada rato y soltar algún que otro improperio a conductores aleatorios aprovechando cualquier oportunidad:

—Su puta madre, cómo se me ha metido el menda —dije en alto, con voz cazallera (sin ser yo nada de eso).

—Buah, ya te digo, nano. Algunos conducen como el culo.

Y fue entonces cuando me hice con él y la cosa se calmó. Como su destino era la ciudad de la Justicia, se me ocurrió preguntarle.

—Hay más tráfico del normal. ¿Tienes que estar en los juzgados a alguna hora? ¿Le pongo el turbo?

—No, a las diez. Llego bien.

Y ahí se soltó.

—Un hijoputa chivata que intentó encalormarme veinte gramos.

—¡No me jodas! Pues qué putada —le dije simulando sorpresa.

—Ya te digo. Ahora que, también te digo una cosa: como yo la pague por esto, él lo pagará multiplicado por mil. Por mis muertos —me dijo besándose la marca blanca de un dedo sin anillo.

—Claro que sí. Es lo justo.

Entonces se remangó, y leí aquel «Helena».

—¿La parienta? ¿Tu hija? Está guapísimo el tatu.

—¿Te puedes creer que no me acuerdo?

—¿En serio? Jajaja —me reí.

—Fue hace la hostia de años. Como quince o así.

—Alguna novieta de juventud.

—Me cuesta creerlo, nano. Soy gay. Me van los tíos. De siempre, vamos.

En absoluto me esperaba semejante testimonio, pero intenté disimularlo.

—Hostiá, pues entonces me dejas intrigadísimo. ¿Nunca has intentado descubrirlo?

—No sabría cómo.

—¿Te acuerdas dónde te hiciste ese tatu?

—Me lo hizo un colega. De eso sí que me acuerdo.

—¿Seguís en contacto el colega y tú?

—Hace años que no. Está en la trena. Aquí, en Picassent.

—Vaya.

Y al dejarle en la puerta de los juzgados pensé que, sin querer, le había dado un pequeño motivo para que no le fuera tan duro entrar en la cárcel después de aquel juicio (posibilidad harto segura): reencontrarse con su colega y resolver el misterio de aquel tatuaje.