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18 Jun 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Smoothie, teki, keli, Dios santo.

«Nada, aquí, tomándome un smoothie en un teki camino a keli», fue lo primero que dijo la chica al descolgar el teléfono.

Traduzco: «Smoothie» es un batido cremoso de fruta servido en un vaso transparente con tapa y pajita. «Teki», no me preguntes por qué, es un taxi (mi taxi, en este caso). Y «keli», tampoco preguntes, significa casa. Podría haber dicho «Tomándome un batido en un taxi de camino a casa» y su interlocutor lo habría entendido perfectamente. Pero la chica tenía unos veinte años, aires urbanitas y deseos de forjar su club de iguales.

El lenguaje, en casos como éste, resulta el medio ideal para emitir al exterior datos de su personalidad (de un modo aún más exacto que la ropa, la música, los tatus, abalorios, etcétera). Y se siente, digamos, cómoda en esa flexibilidad que le ofrece usar y moldear las palabras a su antojo hasta el punto de crear su propio cosmos léxico en el entorno apropiado. Sigamos:

«Nah, llegaré en cero coma y estoy rota: plancharé la oreja un rato».

Traducción: «Llegaré en seguida y estoy cansada: dormiré un rato».

Llama la atención la necesidad de introducir palabras o expresiones diferenciadoras en todas las frases, sin excepción, aunque implique alargarlas: «Planchar la oreja» es, de facto, más largo que «dormir», de modo que este uso peculiar del lenguaje no tiene como fin economizarlo sino que, a menudo, supone un esfuerzo extra en virtud de una causa mayor. Busca, tal vez, un dinamismo propio de su juventud. Busca ser creativa correlacionando e improvisando conceptos en tiempo real. Busca la diferenciación constante, el juego constante, la vuelta de tuerca constante. Subirse a una ola y no bajarse nunca.

Pero no funciona siempre, o no funciona con cualquiera. Al bajarse del taxi, quise sumarme yo también, ser inclusivo. Y en esto se me ocurrió decir «Chao, pescao», pero la chica me miró raro.