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17 Jul 2020
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Discurso de boda (versión Beta)

«Mi futura esposa me ha pedido que escriba un pequeño discurso para leerlo en nuestra boda, pero no me sale nada». Lucas estaba ciertamente preocupado. A menos de 24 horas para el enlace.

Me lo dijo en mi taxi, aunque Lucas también es lector habitual desde hace mucho: me llamó no tanto para llevarle de casa de sus padres a la finca donde se celebraría la boda, sino también para ayudarle a salir de un bloqueo que no le dejaba dormir. Porque aquel problema, para él, iba más allá del meramente lingüístico: no tener nada que decir podría implicar también no sentir nada, de modo que aquel traspiés abrió a su vez una brecha más grande:

—¿Cómo demonios puedo demostrarle que la quiero si soy incapaz de expresarlo?

—¿La quieres?

—Claro que sí.

—Buen comienzo.

Al llegar a la finca nos sentamos en una de las mesas aún sin vestir del inminente convite. Llevé un cuaderno.

—Cuéntame momentos.

—¿Cuáles?

—Aquellos que te hicieron pensar: quiero pasar con ella el resto de mi vida.

—Ah, veamos… El primero fue esa noche en Kapital. Ella bailando en la pista. Me flasheó.

—Bien. Ahora, si te parece, pasémoslo a segunda persona. Le hablarás a ella. Sólo a ella. Veamos: «Noche en Kapital. Tú bailando». Dime más.

—Una tarde, en casa de sus padres. Cortando los dos cebolla para la cena. Ahí sentí punzadas, y se lo dije llorando: te quiero.

—Perfecto. «Una tarde en casa de tus padres, cortando cebolla». Tu discurso será una sucesión de imágenes que sólo ella reconocerá. Olvídate de darle forma literaria. Hazlo en bruto. Tal cual te salga.

—Un acantilado en Jávea. Pon eso.

—Genial. Sigue.

—Buah, aquella vez que se nos rompió el condón. Lo que pasó después fue precioso, aunque no lo parezca. Su reacción y tal, y lo que hablamos. Pero no puedo decirlo así, jaja. Su madre me lanzaría una silla a la cabeza.

—¿Dónde fue?

—En casa de mis tíos.

—Dime más.

—Fue después de ver una peli. «Olvídate de mí», la de Jim Carrey y Kate Winslet.

—Pondremos eso: La tarde que vimos Olvídate de mí y algo se rompió.

—Jaja. Qué cabrón. La gente preguntará.

—Pero te casarás con ella, ¿no? Que le jodan al resto.

—Cierto. Apunta: Un botellón que hicimos hace muchísimo con el Seat Panda de su cuñado.

—«El maletero abierto de un Seat Panda».

—Esa es buena. Otra: Uff, su llamada de anoche. Estuvimos hablando como dos horas.

—Lo apunto: «Tu llamada de hace dos noches». Bien. Piensa alguna más y mételo todo.

—Ok. ¿Y cómo acabo el texto?

—Con un «Hoy, ahora. Mañana». Y ya. Como dando a entender que esos momento seguirán por siempre. Y que tienes ganas de vivirlos a su lado.

—Joder, gracias, macho.

Esta misma mañana he recibido un WhatsApp con el vídeo del discurso de Lucas. Se le veía muy nervioso, pero creo que lo bordó. Lo hizo tal y como acordamos: un listado de momentos, sin aderezos ni florituras literarias, que sólo entendió ella (y el resto imaginó). Y gracias a eso, supongo, a la simple suma de momentos desnudos, ella rompió a llorar.

Buen futuro y mucha suerte, amigo.