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04 Ene 2019
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Palabras que te rompen por dentro

No todo el mundo tiene palabras favoritas. Colores sí, también números, pero no palabras.

En los últimos días he preguntado a los usuarios de mi taxi por aquellas palabras que, o bien por su sonoridad o por motivos, digamos, más íntimos, ocupan un lugar destacado en su diccionario mental. De entre todos los consultados, quince en total, llamó mi atención que, por norma general, no habían pensado nunca en ello (“Ehmm, déjame pensar…”, solían decirme para ganar tiempo); algo que, sin embargo, no sucedía al preguntarles por colores (“¡El rojo!”, “¡el negro!”, decían de inmediato) o números (“¡El 5!”, “mi número es el 73”). Según parece, los números se asocian a la suerte y los colores al estado de ánimo o al modo de enfrentarse ante la vida, pero las palabras entran ya en un terreno mucho más concreto, tal vez íntimo, y pueden variar según las circunstancias.

“Lapislázuli” me dijo una mujer después de pensárselo mucho. “Mi marido, que en paz descanse, usaba mucho la expresión ‘a la postre’ en lugar de ‘al fin y al cabo’, y cada vez que la empleo se me eriza el vello, fíjese. También me pasa cuando digo ‘postre’ a secas; me refiero a ‘postre’ de plato, porque lo asocio a esa expresión”, me dijo otra. Un chico de unos 25 años me soltó: “Joder, tío, ahora mi palabra es ‘oposición’; llevo meses estudiando y no hago otra cosa. Pero cuando acabe, mi palabra será ‘gintonic’, jeje”. Otra chica dijo “muro” y “matriarcado”, y su amiga “piercing”. Más palabras (o expresiones): “El cielo de la boca”, “soledad”, “caramelizado”, “cosquilla”, “bogavante”, «cosa» (porque sirve para todo, añadió), “Stendhalazo (o síndrome de Stendhal)», “roto” (fue decirla y se le quebró la voz), “alma” (un sacerdote), «colibrí», «viento», y un señor de avanzada edad, con gesto de circunstancia, me soltó muy serio: “colesterol”.

Curiosamente, de entre todos los consultados, los tres niños de menos de diez años fueron los únicos que contribuyeron con sus palabras casi de inmediato, sin pensárselo siquiera: “Caca” (dijo el primero, de 4 años, soltando después una sonora carcajada), “YouTube” el segundo y “Wizies” la tercera (era un juguete, según supe después). Sin duda, para ellos las palabras aún carecen de la importancia que le damos los adultos, tomándolas como otro juego más, o un divertimento aún sin consecuencias.  

¿Las mías? Ya lo dije en aquel post: Letraherido. Pero también “barlovento” y “sotavento”, aunque no haya forma de meterlas en ningún contexto (y menos aún aquí en Madrid). Y “apócope” (escucha cómo suena). Y a la contra: me chirrían, nunca llegué a entender por qué, “piscolabis”, “aperitivo”, «entremeses» y «culata».