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14 Jul 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Supermegafuerte, tía.

Trato de entender qué le lleva a un chico de, pongamos, quince años, a soltar adrenalina mediante expresiones tales como «¡Buah, chaval..!».

«Supermegafuerte, tía» es otra, más común entre las chicas. La idea que subyace es procurar estar a la altura de unas circunstancias de alta carga emocional haciendo uso de un recurso ciertamente efectivo: la suma exponencial de superlativos. Cuantos más superlativos sumen a la ecuación, mayor será el impacto de lo que intentan expresar. De todos modos, suelen emplear «super» o «hiper» indistintamente (sospecho que desconocen cuál de las dos es mayor que la otra), y cuando algún hecho o circunstancia excede de cualquier suma de superlativos, atajan el dilema con un simple y sonoro «uff», que en la pirámide del asombro ocupa el pico más alto (por encima, incluso, del «hipermegafuerte, tía»).

Pero no son recursos exclusivos del adolescente. Mi hija de 5 años ya hace uso de ese mismo «hipermegafuerte», tal vez imitando a sus youtubers de moda. Sin embargo, en su caso, cuando no es capaz de alcanzar la palabra o expresión que más se ajusta a sus altas expectativas, rompe a llorar. El llanto es una respuesta ciertamente reveladora porque ayuda a entender la importancia del manejo efectivo del lenguaje, o hasta qué punto resulta frustrante verse incapaz de transformar sus propios sentimientos en palabras. Al adolescente también le pasa, pero sustituye el llanto por un simple «uff» cuando está con otros, o si es vía WhatsApp busca y envía a discreción el emoji que mejor se amolde. Mi gran duda a este respecto es si renunciaron a buscar palabras o expresiones más exactas ciñendo sus expectativas al catálogo de emojis de WhatsApp o si esta precisa limitación les llevó a simplificar su capacidad de asombro.

Pero pasada la adolescencia la cosa no cambia mucho. Cambia, tal vez, el formato, pero el trasfondo es el mismo. Hay adultos que por no encontrar la palabra precisa se dan a la bebida (o a las drogas), o se compran una Harley, o escupen describiendo perfectas parábolas. O se tatúan en la espalda símbolos tribales.