PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

02 Mar 2023
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Dolor y fiesta

Ayer dio comienzo el ruido en Valencia, mis primeras mascletàs como taxista, escritor y viceversa. Un resumen: es bello y aterrador.

Es la sensación de ser testigo directo del fin del mundo, pero albergando la esperanza de lo opuesto. En plena tormenta pirotécnica, a escasos metros del humo y el fuego y el caos controlado, he conseguido no pensar en nada. Es y ha sido el único momento de mi vida con la mente en blanco, sin ese murmullo de voces y tramas y recuerdos y ángeles disfrazados de demonio (y a la contra) en la sala de estar de mi cabeza. Por eso mismo me extraña y sorprende decir que las mascletàs me relajan aún más que un Orfidal bajo la lengua. Y que ojalá duraran más tiempo, tal vez horas sin parar. Ojalá.

Sospecho que la gente acude en masa por lo mismo. Se agolpan ante las vallas del Ayuntamiento para sentir la bestialidad del caos (ventanas retumbando, decibelios superando el umbral del dolor). Como una mezcla de festividad extrema y desesperación, expresando, tal vez, la esencia de la vida misma: tras la tempestad, llegará la calma. Es un canto a la esperanza, si me permites. Rabia coordinada de base rítmica instrumental sin melodía. Y el valenciano siente orgullo de esto. Del ruido en unas fechas exactas del calendario. De la explosión de felicidad callejera.

Ayer, nada más terminar el trance, a cosa de las dos y media, se abrió al tráfico la parada de taxis de la plaza del Ayuntamiento, y justo subieron en el mío un grupo de cuatro periodistas de un conocido diario levantino, y entre ellos no hablaron de estas cuitas intracraneales sino de contactos, de patrocinios, de los políticos que asistieron y de los que no. Los voceros de las noticias candentes no estaban tanto en el sentido bruto del acto sino en los chismes de a pie de canapé. Por eso, tal vez, dejé hace tiempo de leer periódicos. Ya no describen el alma de la ciudad ni de sus gentes, o qué siente el periodista. Ya no hay Truman Capotes o Tom Wolfes porque ya no interesan.