PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

15 Jul 2022
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

TikTok y la enfermedad del tedio

Con una pizca de información podemos hacer un mundo, a saber: Su nombre era Claudia, veintipocos años, varios kilos de más según los cánones occidentales (para mí estaba estupenda). Y sufría de ansiedad severa.

Subió a mi taxi en el centro para ir a un club de moda de la playa. Por el camino, se veía nerviosa. Miraba el móvil a intervalos, y se removía en su asiento, y subía y bajaba la ventanilla aun con el aire acondicionado a tope de potencia. Alternaba vídeos de TikTok con notas de audio a sus amigas: «Tías, dónde estáis. Yo voy para allá. Decidme sitio exacto, plis». Pero nadie contestaba. Se sentía, tal vez, en los márgenes del grupo. Y eso le hacía sentir mal, pero trataba de llevarlo estoicamente dándose importancia, tejiendo una coraza alrededor de su ego. Ya no era ninguna chiquilla, quiero decir, y los embistes que da la vida generan cierta costra, o una pátina que permite que los reveses te resbalen. Y a la postre no dejan de ser embistes del primer mundo. Todo queda dentro de su burbuja acolchada.

Pero su estado de nervios no era normal. Tenía las uñas en carne viva y actuaba como si le picara todo el cuerpo, como si estrenara una nueva piel de esparto. Volvió de nuevo al TikTok, a vídeos de chavales bailando al son de ritmos repetitivos, pero no conseguía saciarse (pasaba de uno a otro en cuestión de segundos). Y de ahí a Facebook, y de ahí a whatsapp sólo por ver el doble check de sus mensajes. Yo alternaba el manejo del taxi con miradas de reojo: ella estaba sentada a mi lado y era imposible ignorar sus gestos. Parecía, en fin, como si las redes no le saciaran, o buscara desesperadamente más de lo mismo una y otra vez para huir del tedio o reafirmarse en una suerte de aburrimiento existencial. No había un solo video, o mensaje, o texto, capaz de sorprenderla y aun así continuaba buscando.

Cuando llegamos al club me dijo:

—Espera un momento.

Llamó por teléfono, pero no le contestó nadie.

—Bueno… seguramente no me escuchen por la música. ¿Qué te debo?

—9,35.

—Te pago con el móvil, ¿vale?

—Ok.

La chica se bajó un momento la mascarilla para desbloquear el móvil mediante reconocimiento facial, pero el aparato no llegó a reconocerla. Intentó forzar el rostro, poner un gesto normal, y entonces sí. El móvil se desbloqueó.

Resultó que ese gesto, esa aparente normalidad, fue de mentira y momentánea. Y sólo para engañar a su propio móvil.