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29 Ene 2021
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Usos y análisis del lenguaje urbano a través del espejo retrovisor de mi taxi.

Daniel Díaz

Taxista, escritor y viceversa. Licenciado en charlas casuales y amante discreto del verso suelto.

Oído en mi taxi #3

En mi afán por captar la voz de la ciudad, estas últimas semanas he ido anotando frases de usuarios de mi taxi charlando entre ellos, o bien al teléfono, o hablando conmigo. Atentos:

«¿No le da a usted la sensación de vivir permanentemente al límite de algo, como a punto de explotar, pero al acabar el día duermes, se te pasa un poco, y a la mañana siguiente otra vez igual y vuelve la misma sensación así como en un bucle?»

—Es la ley del talón. Desconozco a qué viene lo del «talón»; tendrá una explicación antigua.

—No es talón, es «talión».

—¿«Talión»? Eso no existe. Pero vamos, yo también puedo inventarme palabras. Mire: «Jusqui».

«Hay un lobby muy poderoso dispuesto a acabar con la siesta en España a través de empresas tapadera. Por ejemplo, Jazztel».

«Uy, su taxi huele a cero virus».

—¿Dónde lleva usted el «tacógrafo», que no lo veo?

—¿Se refiere al taxímetro?

—Eso.

—Aquí, en el espejo retrovisor.

—¡Anda! Le veo reflejado con el precio encima. Para que luego digan que el cruce de miradas sale gratis.

«Procure no chocarse, porfis. Soy alérgica a la muerte».

—¿Conoces a Marcos, compañero tuyo taxista, así bajito y medio calvo?

—En Madrid hay más de 20.000 taxistas?

—¿Y?

—¿Puede parar un momento? Desearía bajarme y toser a mis anchas.