PATROCINADORES
INSTITUCIONES
Junta castilla
jcm

Archiletras

14 Jun 2019
Compartir

Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Maestros de la anécdota

Todos conocemos a auténticos maestros de la anécdota.

Los hay que, incluso, siempre encontrarán una anécdota ad hoc en cualquier tema de conversación. Gente no sólo viva en esencia, sino también vivida. Desconozco qué parte de verdad habrá en lo que dicen, o si es posible haber experimentado tantísimas situaciones como para tener siempre algo que contar en circunstancias todas, pero me atrevo a decir que es casi lo de menos: simplemente entretienen, ofrecen dinamismo a la charla. Cumplen, digamos, su función. No es difícil encontrar en mi taxi a usuarios que encajan en esto. Aprovechan cualquier ocasión para contarme anécdotas acerca del tráfico, anécdotas laborales o incluso anécdotas sobre el tiempo, la lluvia o el sol, según proceda. Siempre, y digo SIEMPRE, tienen algo que decir, y me parece asombroso. Aunque a menudo resulte insustancial. O casi siempre insustancial. 

La primera acepción de «Anécdota» en el DRAE dice así: «Relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento». Y la tercera («Suceso circunstancial e irrelevante») usa como ejemplo la frase «Su intervención no pasó de la pura anécdota». Es decir, que normalmente las anécdotas apenas sirven para entretener al personal y poco más. Normalmente el entretenimiento se emplea para evadirnos, llenar huecos y pasar el rato. De modo que, difícilmente podremos llegar a conocer detalles íntimos o sentimientos profundos de una persona a través de su arsenal de anécdotas genéricas.

Y además, me pregunto qué anécdotas futuras podrá vivir alguien cuyo único tema de conversación o cuyo modus vivendi es, precisamente, la anécdota. ¿Tendrá periodos de retiro, apartado de los focos, con la única intención de buscar material nuevo para reciclarse? ¿Hay acaso cazadores de anécdotas, o es su personalidad tal vez excéntrica (o sociable en exceso) la que hace las veces de imán para todas esas situaciones dignas de ser contadas? ¿O tal vez vivir solapando anécdotas es un modo, otro más, de pasar por la vida de puntillas?